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Antonio Sánchez-Gijón

La cara y la cruz de Hamás

Las imágenes de los palestinos disparando tiros al aire con cualquier motivo, banal o trágico, es posiblemente la que, después de los ataques suicidas contra Israel, más han perjudicado su causa.

Recojamos una pepita de oro entre la ganga político-social que todos los días arrojan las arenas de Gaza, el territorio palestino enteramente dominado por el movimiento extremista Hamás.

La pepita. Quince individuos que celebraban una despedida de solteros en Beit Hanun fueron detenidos por disparar tiros al aire, "rompiendo así la paz pública", y cuatro de ellos quedaron acusados formalmente de otros delitos, como explicó el viernes un portavoz de la "fuerza ejecutiva" de Hamás, que impone su orden en la disputada franja. En efecto, Hamás (no debe olvidarse que es titular del Gobierno legal de Palestina, aunque haya perdido el dominio de Cisjordania) había prohibido hace poco los tiros al aire como expresión del regocijo público o privado.

Las imágenes de los palestinos disparando tiros al aire con cualquier motivo, banal o trágico, es posiblemente la que, después de los ataques suicidas contra Israel, más han perjudicado su causa. Esas expansiones sin ton ni son arrojan el perfil de un pueblo poco serio, que se deja llevar por sus emociones, recreándose en un exhibicionismo machista y ridículo. Nada que ver con el exhibicionismo "festero", reglado y pasajero, que se permiten los pueblos de nuestra costa levantina, y que en sus ruidosas fiestas de moros y cristianos usan petardos y no balas.

A la opinión pública exterior no se le escapa el hecho de que el uso caprichoso de armas de matar no quiere ser sólo una manifestación de júbilo. Es también una amenaza. El efecto subliminal de todo esto es una frustración que podemos sintetizar en esta sentencia: con esta gente no se va a ninguna parte. No solo está la perturbación de la paz y el reposo público, sino el dispendio de unos recursos escasos, el mensaje subliminal de que en las armas está la solución, y la complacencia en el ruido y el escándalo como forma de llamar la atención del mundo al propio ombligo, como si fueran eternos adolescentes.

Y ahora la ganga. La fiesta rota por la irrupción de los "ejecutivos" de Hamás la celebraban afiliados de Fatah, el movimiento opositor que ahora controla Cisjordania. Esta intervención no era, pues, enteramente desinteresada. Lo peor es que los agentes de Hamás hicieron lo mismo que querían reprimir: irrumpieron en la fiesta pegando tiros al aire y además golpearon a los celebrantes con sillas y mesas. Hamás ha intentado aplicar un remedio lenitivo del mal palestino. Ahora falta que él también se lo trague.

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