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José Vilas Nogueira

De himnos y banderas

Si todo aficionado al fútbol tiene su propia selección, todo adicto al arbitrismo político tiene su propia letra. ¡Con el caos en que está sumido el caótico país, como para inventar letras estamos!

Un periódico sigue documentando gráficamente los incumplimientos de la llamada ley de banderas. Si quiere agotar la serie de fotos de todos los edificios públicos en los que no se respeta, en dos años no acabará. El Partido Popular, y creo que también los nuevos partidos constitucionalistas, Ciutadans/Ciudadanos y UPD, exigen que se que se cumpla la Constitución y la ley. El PSOE, pese a haber recuperado cierto tono constitucionalista (esperemos que no sea flor de un día), prefiere no "crispar" y no usar "partidistamente" los símbolos de todos.

Estupendo ejemplo de sofística política. Los símbolos de todos no pueden imponerse, pero los símbolos de algunos (las banderas autonómicas) sí, incluso en versiones corregidas por los independentistas. Tampoco nadie puede sentirse agraviado por la exhibición de la bandera de la II República (¡tan arraigada en la historia española!), pero tal eximente no alcanza al estampado sobre la bandera del Águila de San Juan (que, pese a su antiguo y noble origen, ha sido contaminado sin remedio por la ignominia de su uso franquista).

De la omisión de su exhibición, algunos han pasado a prenderle fuego. Y, para economizar esfuerzo y combustible, han incorporado en unidad de acto la efigie del Rey. El PP, irremediablemente adicto a la crispación, ha denunciado enfáticamente el ataque al Jefe del Estado y a la monarquía. Hace uno o dos años Zapatero habría reconvenido seriamente a los pirómanos su desatinada conducta, pues "nuestro Rey es muy republicano". Pero, como dije, afortunadamente, el Gobierno parece haberse reconvertido al constitucionalismo. Son hechos de "minorías" no significativas (pese a gobernar con ellas en algunas autonomías y municipios). Otro estupendo ejemplo de sofística: las minorías no significativas pueden saltarse la Constitución y las leyes, cuando les pluguiere.

Vayamos al deporte de competición que, por desazonador que pueda resultar, es uno de los más importantes elementos de identidad colectiva de los tiempos modernos. Los nacionalistas de diversas comunidades autónomas llevan años con la tabarra de que quieren selecciones deportivas "nacionales" propias. Tienen valedores poderosos en las federaciones nacionales (españolas) y, últimamente, la fortuna de un secretario de Estado para el Deporte cuyo trabajo se limita a recorrer el mundo como espectador deportivo VIP. No lo han conseguido todavía, pero si lo logran sus deportistas podrán cantar sus respectivos himnos. Son "naciones" sin Estado, pero con himno.

España, en cambio, es una nación con Estado, pero sin himno (cantable). Esta infeliz circunstancia apesadumbra mucho a nuestros deportistas y mina su afán de victoria. Así que, ni corto, ni perezoso, el Comité Olímpico Español decidió poner letra al himno nacional. Pero, hubieron de incorporar velis nolis a la Sociedad General de Autores y Editores, pues, según razonaron, la letra del himno no debe dejarse en manos de aficionados. A la tarea se ha sumado otra mucha gente, menos interesada y desprejuiciada. Dado que la cosa empezó con el deporte, no debe extrañar la comparación: si todo aficionado al fútbol tiene su propia selección, todo adicto al arbitrismo político tiene su propia letra. ¡Con el caos en que está sumido el caótico país, como para inventar letras estamos! Pero si no hubiese otro remedio, votaría por la propuesta de Fernando Arrabal (El Mundo, requiere suscripción). Al menos, tendría la ventaja de que nadie sería capaz de aprenderla.

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