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Pío Moa

Siempre al quite

Macià fue, en autorizada opinión de cambó, un personaje estrafalario, cuyas aventuras terminaron cayendo simpáticas por lo tartarinescas. Los nacionalistas catalanes, con notable falta de respeto a Cataluña —cosa menos paradójica de lo que parece—, hicieron de él un “héroe nacional”. Las izquierdas republicanas no podían ser menos, y cuando falleció, a finales de 1933, le tributaron un homenaje en las Cortes. En pleno homenaje, Prieto saltó de su escaño gritando que había oído un “muera Cataluña” en el sector de la CEDA. Era con seguridad una invención para colocar al adversario a la defensiva, táctica muy de Prieto, como se quejaba Largo Caballero. Se armó un tremendo revuelo en la Cámara, sin que sirvieran de nada los desmentidos de Gil-Robles. Explotando el truco, la Esquerra catalana desató en su prensa una campaña de “desenmascaramiento” de los “enemigos de Cataluña”. Creo que el caso ilustra la destreza del nacionalismo para timar a los catalanes —a quines, insisto, respetan poco en el fondo— inventando agravios o exagerándolos.

Algo así ha pasado con la frase del Rey sobre la expansión del español, básicamente cierta, aunque excesiva, como todas las generalizaciones. En Cataluña, Galicia o Vasconia, el castellano se empleó más y más a lo largo del tiempo, y fue convirtiéndose en el idioma común de los españoles, por su posición intermediaria entre los diversos reinos y por su prestigio como lengua de cultura política. Al español común han contribuido todas las regiones de España, y es patrimonio de todas, aparte de Hispanoamérica.

Cierto que hubo momentos de imposición suave del castellano en Cataluña, tan suave que pretendía hacerse “sin que se viera la intención”. Llamarla persecución es desbarrar. Y bajo el franquismo, el catalán sufrió proscripción oficial, y hubo algo de persecución, sobre todo en los primeros años, aunque también, paralelamente, una política de promoción intelectual de ese idioma. No fue la cosa tan simple como suele presentarse.

Cuando oigo a nacionalistas contar horrores de la supuesta persecución, suelo responder: “Si así ocurrió ¿cómo lucharon ustedes tan poco contra el franquismo? ¿Y por qué ahora, con una democracia que poco les debe a ustedes, no cesan de incordiar mezquinamente con esas historias?” De lo que se trata, claro, es de usarlas de pretexto para imitar a Franco , como denunció Anson hace años, pero a la contra: proscribir en lo posible el castellano de la vida oficial. En un Parlamento que dice representar a una región la mitad de cuya población se expresa en castellano, este idioma está ausente. Por no hablar de la “inmersión lingüística” y las historias que hacen tragar a los estudiantes estos bravos que se dicen defensores de Cataluña, a la que, una vez más, demuestran tan escaso respeto.

En España

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