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Cristina Losada

El PSOE acomplejado

La inclinación de Zapatero ante los nacionalistas no llegó más abajo porque se lo impedía el suelo.

Suele hablarse de los complejos del PP y es habitual, en cambio, que se tenga al PSOE por ejemplo de lo contrario. Pero ello es porque se confunde el descaro con el desacomplejamiento. El grueso de los dirigentes del PSOE, tanto los de ayer como los de hoy, se han distinguido por una actitud de prepotencia, que viene, en parte, de una sobrealimentación en un producto típico de la región izquierda: la ciega creencia en la superioridad moral e intelectual de cuanto esté rotulado como procedente de esa zona. Por ejemplo, ellos mismos. No importa que sea dudoso el origen, tanto de sus personas como de sus propuestas. Incluso si no se lo creen, hacen como que tal, y el efecto es casi idéntico.

Sin embargo, hasta en la coreografía de la euforia que representaron en el debate del estado de la Nación, con sus excesos de aplausos, dignos de un congreso a la búlgara y no de un congreso de los diputados, pudo percibirse la otra cara del socialismo gobernante. La débil, la acomplejada, la sumisa. La inclinación de Zapatero ante los nacionalistas no llegó más abajo porque se lo impedía el suelo. Su obsequiosidad para con ellos fue desmedida, y humillante a la vista de cómo se lo agradecían. Algunos, con desprecio insolente. ZP, tan gallito y matachín con el PP, se rebaja ante las minorías que impugnan la propia existencia de la Nación que gobierna. Todo un retrato final de su legislatura. Y también de lo que ha sido la relación del Gobierno con la ETA. Ha sido y es.

El flirteo del PSOE con los nacionalistas se atribuye, por lo general, a la necesidad de contar con sus votos. Si fuera así, habría hecho de la necesidad virtud, que ya le vale. Pero lo que hay es una aproximación ideológica de los socialistas a los nacionalistas, con casos de identificación total. Una absorción que ha venido determinada por el vaciamiento de la antigua identidad socialista, con su énfasis en la retórica de la lucha de clases. Obsoleta ésta, el PSOE se ha resistido a ser un partido socialdemócrata, moderado. Sólo ejerce de tal, y con altibajos, en la economía. Para cubrir el resto se ha ido a surtir al almacén del nacionalismo y de la extrema izquierda. Se ha inyectado todas las sustancias alucinatorias producidas en los sesenta y los setenta por la izquierda radical –y norteamericana–. Se ha entregado a los presupuestos nacionalistas. Y ha presentado ese pensamiento reaccionario como el colmo del "progresismo".

Pero nunca es suficiente. No lo es cuando se emprende la carrera del radicalismo. En ella siempre gana el más radical. El PSOE de Zapatero baja la cabeza ante los nacionalistas y extremistas varios, como si pidiera disculpas por no poder llegar al máximo. A declarar ya mismo a España una nación de naciones, a aceptar la autodeterminación, a proclamar la República o a realizar, treinta años después, la famosa ruptura. El PSOE de ZP está, como él mismo, lleno de complejos. Y ello por culpa de su enorme vacío. Se inclina ante los que están dispuestos a salirse con la suya como sea. Es lo que él también desea e intenta, pero no puede conseguir, aún no, del todo.

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