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John Stossel

Odio a la libre empresa

¿Por qué es "radical" la idea de vender un órgano? La prohibición de la venta de riñones mata a miles de personas cada año. Es eso lo que debería considerarse "radical".

¿Por qué tanta gente es tan hostil al libre mercado? El mercado nos provee de milagros cuya existencia damos ya por sentada. Hipermercados limpios y bien iluminados ofrecen 30.000 productos distintos. El hambre ha desaparecido casi de los países en los que la propiedad privada y la libertad económica están permitidas. El libre mercado ha sacado a más gente de la pobreza de la que el Gobierno ha rescatado nunca. Y aún así, cuando personas innovadoras proponen extender su benigno poder a un nuevo ámbito, la gente grita de miedo.

Es algo que me quedó claro leyendo no hace mucho el Wall Street Journal. La sección de "Cartas" abría con varias quejas por una columna de Bob Poole sobre autopistas privadas que, bien atendidas, mantienen un tráfico fluido. Un lector se quejaba de que esas autopistas existen "para los privilegiados  que se pueden permitir pagar unos peajes asombrosamente caros para conducir unos 45 minutos muy aburridos por el Toronto metropolitano. La autopista 407 es ciertamente un gran éxito, para los que poseen acciones en ellas."

¿Peajes asombrosamente caros? Sólo si usted no tiene ni idea de cuánto paga por las carreteras "gratuitas". ¿Y por qué es el éxito de quienes tienen acciones en autopistas una cos mala? ¿Tan envidioso es el lector? Si el camino le resulta aburrido, nadie le obliga a tomarlo por la fuerza. Nadie le obliga a utilizar una autopista privada. ¿Por qué hay tantos que envidian los éxitos que traen los intercambios privados voluntarios?

Ese mismo día, el Journal también llevaba una noticia sobre la idea "radical" de la venta de riñones. ¿Por qué es "radical" vender un órgano? La prohibición de la venta de riñones mata a miles de personas cada año. Es eso lo que debería considerarse "radical".

Hoy, 74.000 americanos están en lista de espera para recibir un trasplante de riñón mientras soportan dolorosas, agotadoras y caras sesiones de varias horas enchufados a máquinas de diálisis. Estos aparatos son milagros tecnológicos que les mantienen con vida, pero la diálisis no es igual de buena ni de lejos que un riñón real. Todos los días, alrededor de 17 norteamericanos mueren mientras esperan un trasplante.

Pero hay muchísimos estadounidenses que prescindirían de un riñón si se les permitiera recibir dinero a cambio de sus problemas y los riesgos que toman. Ruth Sparrow, de San Petersburgo, Florida, publicó un anuncio en la prensa que decía: "Riñón, funciona bien, 30.000 dólares o al mejor postor". Contó a 20/20 que recibió un par de llamadas serias, pero que después el periódico rechazó volver a publicar su anuncio, advirtiéndole de que podrían arrestarla si insistía.

¿Por qué no se permite a alguien con dos órganos sanos sacar uno al mercado? Porque en 1984, el entonces congresista Al Gore presentó una ley que convirtió la venta de órganos en un delito punible con cinco años de cárcel. El Congreso no pudo contener su entusiasmo; la propuesta fue aprobada 396 a 6. De modo que, desde entonces, donar un riñón es una buena obra, pero venderlo es un delito.

Cuando hablé de esto con el doctor Brian Pereira, de la Fundación Nacional del Riñón, me dijo: "El sistema actual funciona extraordinariamente bien". Le pregunté cómo podía funcionar "extraordinariamente bien" un sistema en el que 17 personas mueren cada día porque no pueden recibir riñones. Dijo que "una situación desesperada no justifica una decisión política imprudente”.

La Fundación Nacional del Riñón teme que los pobres puedan ser "explotados". ¿Pero qué les da el derecho a decidir por los pobres? El pobre es tan capaz como los demás de decidir qué intercambios va a realizar en la vida. Nadie le obliga a prescindir de un órgano. Decir que los pobres están demasiado desesperados para resistirse a una tentación peligrosa es ser paternalista.

Pero guardianes como el doctor Pereira dicen que "no debe haber trueque, ninguna venta de órganos. Ahí es donde tenemos que entrar en escena". Cuando le pregunté quiénes son el "nosotros" que tiene que "entrar en escena", respondió: "El Gobierno y los colegios profesionales". Esa superstición –que el Gobierno y "los colegios profesionales" tienen que decidir por todos nosotros, y la hostilidad subyacente hacia el comercio– mata a la gente.

El dinero no debería convertir a un donante en sospechoso de un delito. Como me decía un paciente renal antes de morir, "los médicos ganan dinero, los hospitales ganan dinero, las organizaciones de donación de órganos ganan dinero. Todo el mundo gana algo, ¡excepto el donante!”

Si usted piensa que es inmoral vender un órgano, no lo haga. Pero los enfermos no deberían tener que morir porque algunos odien el mercado.

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