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Lo que debemos a Bush

Se puede afirmar que, sin los frentes abiertos en la retaguardia islamista, terroristas de todo el mundo estarían llegando a Europa en vez de a Irak y Afganistán.

El terrorismo islámico podrá tener muchos secretos y ser un misterio para los occidentales. Pero no puede sustraerse a las leyes de toda acción política violenta: necesita santuarios, sitios seguros desde donde planificar atentados y asesinatos por todo el mundo. Desde la calma de éstos, proyectar la violencia hacia otros países árabes o hacia los occidentales es relativamente sencillo.

La guerra contra el terror declarada por Bush tuvo desde el principio como objetivo llevar la guerra a esos santuarios. No sólo por justicia, sino por simple sentido común estratégico; si el terrorista busca acabar con nosotros en nuestras ciudades, nosotros lo combatiremos en sus mismos cuarteles generales, estén donde estén.

Ahora, seis años después del 11-S, el esfuerzo islamofascista está centrado en recuperar sus lugares seguros o en tratar de construir y cimentar otros. No sólo en Afganistán; la guerra de Irak está distrayendo los esfuerzos yihadistas, tragándose buena parte de sus recursos morales y materiales. Se puede afirmar que, sin los frentes abiertos en la retaguardia islamista, terroristas de todo el mundo estarían llegando a Europa en vez de a Irak y Afganistán.

Hoy, soldados norteamericanos mueren combatiendo en su territorio a aquellos que, si pudieran, matarían en el nuestro. El islamofascismo está ocupado, no sólo en la ofensiva sobre nuestras ciudades –caso de Alemania en fechas recientes–, sino enredado en defender lo que considera su retaguardia. Hoy, la guerra se está librando más allá que aquí. Algo que todos debemos a Bush, incluso la izquierda europea y norteamericana que se manifiesta histérica contra él. No estaría de más que lo supiesen.

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