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Crimen y castigo

El presidente ruso no está acostumbrado a que nadie le reproche. Hasta ahora Occidente ha sido en exceso tolerante con Putin; va siendo hora de que se acabe con tanta indulgencia.

"Le miré a los ojos...y pude ver su alma". Era noviembre de 2001. George Bush compartía con Vladimir Putin una barbacoa en su rancho de Texas. "Es un honor para mí dar la bienvenida a un nuevo prototipo de líder. Un reformista, un hombre que quiere a su país tanto como yo al mío". Quien lo diría después de los numerosos improperios que ha lanzado el presidente ruso en los últimos meses contra Estados Unidos. Pero también contra cualquiera que se le pusiera por delante, dentro y fuera de su país, ya sea en el ámbito diplomático, político o económico.

¿Qué ha cambiado, si es que algo ha cambiado? Este líder de mentalidad soviética busca desesperadamente respeto, quieren que le traten con la misma pleitesía que a Bush y a Norteamérica. Pero Washington prefiere ignorarlo. Ya en 2003, Condoleezza Rice dijo que dejaba de lado las bromas antiamericanas de Moscú, que no merecía la pena enfadarse. A principios de este año Putin comparó la hegemonía de Estados Unidos con la del Tercer Reich y amenazó con redigirir sus armas nucleares contra Europa. La Casa Blanca prefirió ignorar los comentarios. Más aún, intentó distender las relaciones con una cumbre en Kennebunkport en la Putin volvió a disfrutar de la hospitalidad de la familia Bush.

Pero Putin tenía que desairar tanta hospitalidad y, coincidiendo con el encuentro, Moscú anunció la suspensión de su participación en el Tratado de Armas Convencionales en Europa en protesta por los planes norteamericanos de desplegar un escudo antimisiles en Europa Oriental. Washington no ve indicios de una nueva guerra fría, aunque los medios se empeñen en ello.

Putin desea fervientemente en que el mundo respete y haga tratos con una Rusia fuerte, y para ello se codea con el antiamericanismo de Venezuela, Siria e Irán, entre otros. Pero en su camino hacia la gloria se ha interpuesto la muerte de la periodista Anna Politkovskaya, el encarcelamiento del cabeza de Yukos, la oposición de Kasparov, el chantaje a las empresas extranjeras que quieren invertir en el país o sus encontronazos con las pequeñas democracias fronterizas como Estonia.

Ahora las hostilidades de Rusia están dirigidas contra el Reino Unido. Moscú rechaza extraditar a Alexei Logovoy para ser acusado del envenenamiento de Alexander Litvinenko, ex agente soviético y ciudadano británico. Londres ha respondido expulsando a cuatro diplomáticos rusos de su país y desde el Ministerio de Exteriores ruso dicen no entender la posición del gobierno británico: "¡Van a sacrificar las relaciones comerciales y de educación a causa de un solo hombre!" El presidente ruso no está acostumbrado a que nadie le reproche. Hasta ahora Occidente ha sido en exceso tolerante con Putin; va siendo hora de que se acabe con tanta indulgencia.

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