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EDITORIAL

La ETA, otra vez

Si Zapatero está dispuesto a enfrentarse al terrorismo que lo haga, pero que no se traicione a sí mismo dos minutos después tratando de arañar los votos de su electorado más radical

La ETA reaparece en Bilbao, y lo hace mediante el único idioma que conoce a fondo, el único que habla y el único que entiende: la violencia. Lo demás son juegos florales y buenismo progre de la peor especie. La ETA sólo quiere una modalidad de paz, su paz, la de los cementerios, la que ha estado a punto de conseguir gracias al entreguismo y la debilidad del Gobierno. Estos son los hechos, y los etarras se empeñan cada mes que pasa en recordárnoslos de la manera más dolorosa posible. Ayer fue en Bilbao mediante una bomba lapa que hizo explotar el coche en el que viajaba un escolta. Mañana puede ser en cualquier lado y cualquiera puede ser la víctima. La ETA propone y la mala suerte dispone.

Ante tal desafío sólo existe una receta, la de la Ley, sin atajos, sin pensar que todo está hecho con soltar cuatro grandilocuencias delante de las cámaras de televisión. Si, como apuntábamos antes, la lengua propia de la ETA es la violencia, la del Estado de Derecho ha de ser la firmeza. Quizá sea este el extremo que el Gobierno no termina de entender del todo bien. No vale decir un día que se perseguirá a los terroristas y se les meterá en la cárcel y al siguiente hablar de "conflictos políticos" insistiendo en la cantinela del diálogo, una falacia inmensa que el Gobierno no se cansa de sobar. Si Zapatero está dispuesto a enfrentarse al terrorismo que lo haga, pero que no se traicione a sí mismo dos minutos después tratando de arañar los votos de su electorado más radical.

Cualquier español medianamente bien informado sabía que la banda terrorista iba a hacer acto de presencia en los días previos a la Hispanidad. Empezando por el ministro que, a modo de premonición, anunció la posibilidad de atentados horas antes de que la bomba estallase en Vizcaya. Por eso mismo, y porque los etarras tienen nuevos "mártires" a quien vengar –los miembros de Batasuna detenidos–, las fuerzas de seguridad del Estado deben extremar al máximo las precauciones. La ETA ha sido siempre amiga de golpes de efecto en fechas señaladas, golpes que bien pueden volverse contra ella mediante la detención de comandos en plena actividad. Pero para eso hay que estar previamente convencidos de que el lugar natural de un etarra es la prisión, no la mesa de negociaciones.

Una buena ración de firmeza sería, por ejemplo, volver al Pacto Antiterrorista, que tan eficaz contra el terror se demostró en el pasado, y proponerse seriamente el cumplimiento de las leyes, empezando por la de partidos y terminando por la de banderas. Sólo cuando la hidra etarra ve que delante tiene un enemigo formidable que abarca todos los frentes recula y se lo replantea. Si no es así, si considera que tiene manga ancha para perpetrar sus crímenes y que alguien al otro lado hará por entenderlos, el horror está servido por anticipado. Un horror como el que acaba de padecer el escolta zaragozano que se recupera en el Hospital de las quemaduras ocasionadas por la explosión de su coche.

Los escoltas, que hasta ayer eran víctimas colaterales de los atentados, han empezado a ser víctimas principales. Y no porque la banda haya decidido liquidar guardaespaldas sino porque en su naturaleza está matar cuando y donde puede. Esta vez le tocó a Gabriel Ginés, que sirve a un concejal del PSOE de Galdácano que se encuentra de vacaciones fuera del País Vasco. Esto nos indica hasta qué punto la ETA busca desesperadamente volver por donde solía. Sólo los responsables de la lucha antiterrorista están en posición de impedírselo. Allá ellos con su conciencia.

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