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EDITORIAL

Las voces que oye Zapatero

En la próxima cita con las urnas, además de otros dilemas, nos jugaremos la elección entre los problemas reales de los españoles y las fantasías de un iluminado.

Comienza el último curso político de la legislatura Zapatero, abocado hacia las elecciones generales cuya fecha es todavía una incógnita. Y el presidente del Gobierno de la aún España no ha querido dejar pasar la ocasión para que El País le conceda entrevistarle. Se diría que Zapatero ha hablado de todo, pero sería más preciso decir que no ha hablado de nada.

De nada que tenga relación con la realidad, al menos. Porque las respuestas del socialista provocan estupor ante la constatación de la disociación, prácticamente completa, entre el discurso (llamémosle así) de Zapatero y la realidad. Extensa como es la entrevista, las pruebas de esa independencia del presidente respecto de lo que ocurre en España, de ese estado de aislamiento y cerrazón, son muy numerosas. El síndrome monclovita de divorcio del inquilino con la realidad parece haber afectado pronta y profundamente a Rodríguez Zapatero.

Valgan como muestra que Zapatero dice que “los tipos de interés y el Euribor deben haber tocado techo”, que “estamos creando un país más competitivo” pese a que esa rúbrica de nuestra economía es vista por muchos como uno de sus principales problemas, que la crisis hipotecaria estadounidense no tiene aquí influencia alguna. Dice quien quiere cercenar el derecho de los españoles a fumar o beber vino que él ha ampliado la libertad individual. Hay un punto en el que el periodista comparte con él las críticas sobre su pobre ejecutoria diplomática en Iberoamérica y Zapatero responde diciendo: “Yo no he escuchado esas voces”. ¿Qué voces escucha Zapatero? ¿Qué le dirán? ¿De qué le protegen?

Como si fuera una máquina desprovista del “alma” con que justifica su negociación con ETA, cuando se encuentra con alguna dificultad se queda sin respuestas. No es ya que se resista a aceptar ninguna crítica, como recoge el diario, es que parece perder la capacidad de raciocinio. Si por un lado defiende la negociación, por otro dice que no hay ni puede haber nada que negociar. Si poco después se saca de la manga el discurso de firmeza frente a los asesinos y el periodista le pregunta que si eso no le recuerda al que mantuvo el anterior presidente, Zapatero dice que “no estamos peor” que entonces, como si su respuesta se refiriera a la pregunta. Llega a desmentirse a sí mismo cuando dice que la de permitir gobernar a UPN en Navarra es una decisión que él tuvo desde el principio.

El presidente del Gobierno ha perdido contacto con la realidad y produce algo más que inquietud preguntarse hasta qué punto. Es lógico que, cuando tiene que llamar a sus potenciales votantes, apele a la confianza en su persona y en su proyecto. Su discurso no se puede asir a la realidad y no permite un análisis más o menos racional, por lo que tiene que apelar a la relación personal; a la fidelidad, a la confianza. Todo ello, más su pretensión de cambiar el país en unos pocos años provocando cambios que considera que normalmente llevarían décadas da la idea de hasta qué punto este hombre es un iluminado, una persona fascinada por sus ensoñaciones de transformación, de la que los problemas de los ciudadanos o la misma realidad de España quedan infinitamente alejados. En la próxima cita con las urnas, además de otros dilemas, nos jugaremos la elección entre los problemas reales de los españoles y las fantasías de un iluminado.

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