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Pío Moa

Oferta de lapidación

Juan Goytisolo, Sánchez Dragó y los progres en general, están serenamente indignados ante la fanática protesta suscitada en varios países occidentales por la sentencia de lapidación contra una mujer nigeriana acusada de adulterio. A su juicio, estos países están repletos de prejuicios antiislámicos, y asistimos a un renacimiento del racismo, bien visible en la arrogante e ignorante soberbia con que se tratan estos asuntos, especialmente en España. El trasfondo –señalan– es el rechazo hacia el otro, la negativa a aceptar la diferencia, a comprender que todas las culturas son iguales, cada una con sus valores. Actitud inquisitorial y nazi, basada en una pretensión de superioridad evidentemente falsa. ¿Qué autoridad tenemos los occidentales para echarles en cara esto o lo otro a los musulmanes? Occidente –insisten– debe perder su intolerancia, aceptar peculiaridades culturales ajenas, e incluso aprender de ellas. ¿Qué decir, por ejemplo, de un régimen como el de Mohamed VI? ¿No podría ser, en cierta manera, un modelo para nosotros? ¿Por qué no? ¿No se sienten allí a gusto personas de la finura intelectual y apertura mental del propio Goytisolo? De todas formas –concluyen–, la resistencia está condenada al fracaso, pues el mundo progresa ineluctablemente hacia la multiculturalidad, y los países occidentales, tan ricos gracias a su secular explotación del Tercer Mundo, tendrán que aceptar la realidad, y más les valdrá hacerlo de buen grado.

Según noticias aún sin confirmar, estas personas de mentalidad abierta se han ofrecido a ser lapidadas en sustitución de la mujer, con el fin de que en España se comprenda que la cosa no es tan para rasgarse las vestiduras ni está tan fuera de razón. Decisión muy digna de encomio, por cuanto supone predicar con el ejemplo, rebatiendo en la práctica la acusación –injusta– que siempre se les ha hecho de ser inconsecuentes y de pretender que el estado haga lo que ellos quieren. Algunos, sin embargo, han expresado ciertas dudas, porque tal vez su ofrecimiento, aunque hecho con la mejor intención, podría suponer injerencia en los asuntos nigerianos y, en cierto modo, desvirtuar la justicia: "ninguno de nosotros es adúltero –han aclarado– y el castigo es precisamente por adulterio". Otros opinan que podrían declararse adúlteros, de todos modos, como en aquella campaña sobre el aborto, cuando una multitud de señoras declaraban haber abortado y exigían recibir la correspondiente pena.

Estas cuestiones suscitan serios debates en medios progres, debates libres y clarificadores como es natural. Todos aprenderemos mucho de ellos, seguramente.

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