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Juan Carlos Girauta

Indignidad de Rodríguez

Una cosa es admitir que cada Ejecutivo tenga su propia estrategia antiterrorista, y otra muy diferente es preferir los asesinos a las víctimas, cuidar a los primeros y ahogar a las segundas. Este no es un Gobierno respetable.

Rodríguez es claro en sus preferencias, atributo que sólo constituye una virtud cuando tales preferencias son virtuosas. Veamos. En el aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco, el crimen cuya víctima fue España toda (así lo sintieron ciudadanos de las más variadas inclinaciones ideológicas), el presidente no se ha sentido concernido. No se cree obligado a realizar gestos personales, de afecto, de proximidad. Apenas el mínimo formal de la fría y protocolaria condolencia: una carta. Y ya.

Incluso suponiendo que el hombre fuera así por naturaleza, lo lógico sería esperar que algunos miembros de su Gobierno adoptaran espontáneamente actitudes más cercanas para con la familia del mártir. No ha sido así. La total ausencia de gestos es lo llamativo, lo significativo, lo revelador. Los ministros conocen al presidente e interpretan ajustadamente tanto los énfasis como la falta de ellos. Y lo que esta vez han interpretado es que más les conviene no moverse, hacer como si el aniversario no existiera, como si el asesinato no se hubiera perpetrado hace diez años.

Simular, siguiendo el hilo, que el país nunca se echó a la calle a pedir la derrota de la ETA. Ignorar que una masa ideológicamente transversal se plantó ante la visión del terrorismo que había condicionado la política y la opinión desde la Transición. Olvidar, en fin, que la renuncia de su gobierno, su mano tendida a los etarras, su disposición a negociar, su convicción de que a la ETA se la puede convencer, integrar o domesticar, son partes de una estrategia impracticable, perdedora y descartada en julio de 1997 por el pueblo español.

Haber estado haciendo lo que no debían –seguir haciéndolo hoy, por debajo de la mesa– les imposibilita para la dignidad, para el gesto que la familia de Miguel Ángel habría recibido de cualquier Gobierno decente de izquierda o de derecha, de cualquier Gobierno que no tuviera flagrantes motivos para avergonzarse.

Rodríguez y sus ministros han insultado de nuevo a las víctimas del terrorismo y han abundado en lo que ya sabíamos: las víctimas molestan, son un recordatorio de la dignidad y una apelación a la ética que resultan incompatibles con el plan que el PSOE ha diseñado para España. Muy bien, si esa es su opción, que asuman las consecuencias, porque muchos nos plantamos. Una cosa es admitir que cada Ejecutivo tenga su propia estrategia antiterrorista, y otra muy diferente es preferir los asesinos a las víctimas, cuidar a los primeros y ahogar a las segundas. Este no es un Gobierno respetable.

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