Menú
EDITORIAL

Maragall, Zapatero y el Estatuto

Que en una democracia cuestiones principales de Estado estén subordinadas a los navajazos dentro de un partido es inaudito e intolerable

Lo que sucediera tras las bambalinas de Moncloa allá por la primavera de 2006, en los prolegómenos del referéndum del Estatuto de Cataluña, es ya un poco menos secreto. Según asegura Pasqual Maragall, a la sazón presidente de la Generalidad y principal promotor del polémico texto, fue el propio Zapatero, valedor del mismo en Madrid, el que planeó un curioso recambio: la aprobación del Estatuto por la dimisión de su artífice. Aparentemente carece de sentido pero no tanto si se mira a través de la óptica florentina y traicionera que Zapatero utiliza en todos sus actos de gobierno.

Pasqual Maragall era un incordio al frente de la autonomía catalana. Sus continuas salidas de pata de banco, sumadas al carácter casi mesiánico que el viejo líder socialista ensayaba ante el electorado, le hacían merecedor de la más absoluta desconfianza y recelo por parte de Ferraz. Y es que en la sede del PSOE eran perfectamente conscientes de que el perfil de Maragall era muy adecuado para bregar en la oposición, pero poco o nada conveniente para acompañar a un Gobierno socialista en toda España. Maragall pertenecía a otra época, a otra generación y, lo más importante, contaba con lealtades propias muy lejanas del aparato en Madrid y Barcelona, perrunamente fieles ambos a las directrices de Zapatero y de su secretario de Organización.

No por casualidad fue José Montilla el elegido para suceder a Maragall en las listas del PSC. Un hombre de la casa, criado en la tradición socialista del cinturón industrial de Barcelona y devoto de Zapatero, a quien había servido como ministro de Industria durante dos años. El Estatuto, concebido para desgastar a un Gobierno de Mariano Rajoy salido de las urnas el 14 de marzo de 2004, perdió parte de su atractivo con la inesperada victoria socialista. La primera víctima del Estatuto fue, paradójicamente, su propio autor, cuya fecha de caducidad había vencido cuando los catalanes fueron convocados a las urnas el 18 de junio de hace un año.

No obstante, que los cálculos políticos dentro del PSOE jubilasen anticipadamente a Pasqual Maragall no quita ni un ápice de gravedad al hecho en sí. Es decir, que en una democracia cuestiones principales de Estado estén subordinadas a los navajazos dentro de un partido es inaudito e intolerable. Ni Cataluña ni el resto de España son fincas al servicio del PSOE y, naturalmente, ni Maragall ni Montilla son sus guardeses. Zapatero debe dar explicaciones tan pronto como vuelva de Nueva York, ya para rectificar las palabras de su compadre catalán, ya para reafirmarse en ellas. Ninguno de los dos extremos nos sorprendería, pues el proceso de cesarización de Zapatero se encuentra a estas alturas, y mal que nos pese, en un estadio irreversible.

En España

    0
    comentarios