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Serafín Fanjul

Memorias de Córdoba

exigen concesiones muy mollares: meter mano en la enseñanza para todos los españolitos, pasaporte español para cualquier moro que lo pida e imponer la censura en cuanto atañe al islam.

Córdoba es una hermosa ciudad. Durante mucho tiempo –digamos hasta mediados del siglo XX– estuvo abandonada y dejada de la mano de Dios, vale decir de las principales corrientes económicas y comerciales de Andalucía, que se habían desplazado hacia Sevilla, Cádiz y Málaga como exportadoras e importadoras del tráfico de mercancías y personas desde fines de la Edad Media. Se suele culpar a la Reconquista (1238) de la decadencia, pero la realidad es que a partir de la centuria del XI, cuando perdió la capitalidad y sobrevinieron las taifas, el peso regional pasó a Sevilla.
 
Vienen a cuento estas consideraciones históricas por el uso desmedido que hace cualquier político o periodista de los muy edulcorados recuerdos de al-Andalus y de la  antigua y romana Corduba. El esplendor –relativo y en términos de la época- de la urbe en los siglos X y XI es, sin embargo, una especie de maldición que, cada vez de modo más insistente y agresivo, la convierte en objetivo de codicias varias, de gentes que quieren en ella “marcar su territorio”.
 
Acaba de reunirse en Córdoba una autotitulada “World Islamic People Leadership” (Liderazgo Popular Islámico Mundial), cuya representatividad está por demostrar, aunque ellos se presentan como señeros líderes de los musulmanes del mundo, lo cual es mucho decir. Lo que sí sabemos es su dependencia directa del régimen libio de al-Qaddafi, así pues sus ansias de justicia y libertad están garantizadas, como la seriedad de cuanto toquen o hagan. Aseguran englobar a 400 organizaciones islámicas en todo el planeta. Bueno está: a saber qué entienden por organizaciones y cuántas personas hay detrás de cada una de ellas. Pero esto, en definitiva, es asunto suyo y de quienes les quieran conceder crédito. Lo que sí es asunto nuestro es la atención que parecen prestarles nuestras supuestas autoridades políticas: la Sra. Rico, Directora General de Asuntos Religiosos y un alto funcionario de la Junta de Andalucía han refrendado y auspiciado con su presencia las discusiones y conclusiones de este “Liderazgo”. De ninguna forma nos opondríamos a que por su cuenta y a su cuenta se realice cualquier cónclave religioso, político, económico o lo que sea en nuestro territorio nacional, por aquello de los efectos benéficos del turismo y pese a la absoluta falta de contrapartidas del lado musulmán (¿se imaginan una reunión similar de organizaciones cristianas en Constantinopla para presentar exigencias al gobierno turco con vistas a extender y afianzar el cristianismo en Turquía, pongamos por ejemplo suave?). Pero el turismo es una cosa y regalar cobertura política otra muy distinta. Y a fortiori si los congregados pretenden erigirse en interlocutores del gobierno español y espetarle un decálogo de exigencias para “normalizar” la presencia del islam en nuestra tierra, como si tuviéramos alguna obligación para con ellos.
 
Las pretensiones principales del grupo, en las que coinciden con otras muchas agrupaciones musulmanas dentro y fuera de nuestras fronteras, son las siguientes: recuperación de la memoria histórica de al-Andalus (o sea: más falsificación edulcorada), concesión de un régimen jurídico diferenciado para musulmanes, intervenir en los libros de texto, entrega de la nacionalidad española a los descendientes de andalusíes, establecimiento de relaciones globales y bilaterales del gobierno con la comunidad musulmana, considerando a ésta un todo diferenciado de los españoles (musulmanes o no), imposición de un régimen de censura en los medios de comunicación para los temas concernientes al islam, capítulo en el que puede entrar cualquier cosa (por ejemplo, este artículo). Por supuesto, la censura se denomina “Libro de Estilo”, que queda más moderno y presentable.
 
Gracias al empujón que les proporcionan gentes como Rodríguez (no es el único, IU y PA también están dando muestras muy notables de irresponsabilidad) los musulmanes recién llegados, o conversos de hace cuatro días, se están convirtiendo en fuente de conflictos al pretender un trato de favor, más allá de su derecho (que nadie niega) a ejercer sus cultos, rituales, enseñanza y hasta proselitismo (que en los países musulmanes está vedado para las demás religiones con durísimas penas). Como ofrenda al Guía de la Moncloa se suman a la Alianza de Civilizaciones, de contenidos ignotos hasta la fecha y piden, consecuentes que son, la aplicación práctica de los desconocidos objetivos de tan loable intento. Digo objetivos, no retórica de discurso oficial. De su lado sólo ofrecen palabras y del nuestro exigen concesiones muy mollares: meter mano en la enseñanza para todos los españolitos (metástasis evidente de la Educación para la Ciudadanía), obtener pasaporte español para cualquier moro que lo pida (vaya Ud. a adivinar quién desciende y quién no de andalusíes) e imponer la censura en cuanto atañe al islam (petición ya formulada por diversos mandatarios, el último el paquistaní Musharraf en su visita reciente: hay que tener cara). No piden más libertad de información – lo cual sería razonable–, sino reducirla al género laudatorio.
 
Muchos temas para comentar en un solo artículo. De momento, veamos meramente la concepción política de la gloriosa Córdoba califal que recoge, verbigracia, el Muqtabis de Ibn Hayyan: “luego llegó el reinado de la facción torcida y la banda prevaricadora de los Abbasíes y se propagaron las innovaciones, abundaron los pareceres y ocurrieron calamidades, pues rompieron el orden, descuidaron la sujeción y dejaron de pisar firmemente los cuellos de los ignorantes, perdidos y desviados, de manera que, deshaciéndose lo sujeto, se soltó su nudo…” Se comprende la necesidad de reimplantar la censura para establecer tal reino de beatitud sobre la Tierra.

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