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Juan Carlos Girauta

Quebradiza libertad

Vargas Llosa habló de un viejo y conocido criminal: el colectivismo, que una vez se fundó en la raza dejando millones de cadáveres, que otra vez se basó en la clase social multiplicando pavorosamente la estadística, y que hoy y aquí se llama nacionalismo.

Las señoritas Cañigueral y Oliva, jóvenes diputadas de ERC, gozaron de sus quince minutos de gloria al proponer en el Congreso la reforma del Código Penal para que los separatistas puedan prender sin riesgo sus piras reales mientras anuncian a Juan Carlos I un final a lo Luis XVI.

Son dos diputadas muy graciosas. El otro día se partían de risa en el pleno mientras intervenía Acebes. Simulaban que encendían un mechero y le acercaban su foto favorita. Cerca, Joan Puig, otro que es la monda, elevaba las manos exhibiendo imaginarias esposas.

Entre pira y carcajada, sujetos semejantes nos gobiernan, niegan la catalanidad del adversario local, erradican el castellano de la vida pública. Actúan con la ilusoria gallardía de los afortunados a quienes ni las sombras plantan cara. Si antaño asediaron la COPE usando el Congreso de los Diputados como base de operaciones, hogaño se han manifestado en la Plaza de Colón sin que nadie les tosiera.

Los tres citados supra ostentan la representación de todos los ciudadanos de España con el fin de ciscarse en su unidad y, de paso, en todos nosotros. Bendecidos por el PSOE, tienen Cataluña por coto vedado. Acogen ex terroristas ufanos en el aparato y llevan en sus listas a tipos que profieren amenazas de muerte. Una pequeñez que no se molestan en condenar, así que su coto puede acabar siendo de caza.

Tenemos un problema: un diseño legal defectuoso que promueve la sobrerrepresentación de lo diminuto y protervo, el ensalzamiento de lo poco y malo, la magnificación de lo peor. El sistema fomenta a quienes se jactan de violar las leyes, desvirtúan la representación democrática y contaminan las instituciones. Como el sancionado ex notario López Tena, vocal del CGPJ a propuesta de CiU (que ya había hecho pleno con Pascual Estevill): tras acusar a España de genocidio e inventarse un robo anual a Cataluña de 19.200 millones de euros (¿seguro que no se deja nada?), ha asumido las "ideas" de Rubianes.

Como formuló conciso Mario Vargas Llosa el pasado lunes en Barcelona tras recibir el XIII Premio a la Tolerancia, "el nacionalismo es enemigo de la democracia". El escritor cargó de nostalgia el salón enmudecido de un hotel del Paralelo; nostalgia por su Barcelona de los setenta, nuestra ciudad perdida. Luego habló de un viejo y conocido criminal: el colectivismo, que una vez se fundó en la raza dejando millones de cadáveres, que otra vez se basó en la clase social multiplicando pavorosamente la estadística, y que hoy y aquí se llama nacionalismo.

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