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EDITORIAL

Navarra, más sombras que luces

El nuevo ejecutivo de Sanz nace incapaz de cumplir su programa y a merced de los cálculos electorales de Rodríguez Zapatero, que imposibilitan la disolución del parlamento navarro

En los sistemas parlamentarios, la elección del presidente del Ejecutivo suele inaugurar un periodo de estabilidad institucional truncado sólo en ocasiones por cambios en el grupo o grupos que apoyan al Gobierno o por una moción de censura. No ha sido así en Navarra, donde Miguel Sanz, presidente de la Diputación Foral gracias a los votos de su partido, Unión del Pueblo Navarro, de la Coalición de Demócratas de Navarra de Juan Cruz Alli y del decretado y polémico voto en blanco más una abstención del PSN de Carlos Chivite, ni despeja dudas sobre el futuro inmediato de esta región ni aclara las intenciones del PSOE a la hora de pactar con fuerzas políticas cuya plataforma consiste en un rechazo frontal a los principios de la Constitución de 1978.
 
Ante este panorama, Sanz podría haber optado por no presentar su candidatura, lo que en vista del veto al acuerdo entre el PSN y los anexionistas de Nafarroa Bai, habría resultado en la convocatoria de nuevas elecciones en la Comunidad Foral. Sin embargo, la sospecha de que Ferraz, en un nuevo giro, hubiera aprovechado esta circunstancia para autorizar a última hora un gobierno de coalición con comunistas y vasquistas, habrá pesado en el ánimo del político a la hora de decantarse por un gobierno en minoría y sin ningún acuerdos con la oposición que garanticen la gobernabilidad de Navarra.  
 
El nuevo ejecutivo de Sanz nace incapaz de cumplir su programa y a merced de los cálculos electorales de Rodríguez Zapatero, que imposibilitan la disolución del parlamento navarro antes de las elecciones generales, sean éstas convocadas en otoño de este año o en marzo del próximo. Conviene recordar que la legislación navarra impide elecciones anticipadas durante la primera sesión del Parlamento, que concluye en Diciembre, y prohíbe que aquéllas coincidan con las generales.
 
Por tanto, el arma esgrimida por Sanz en su discurso de investidura equivale a una bala de fogeo frente a la letal moción de censura que los socialistas podrían activar en cualquier momento, y que no sería difícil contara con la mayoría absoluta necesaria para prosperar, lo que abriría la puerta a un gobierno cuya agenda incluiría la propia desaparición de Navarra como Comunidad Autónoma para su anexión al País Vasco.
 
Maniatado y sometido a continuo chantaje, Sanz comienza un paseo por la cuerda floja que ya ha sido aprovechado por el PSOE para señalar presuntas quiebras entre UPN y el PP, extremo incierto, pues el liderazgo del Gobierno de España en la lucha antiterrorista afirmado por Sanz no es cuestionado ni por Mariano Rajoy ni por nadie. Al contrario, lo que la oposición y la mayoría de los españoles piden a Rodríguez Zapatero es que lo ejerza de forma efectiva, algo que todavía está por ver. Para fractura, la del PSN, que a este paso podría quedarse en el esqueleto de sus 12 diputados en el Parlamento Foral y los concejales repartidos por la región.
 
Más allá del acierto o error de Sanz al optar por asumir el gobierno en unas circunstancias tan precarias, esta crisis revela la profunda incoherencia del PSOE, incapaz de ofrecer a los ciudadanos un programa claro y un proyecto común para todos a pesar de estar a punto de concluir una legislatura en el Gobierno de la nación. Y lo que es peor, no parece que esta situación vaya a cambiar a mejor en los próximos meses.  

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