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En el ojo del huracán

Después de dos años, muchos británicos siguen negando que el fanatismo religioso sea capaz de tergiversar la mente humana, y creen que el terrorismo yihadista es culpa de su política exterior, de su participación en la guerra de Irak y de su islamofobia.

De poco les va a servir a los británicos cambiar de primer ministro, a uno de los protagonistas de la foto de las Azores y defensor de la "guerra contra el terror" por otro excesivamente cauteloso y blando como Gordon Brown. El nuevo inquilino de Downing Street ha encajado en su gabinete a figuras críticas con la guerra de Irak y con la política de Washington como Mark Malloch Brown, John Denham o David Miliband. Pero no va a evitar que el Reino Unido siga siendo uno de los principales blancos de al-Qaeda, un hecho más patente aún tras los fallidos atentados con coches bomba en Londres y en el aeropuerto de Glasgow.

La sociedad británica parece conmocionada por el arresto de ocho médicos relacionados con estos ataques terroristas. ¡Aquellos que salvan vidas también pueden matar! Tampoco hay porque sorprenderse tanto; después de todo, en las filas de al-Qaeda hay numerosos médicos, como el propio al-Zawahiri. Lo que de verdad les debería conmocionar es que los doce puntos de la estrategia antiterrorista anunciados por Blair tras el 7-J de poco o nada han servido para aplacar o al menos controlar el radicalismo de los jóvenes musulmanes británicos. Los servicios de seguridad del Reino Unido han revelado que vigilan a más de 200 potenciales células terroristas y cerca de 1.600 individuos en el país. Pero en dos años las autoridades sólo han podido deportar a 10 sospechosos de terrorismo, se interponen las leyes, respetuosas con los derechos humanos. Blair fracasó en su estrategia y la amenaza sigue creciendo. Al-Zawahiri ha vuelto a avisar que va a haber más ataques terroristas, además de no gustarle nada que a Salman Rushdie se le otorgara el título de caballero.

Circula la historia de que Brown ha prohibido a sus colegas mencionar la palabra "musulmán" y la frase "guerra contra el terror" en las declaraciones oficiales. El primer ministro lo ha negado enfurecidamente, pero el caso es que la nueva secretaria de interior, Jacqui Smith, en su comparecencia en el Parlamento sobre los recientes ataques terroristas, se refirió a ellos como "actos criminales". Y el nuevo ministro de Seguridad, Alan West, fue más directo y en una entrevista en el Sunday Telegrah afirmó que odiaba la expresión de "guerra contra el terror" y que tampoco le gustaba hablar de "comunidad musulmana".

Después de dos años, muchos británicos siguen negando que el fanatismo religioso sea capaz de tergiversar la mente humana, y creen que el terrorismo yihadista es culpa de su política exterior, de su participación en la guerra de Irak y de su islamofobia. La realidad es que están utilizando las propias instituciones y procedimientos democráticos para derrotarlos, y las deportaciones sólo son un ejemplo. Brown ha dicho que lo más importante es ganar "los corazones y las mentes". Ni que fuera tan fácil. Ni que fuera otra cosa que un eslogan.

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