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Charles Krauthammer

El debate sobre Irak aterriza

Un buen número de observadores equilibrados, tanto críticos como partidarios de la guerra, están de acuerdo en que el incremento gradual ha rendido un progreso militar considerable, mientras que a nivel nacional el Gobierno Maliki sigue siendo un desastre

Después de varios meses totalmente surrealistas, el debate de Irak ha recuperado de forma bastante repentina la vinculación a la realidad. Tras la victoria demócrata del pasado noviembre, senadores republicanos presa del pánico empezaron a peinar el diccionario en busca del término adecuado con el que expresar con precisión el matiz con el que establecer con exactitud la distancia acertada con respecto a la política de Irak del presidente, mientras los demócratas de Murtha buscaban el recoveco legislativo adecuado para forzar una retirada de Irak sin aparentar estar haciéndolo.

En el último mes, sin embargo, después de que haya surgido un consenso sobre la realidad de lo que está pasando en Irak, se ha iniciado un debate razonado. Un buen número de observadores equilibrados, tanto críticos como partidarios de la guerra, están de acuerdo en que el incremento gradual ha rendido un progreso militar considerable, mientras que a nivel nacional el Gobierno Maliki sigue siendo un desastre.

El informe más reciente procedente del campo de batalla viene de Carl Levin, presidente demócrata del Comité de las Fuerzas Armadas del Senado y feroz crítico de la guerra de Irak. Regresó diciendo esencialmente lo que ya hemos escuchado a Michael O'Hanlon y Kenneth Pollack, de la Brookings Institution, y a varios congresistas de izquierdas, el último de los cuales ha sido Brian Baird.: Al-Qaeda ha recibido un serio revés al cambiar de bando los líderes tribales sunitas de Anbar, Diyala y otras provincias.

Mientras los críticos reconocen la mejora militar, la administración está por fin empezando a reconocer la realidad política de que el Gobierno Maliki es infumable. El propio consejero de seguridad nacional de Bush lo había llegado a decir en un memorando filtrado el pasado noviembre. Otros y yo llevamos meses argumentando eso. Y cuando Levin regresó de Irak y reclamó abiertamente al Parlamento de ese país que disolviera el Gobierno Maliki, el presidente se abstuvo intencionadamente de contradecirle.

Esta convergencia sobre la situación real en Bagdad hará menos dramático el tan esperado momento Petraeus del mes que viene. Sabemos lo que el general y el embajador Ryan Crocker van a decir cuando testifiquen ante el Congreso porque otras múltiples fuentes ya nos han dicho qué está sucediendo en Irak.

Por supuesto, Harry Reid y demás congresistas de extrema izquierda negarán esa realidad tan inconveniente. Reid continuará calificando el incremento de tropas como un fracaso, como ha venido haciendo desde antes incluso de que comenzara. Y la izquierda continuará retratando al general David Petraeus como un comandante sin escrúpulos totalmente dispuesto a enviar a sus tropas a una batalla imposible de ganar con tal de impulsar sus ambiciones políticas, aunque no quede muy claro de qué le iba a servir eso.

Pero las voces serias prevalecerán. Cuando hasta la principal candidato presidencial demócrata reconoce, aunque haya sido bien tarde, que el incremento "está funcionando" en la lucha contra la insurgencia, y cuando Petraeus en persona reconoce que el incremento no puede continuar indefinidamente, haciendo inevitable una reducción de las tropas en algún momento a mediados del año que viene, los términos en que se desarrolla el debate de Irak se reducen y la pregunta política se simplifica: ¿qué hacemos ahora mismo: continuar con el incremento o ajustarlo e iniciar la retirada?

Personas serias como Levin argumentan que con un gobierno iraquí disfuncional y sectario nunca podremos lograr la reconciliación nacional. Por tanto, los actuales éxitos militares se tornarán efímeros.

El problema de este argumento es que confunde el largo plazo con el corto. A largo plazo, tendrá que haber un Gobierno de unidad nacional. Pero a corto plazo, nuestra premisa de que éste era imprescindible para aplacar a la insurgencia resultó ser falsa. Los sunitas se han revuelto contra Al Qaeda y gradualmente están cambiando de bando en ausencia de cualquier acuerdo en Bagdad sobre el petróleo, el federalismo o la des-baazificación.

En el ínterin, el incremento está impulsando nuestros dos objetivos inmediatos en Irak: derrotar a Al Qaeda en Irak y evitar la aparición de un mini-estado de Al Qaeda, y pacificar a la insurgencia sunita, que fue la que comenzó la espiral de matanzas sectarias, estancamiento económico y reconstrucción abortada tras la liberación.

Levin acierta en que necesitamos un verdadero Gobierno nacional en Bagdad para lograr nuestro objetivo último, que O'Hanlon y Pollack llaman "estabilidad sostenible". La administración había esperado en vano que el incremento proporcionase una ventana para que el Gobierno Maliki se reformase y cumpliera ese papel. No lo hará.

Deberíamos haber abandonado a Maliki hace tiempo y empezado a trabajar con otros partidos en el Parlamentó iraquí para disolver el Gobierno, ya fuera mediante una nueva coalición de partidos menos sectarios o, como ha sugerido Pollack, mediante nuevas elecciones.

La elección es difícil porque reemplazar al Gobierno Maliki llevará tiempo y además no hay garantías de éxito político final. No obstante, continuar el incremento mientras intentamos por fin cambiar el Gobierno central es la elección más racional, porque la única alternativa disponible es la derrota; una derrota que no es inevitable en absoluto y que sería tan catastrófica como autoinfligida.

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