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EDITORIAL

Dos golpes más contra la teoría del calentamiento

Destruir una parte importante de la prosperidad del mundo en esquemas socialistas de restricción de la actividad humana es malo de por sí. Pero resulta criminal si encima es innecesario.

La verdad científica sobre la teoría del calentamiento global provocado por el hombre ya está establecida, aseguran Al Gore y los demás ecologistas. Criticarla se ha convertido ya en algo arriesgado. Los titulares de los periódicos no dejan de darla por sentada. Sin embargo, cada dos por tres aparecen nuevos datos que permiten ponerla en duda. Durante esta semana hemos conocido varios, dos de ellos muy importantes.

Primero, el registro de temperaturas de Estados Unidos tuvo que corregir sus datos, especialmente los de los últimos años, cuyas temperaturas medias descendieron más de lo que la ONU dice que bajaría si se aplicara el protocolo de Kyoto. Y es que, aunque su coste es inmensamente superior al de adaptarse a un clima más cálido si éste llega, el protocolo sólo retrasaría seis años el aumento de la temperatura, según las cifras que dan sus defensores. Resulta especialmente vergonzoso que, además, las correcciones de Steve McIntyre no hayan sido notificadas a la prensa, aunque fuera con menos bombo y platillo que aquello de "1998 ha sido el año más caluroso del milenio". Al final, ni siquiera del siglo.

Segundo, un estudio de Stephen Schwartz ha evaluado mediante métodos empíricos –en lugar de emplear modelos climáticos, que no dejan de ser una hipótesis y no el mundo real– que el efecto del dióxido de carbono sobre la temperatura es un tercio de lo anunciado a bombo y platillo por el IPCC. Además, los efectos de las emisiones tienen lugar antes de lo que se pensaba, por lo que el anuncio apocalíptico de que hay que actuar antes de diez años porque, en caso contrario, lo que hayamos emitido nos conducirá directamente al desastre se queda en nada.

Además, recientemente se ha puesto en marcha una iniciativa para observar las condiciones en que están las estaciones meteorológicas; decenas de estadounidenses han acudido con sus cámaras de fotos a los lugares donde éstas se encuentran. Lo que han mostrado es sorprendente: muchas se hallan junto a los escapes de aparatos de are acondicionado y algunas están en aparcamientos de asfalto, además de muchos otros lugares inadecuados que no pueden sino provocar que las temperaturas de las que informan sean más altas de lo debido. Y otro estudio del climatólogo Roy Spencer ha averiguado que uno de los factores que se consideraba que aumentaba la temperatura en las zonas tropicales, en realidad la disminuye.

Todo esto, no obstante, no detendrá a los famosos que ahora hablan del calentamiento global como antaño se apuntaron a otro tipo de causas ecologistas que les permitían quedar bien sin hacer ningún esfuerzo, especialmente intelectual. Su hipocresía queda especialmente al descubierto cuando adoptan una causa en la que exigen a los demás cambios en su forma de vida que no están dispuestos ni de lejos a tenerlos en cuenta en la suya. Quieren que no volemos y gastemos poco en gasolina, pero no se privan de viajar en jets privados. Y lo más gracioso es que la izquierda les aplaude por ello.

Si hay algo que sabemos con certeza es que el coste de actuar, tal y como exigen los ecologistas y Kyoto que hagamos, es mucho más caro que el de no hacer nada. No existe, por tanto, razón alguna para no seguir investigando el clima, sobre cuyo comportamiento seguimos teniendo muchas más preguntas que respuestas, antes de obligar a personas y empresas a adoptar cambios draconianos, que encima impedirían el desarrollo del Tercer Mundo. Destruir una parte importante de la prosperidad del mundo en esquemas socialistas de restricción de la actividad humana es malo de por sí. Pero resulta criminal si encima es innecesario.

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