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Pío Moa

Consignas de la checa

¿Cómo iban a tolerar que ese maná lo echaran a perder algunos historiadores "marginales"? Ante la amenaza, su furia no conoce límites y pierden todo escrúpulo. Para defender la cartera todo vale.

Veo la infamia que soltó contra mí la ex comisaria política en Telemadrid (por cierto, no me han llamado de allí para darme opción a responder), repetida ahora por Sartorius, como hace algún tiempo por el señor de Paracuellos o el hermano de Juan Guerra, y con frecuencia en Internet por la banda de Los Corrutos. Está claro que se trata de una consigna. Desde el punto de vista historiográfico la falsedad es demasiado burda, pero desde el punto de vista político resulta mucho peor: la típica creación de un infundio y el chivateo consiguiente a los terroristas para incitarlos a "vengarse"; una incitación al asesinato, en suma. Reflejo del espíritu enfermo del provocador chequista en un acto de colaboración con los pistoleros, uno más entre tantos como a diario presenciamos por parte del Gobierno, de tantos politicastros y periodistas, de algunos jueces y policías, en el proceso general de involución y degradación de la democracia. No hay en su criminal incitación la eximente de la ignorancia: saben perfectamente la verdad y saben también lo que buscan con sus embustes, inscritos en una tradición medular del marxismo.

No es, pues, una infamia ocasional, sino una consigna y un retrato de toda la vileza de esta gente. Y uno se pregunta: tanto odio y falsedad, ¿a qué obedecen? ¿A fanatismo? No del todo, a mi juicio. Lo indica el escritor José Ignacio Gracia Noriega en el prólogo al libro de Gómez Fouz Clandestinos, sobre el historial sórdido de delaciones e infiltraciones entre los comunistas y socialistas de Asturias bajo el franquismo (alguno de aquellos confidentes policiales ha llegado a detentar altos cargos en el PSOE).

Cita Gracia Noriega las palabras de Vasílief, jefe de la Ojrana zarista, sobre "la psicología del traidor", sobre sus rebeldías, arrepentimientos y repentinas reacciones fanáticas contra la policía a la que delataba a sus compañeros de partido; pero el esquema no vale aquí, pues "en España el confidente delataba para conseguir algún tipo de beneficio, bien en el orden material, recibiendo de oscuros presupuestos el equivalente a las treinta monedas de plata, o bien para preservar su seguridad. En ese ambiente el fanatismo estaba de más (...) Cualquier parecido entre el atormentado Gypo Nolan, de la novela de Liam O´Flaherty, y el delator de la policía franquista, que delataba a cambio de miserables prebendas, salvo el acto mismo de la delación, es inexistente."

Tampoco hay fanatismo ni tormento psicológico en los autores de estas consignas chequistas. La causa inmediata de ellas se encuentra en el hecho de que he puesto de relieve, en mis estudios historiográficos, su falsificación radical de la historia reciente de España: ¡el Frente Popular defendiendo la democracia bajo la tutela de Stalin! Pero ese asunto, ¿no debiera dirimirse en la polémica intelectual, con armas intelectuales? Pues no, porque a esta gente el aspecto intelectual del asunto, la búsqueda de la verdad, jamás le preocupó, como han puesto en penosa evidencia en estos años últimos.

Para ellos, el problema tiene más relación con las "miserables prebendas", miserables inevitablemente, por muy pingües cheques que reporten. Durante tres decenios han montado con su "historia" un negocio política y económicamente boyante: ella les ha permitido acosar y chantajear a la derecha, les ha facilitado cargos políticos y en la enseñanza, subvenciones sin fin... ¿Cómo iban a tolerar que ese maná lo echaran a perder algunos historiadores "marginales"? Ante la amenaza, su furia no conoce límites y pierden todo escrúpulo. Para defender la cartera todo vale. ¿Qué más da retratarse como hampones y perder el alma si con ello salvan la industria? Pero no la salvarán; eso puede afirmarse ya.

Quien conozca la verdadera historia del marxismo en el siglo XX no se extrañará demasiado. Después de todo, esta gente nunca entendió la caída del muro de Berlín, y, de un modo u otro, siguen representando la tiranía más brutal y mortífera del siglo pasado, aunque intenten disfrazarse de demócratas. Un disfraz que ya engaña a pocos.

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