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EDITORIAL

Ahora el Sáhara

Zapatero se ha desentendido de todos los consensos de la Transición, también el de la Política Exterior, uno de cuyos ejes, desde 1975, es el compromiso con las resoluciones de Naciones Unidas sobre el derecho de autodeterminación del Sáhara Occidental

El Gobierno propina un nuevo volantazo al rumbo exterior, al rescatar el viejo compromiso de España con la causa de autodeterminación del Sáhara Occidental. De nuevo, ha sido en el Foro Internacional de las Juventudes Socialistas, el escenario de una intensiva deriva de descrédito protagonizada por el presidente y su ministro de Exteriores, en menos de una semana.
 
Ante el mismo público para el que Rodríguez Zapatero se ciñó la kefya como un radical anti-israelí más, Miguel Ángel Moratinos ha anunciado este sábado que el Gobierno "seguirá defendiendo el derecho a la libre autodeterminación del pueblo saharaui". Moratinos ha añadido: los socialistas "cumpliremos nuestras promesas", y se ha dirigido a la delegación del Frente Polisario para recordarles que "España nunca os ha abandonado y este ministro que os habla tampoco". El escepticismo de los saharauis con los compromisos del Gobierno de Zapatero debe ser muy profundo, cuando el ministro se ha visto en la necesidad de remachar: "Os puedo garantizar que jamás os vamos a traicionar".
 
En sí mismas, las declaraciones representan un brusco giro de la doctrina sobre el conflicto del Sáhara, emitida por el Ejecutivo de Zapatero desde el triunfo electoral del PSOE en 2004.
 
La capacidad de Marruecos de modular el impacto de expedientes sensibles para España como la inmigración ilegal, la pesca, la delimitación de las aguas territoriales de Canarias, la explotación de los yacimientos fronterizos de petróleo y gas,  la reclamación de Ceuta y Melilla, o el control de los focos de terrorismo yihadista, ha convertido a Zapatero en el aliado más dócil de la corrupta y autoritaria monarquía alauí.
 
Rehén de pactos políticos domésticos con la extrema izquierda y los independentistas, Zapatero lo ha sido, sobre todo, de sus vecinos Mohamed VI y Chirac.
 
A cambio de tiempo para asentarse en el poder y cambiar las reglas del juego que le permitirán perpetuarse y perpetuar un nuevo régimen socialista en España, Zapatero se ha desentendido de todos los consensos de la Transición, también el de la Política Exterior, uno de cuyos ejes, desde 1975, es el compromiso con las resoluciones de Naciones Unidas sobre el derecho de autodeterminación del Sáhara Occidental.
 
La adhesión que el PSOE ha profesado a esta causa ha dado paso a un abandono de sus compromisos históricos. Del simulacro de referéndum de autodeterminación del Sáhara convocado por Chaves en Andalucía, durante el mandato del anterior Gobierno del PP, hemos pasado al extremo de que Gobierno y dirigentes socialistas miran para otro lado ante los indicios de violación de derechos humanos de la población de la antigua colonia española, por parte del régimen de Rabat. España ha renunciado a presionar a Marruecos para que cumpla con los planes y calendarios de la MINURSO, la misión específica de Naciones Unidas, y, por segunda vez en la historia, ha entregado la suerte de los saharauis a Marruecos.
 
Por descontado, Rodríguez Zapatero no ha contado para este vasallaje a Mohamed VI con el principal partido de la Oposición.
 
Todo ello hasta este sábado, en que Moratinos ha desempolvado el compromiso con la causa de autodeterminación del Sáhara Occidental, guiado por motivaciones aparentemente insondables, pero evidentemente incongruentes con la ejecutoria de este Gobierno y, en cualquier caso, temerarias con los intereses de España.
 
Es tristemente probable que el ministro sólo haya respondido al impulso propagandístico de agradar los oídos a la delegación saharaui que ha asistido al foro de las Juventudes Socialistas y que, a la hora de la verdad, su Gobierno haga lo contrario de lo que Moratinos ha prometido y vuelva a traicionar a esa parte del pueblo saharaui que vive refugiada de la represión marroquí en los inhóspitos campamentos de la región argelina de Tinduf, en pleno desierto.
 
Pero también es escalofriantemente verosímil que no haya medido las consecuencias de sus compromisos, y Marruecos reaccione como acostumbra, apretando algunos de los resortes de chantaje de que dispone, para acabar redoblando la sumisión de un presidente débil y aislado de aliados que, como Estados Unidos, han actuado en ocasiones (Perejil, 2002, sin ir más lejos) como un eficaz freno de las provocaciones de Rabat.
 
En el transcurso de la misma semana, Zapatero y Moratinos habrían alcanzado, así, el dudoso mérito de acabar de desnortar la política exterior española, decepcionando a un importante país amigo y aliado, Israel, e irritando a un vecino de natural intrigante, Marruecos.

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