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José Antonio Martínez-Abarca

Consenso sin seso y sin sentido

Quien nos iba a decir que el consenso no era la armonización de todas las esperanzas, sino el acuerdo para que cada facción aportara sus pequeñas miserias y encima se las blindasen.

El gran fracaso de la Constitución del 78, que va a morir (si no ha muerto ya) todavía en su postadolescencia, habiendo nacido con vocación de llegar a lo menos a centenaria, fue lo que treinta años antes se consideró como su mayor éxito y por lo que todos se felicitaban: el llamado consenso. Una vez más se demuestra que no se puede ser amigo de todo el mundo, por mucho que a nuestro monarca le parezca que hablando se arregla el mundo en un rato, ya que no en treinta años.

En casa, como en muchas del tiempo, siempre hubo un temor reverencial por el "chache Paco" que había muerto en noviembre del 75, respeto que me trataron inútilmente de inocular, como el civismo. Mi mamá era de las que se apuntaba a las frases hechas de entonces, que daban para todos los imponderables diarios: "mucha mano dura es lo que hace falta", "con Franco esto no pasaba", "hay una poca vergüenza que no se sabe dónde vamos a ir a parar", "cuando venga el comunismo verás tú si te vas a comer la merienda o no, que vas a pasar más hambre que los alemanes", etcétera. Pero dentro del surtido de apocalipsis que profetizaba con la llegada de la democracia mi mamá tuvo una visión preclara de algo.

No vino el comunismo (a lo menos, no hasta que se agarrara del brazo de Zapatero), no hizo falta más mano dura, la poca vergüenza yo me creo que ha sido más o menos la misma siempre y hasta aquella merienda en vajilla duralex me la dejé de comer una tarde para nunca más volver. Pero en casa acertaron en lo del consenso. Lo vieron como el origen de todas las rendiciones y derrotas futuras de España. Y acertaron de lleno.

En la Constitución se incluyeron todos los mecanismos que la autodestruían una vez escuchado el mensaje. Quién nos lo iba a decir a aquellos zanguangos que en los últimos setenta gastábamos camisas Macson ceñidas de leñador con cuello diminuto y pantalón de pelo de melocotón con campana color corinto, que lo había puesto de moda el Rey en un reportaje del ¡Hola!. Quien nos iba a decir que el consenso no era la armonización de todas las esperanzas, sino el acuerdo para que cada facción aportara sus pequeñas miserias y encima se las blindasen. Para que los malos siguieran siendo malos, pero sin disputar el bocado del malo de al lado, que había para todos.

Como cosa para salir del paso, la Constitución del 78 fue perfecta. Como texto solemne con la intención de refundar un país, no ha sido mejor que la constitución de Guinea Ecuatorial que redactó García-Trevijano.

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