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El turno de Obama

El espectro de un empate aproximado y una lucha encarnizada acosa al partido demócrata.

La pasada semana se celebraron tres primarias, llamadas del Potomac o Chesapeak, en Washington capital, Virginia y Maryland, ribeños de ese río y esa bahía. Sumadas a las cuatro del fin de semana anterior, constituyeron siete éxitos rotundos de Obama en cuatro días, mediante los cuales ha conseguido superar a Clinton en 138 delegados comprometidos, más o menos, puesto que los cálculos difieren debido a la extrema complejidad de las reglas y los retrasos en las adjudicaciones. Pese a la ventaja que con anterioridad le llevaba Hillary, ahora la sobrepasa también en número de estados donde ha obtenido la victoria y en la suma de votos populares. Todo un vuelco, cabría pensar. ¿Es imparable? Ese ha sido el debate con la que comenzó la semana para desembocar muy pronto en la conclusión de que lo que parece imparable es el empate virtual, que ninguno va a llegar a la convención de finales de agosto con suficientes votos para obtener la candidatura y que el conflicto amenaza gravemente con desgarrar el partido. Y todo ello a pesar de que las perspectivas de la semana entrante son las de dos nuevas victorias de Obama en Wisconsin y Hawai.

La apariencia es que el efecto momentum, impulso, éxito que llama al éxito, es arrollador. Los expertos en analizar cada voto por el derecho y el revés dicen que pudiera ser y quizás salga a la luz más adelante, pero que por ahora no es detectable. Obama ganó donde tenía que ganar pero Hillary sigue teniendo posibilidades. Aunque en su equipo ha habido síntomas de honda preocupación y desaliento, ella no ha dejado la más mínima duda de que bajo ningún concepto está dispuesta al abandono.

¿Por qué las cosas no son lo que parecen? Desde luego, por las reglas del partido para las primarias, que distribuyen los delegados entre ganador y perdedor con escasa diferencia en una competición bipolar como a la que estamos asistiendo. A partir de ese hecho fundamental lo que cuenta son las "coaliciones" que se han formado a favor de cada aspirante y que están radiografiadas con gran precisión gracias a la riqueza de encuestas de salida de urna. Existe también una ventaja general para Obama cuando la consulta no es propiamente una primaria –votación pura y simple en una urna– sino un caucus: asamblea de inscritos en el censo a favor de un partido, los cuales se reúnen por distritos electorales para discutir durante horas, y poner en marcha un sistema indirecto, de varios escalones, de selección de delegados para la convención nacional. La concurrencia es bastante menor que en las auténticas primarias y acuden los más militantes, la clientela natural de Obama. En las consultas del fin de semana anterior predominaron los caucus pero ya quedan muy pocos por celebrar, con lo que desaparece esa ventaja para Obama.

Pero lo importante, dentro de las limitaciones que las normas partidistas establecen, es que Obama ganó donde era previsible que ganase y no es previsible que gane donde la "coalición" de Hillary es mayoritaria entre los votantes demócratas. Lo llamativo de estas elecciones es que los análisis de la composición del voto se hacen respecto a los republicanos por categorías ideológicas, tipos e intensidad de conservadurismo, mientras que para los demócratas se habla exclusivamente de grupos demográficos o sociales. Cuenta la raza, el sexo, la edad, el nivel de ingresos y el grado de educación. En esos cortes está toda la explicación del voto. Nunca se trata del cien por cien de los sufragios, siempre haya algún reparto, pero en el caso de la población de color, que además es casi exclusivamente demócrata, el vuelco hacia Obama es acusadísimo. Bill Clinton, considerado el primer presidente negro de los Estados Unidos, no ha podido transferir esas lealtades a su mujer frente a un candidato que en sus genes lo es en un 50%. Dentro de ese grupo Obama obtiene apoyo casi por igual entre hombres y mujeres. Barack se lleva de calle a la juventud, muy especialmente los universitarios, encandilada con sus promesas de cambio y su "nosotros podemos". Se lleva una tajada del voto blanco masculino con ingresos superiores a $50.000 al año y nivel de educación más alto. La ventaja en ese sector se da en estados con población abrumadoramente blanca, pero pierde muchos puntos, quedando por detrás de Hillary, allí donde hay una población negra importante.

La senadora por Nueva York obtiene amplias mayorías entre los hispanos, las mujeres –que viene a ser un 55% de los votantes demócratas–, las personas de edad y los varones blancos con ingresos inferiores a 50.000 dólares al año, es decir, esencialmente la clase obrera o similar. Elaborando las previsiones sobre la base de los efectivos de estos grupos demográficos, que las encuestas sobre intención de voto vienen a corroborar, la campaña de Hillary espera recuperarse dentro de una semana en Ohio y Texas. Mientras tanto trata de evitar el error de Giuliani peleando también por estados en los que tiene muy pocos posibilidades. Lo hizo sin éxito en Virginia, confiando en acortar distancias, ya que no ganar, y lo está haciendo ahora en Wisconsin.

Si Obama consiguiera aumentar sus porcentajes de voto en sus feudos demográficos o en los de su rival, entonces el fenómeno del "impulso" podría hacerse realidad. Aún así tendría que ser enorme para que llegase como ganador a la convención. El espectro de un empate aproximado y una lucha encarnizada acosa al partido demócrata.

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