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Agapito Maestre

El buen ciudadano

No es de extrañar que haya por ahí quien eche de menos para estas elecciones que se nos vienen encima un estímulo fuerte, de los de sangre, que recuerde a estas masa, que el móvil hace tan fácil poner en movimiento, cuál es la papeleta correcta.

El buen ciudadano es la antítesis de Rodríguez Zapatero. El buen ciudadano es quien ejerce su ciudadanía sin saberlo. El buen ciudadano es la negación de Rodríguez Zapatero: nunca presume de lo que carece. Eso era lo que pensaba mientras mi amigo Carlos Herrera me presentaba un libro en el Círculo de Bellas Artes. Carlos estaba enfermo, pero cumplió con su compromiso. Estuvo a la hora convenida y no faltó a un acto cívico, sí, a un acto de interés genuinamente público. ¿O acaso existe algo más público que un libro? Lo dudo.

Además, entre recibir un premio, que lo definía como ciudadano ejemplar, y ejercer su ciudadanía, sin ser consciente de ese ejercicio, optó por lo segundo. Quienes le concedieron el premio comprendieron su retraso a ese acto. Les pido perdón y les doy las gracias por su comprensión, porque la culpa de su retraso fue la presentación de mi libro. Por supuesto también le doy las gracias públicas a Carlos porque prefirió estar conmigo antes que llegar puntualmente a recoger su premio en la Real Casa de Correos. La presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, supo perdonar su retraso. Era un retraso cívico. Todos estaban de acuerdo en que sin respeto a la República de las Letras un país desaparece. Gracias a todos los que me acompañaron en la presentación, entre otras razones, porque defendían que no hay genuina vida pública, ciudadana, sin respeto a la República de las Letras. La de los libros. Que es, dicho sea de paso, la única República que queremos la mayoría de los españoles.

Fue toda una lección de ciudadanía, sencillamente porque ninguno de los asistentes era consciente de ese ejercicio ciudadano. Creo que esa es la genuina respuesta a la pregunta qué es la ciudadanía; sin embargo, hay gentes que la responde de otro modo. Son los seguidores de Rodríguez Zapatero. Ser ciudadanos para ellos es seguir un catecismo cívico (asignaturas de Educación para la Ciudadanía, leyes de memoria histórica, etcétera). Convencidos de que las energías buenas de los ciudadanos deben ser llevadas al bando bueno de la historia, aunque sea el siniestro, los nuevos "obispos" de la razón ciudadana han dejado caer sobre los españoles toda la fuerza de un Estado convertido en aparato de propaganda.

Y es que estos señores no distinguen, dice mi amigo Javier Campos, la propaganda de la publicidad, como tampoco acaban de hacerse idea cabal de cómo se puede hacer que la gente vote sin pensarlo en términos de movilización general. Los votos son para ellos valiosos siempre que sean expresión de la masa unánime que en el momento adecuado, como en una película de Eisenstein, reacciona en la dirección correcta. No es de extrañar que haya por ahí quien eche de menos para estas elecciones que se nos vienen encima un estímulo fuerte, de los de sangre, que recuerde a estas masa, que el móvil hace tan fácil poner en movimiento, cuál es la papeleta correcta.

Por fortuna, de otro lado, hay personas que llevan toda la vida dando lecciones de ciudadanía sin pretenderlo. Son médicos, arquitectos, camareros, policías, porteros, carteros, etcétera. Millones de seres humanos nos dicen con su propia vida qué es eso de ser ciudadano todos los días en persona, de palabra y obra sin pretenderlo y, como Sócrates, sin pretender saberlo. Su sabiduría está en los antípodas del que se reglamenta en el manual para el buen militante. Sin darse cuenta, sin quererlo, han hecho de andar por la ciudad cívicamente una profesión, porque en su andadura han conocido gente de toda laya y condición, y aprendido sus maneras y sus pensamientos, de modo que si no saben todavía de su ejemplaridad, afortunadamente, sí que saben bien reconocer incluso con poco trato a un buen ciudadano que por supuesto no sabe que lo es.

Son esos ciudadanos que se morirían de risa si le preguntaran en qué cartilla aprendió a ser fiable, honrado y responsable, a respetar la palabra, la persona y los bienes del prójimo, a tener noción de la justicia y el valor de las leyes; a pensar, en suma, que los demás no están de más. La gente así, que desconoce su virtud, pero que reconoce lo bueno que es vivir con gente que la tiene, vale una a una. Sí, ellos valen de uno en uno. DENAES, la fundación que premia a los españoles ejemplares de 2007, los ve a todos y a cada uno. Jamás convertirá en masa lo que es genuinamente ciudadano.

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