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José María Marco

El proyecto de los monstruos

Como nuestros pedagogos desprecian el esfuerzo, el mérito y la competencia, se les inculcará a los niños que el trabajo no vale la pena, algo destinado a los tontos, a los imbéciles.

Cuando los niños hablan de la vuelta al colegio, como ahora lo hacen en todas las televisiones, dicen cosas interesantes. Unos están contentos porque piensan que hay "demasiadas vacaciones", es decir, que quieren trabajar. A otros les gusta el orden que impone un horario: "Lengua, Sociales, Recreo, Ciencias", he oído decir a uno de ellos con los ojos brillantes, casi relamiéndose, como quien recita los platos de la carta de un gran restaurante. Hay niños que expresan su ilusión por lo mucho que van a aprender. Y otros que están contentos de volver a ver a sus amigos.

Todo se lo van a frustrar Rodríguez Zapatero y su Gobierno de frikis retroprogresistas, como los ha calificado Iñaki Ezquerra.

Como nuestros pedagogos desprecian el esfuerzo, el mérito y la competencia, se les inculcará a los niños que el trabajo no vale la pena, algo destinado a los tontos, a los imbéciles.

En cuanto al orden, no hay categoría más represiva. ¿Qué mejor que el desorden creativo de donde surgen los instintos primeros, los más creativos e innovadores del ser humano?

Lo de aprender es una broma. La escuela socialista sigue inspirada en lo que los institucionistas llamaron la "enseñanza intuitiva", un asunto que ya los enfrentó, en los años ochenta del siglo XIX, a todo un congreso de maestros nacionales. Hoy la "enseñanza intuitiva", que se desarrolló en Occidente a partir de los experimentos anticulturales de 1960, está de capa caída en todo el mundo. En los países nórdicos y en Gran Bretaña dieron marcha atrás en la "escuela comprensiva", que viene a ser algo parecido. En Estados Unidos la reacción ha venido de la propia sociedad, con el movimiento de la educación en casa –es decir una objeción masiva a la totalidad de la escuela pública– y con los tests de control impuestos desde el Gobierno federal. En Francia, Sarkozy acaba de publicar su Carta a los Maestros. Denuncia el desprecio por la personalidad del niño propia de la educación de los últimos años y aspira a poner el punto y final definitivo, histórico, a la degradación de la enseñanza pública. En España, vamos al revés, empeñados en lo que el resto del mundo considera un fracaso.

Quedan los amigos, los amigos de los niños. Tampoco aquí los chiquillos están de suerte. Los nacionalistas les perseguirán en el recreo con pegatinas y les inducirán a denunciar a quienes sean distintos, exactamente como ocurrió en el Tercer Reich. Hasta ahí aspiran a llegar las políticas desarrolladas al amparo de Rodríguez Zapatero.

Por si fuera poco con todo esto, la "asignatura" de Educación para la ciudadanía inculcará a los niños el odio hacia ellos mismos, hacia las familias en las que se han criado, hacia sus padres, hacia lo que son. Es un paso más, de enorme importancia, en el proceso de batasunización de sectores enteros de la sociedad española que han puesto en marcha los socialistas.

El proyecto de Rodríguez Zapatero, fundamentalmente ideológico, sigue una de las grandes líneas de la ideología propia del siglo XX: negar la naturaleza humana. Eso ayuda a entender uno de sus motivos –el rencor, el rencor inagotable– y su capacidad para crear aberraciones, monstruos... frikis.

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