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Serafín Fanjul

Babel de los Políglotas

Y es que ¿cómo vamos, si no, a entender a los santanderinos cuando dicen tierruca, arremangarse o pomo, utilizando sufijos, prefijos o giros semánticos que sólo se emplean desde Aragón a Cuba, pasando por Chile o México?

Son hermosas las llamadas al pasado, por lo general brillante, que denotan muchos topónimos españoles, relato sintético de la historia del lugar, o descripción de algún rasgo físico, espiritual o geográfico: Villanueva de los Infantes, Jerez de los Caballeros, Alcalá de los Gazules, Valencia del Cid, Quintanar de la Orden, Santiago de Compostela...Disponemos de un amplísimo repertorio de nombres sonoros y cargados de significado, testimonio de que nuestra patria y nuestra gente no nacieron ayer y no merecen morir mañana, pero si el 9 de marzo se consuma lo peor de los posibles, habrá llegado el momento de ir pensando en cambiar el nombre del país, operación a la que se apuntarán encantados el Guía Infalible y la cáfila de filósofos de su cortejo, tanto por su probada afición a modificar denominaciones, como por lograr, al fin, el olvido de la ominosa palabra: ¡cómo sufrirán, los pobres, cada vez que su publicidad (la que les sufragamos) dice eso tan feo de "Gobierno de España"!

Así pues, cumple ir buscándole un nombre adecuado a este extremo del continente euroasiático. Y descartados, por burocráticos y poco imaginativos, los que se ocurrirían a la imparable y demoledora tríada Rodríguez-Pepiño-Caldera (Confederación de Transeúntes Por Libre, Libérrima Asociación de Gentes con Jeta, Paseo Voluntario de Paseantes de Pesadas Posaderas, etc., más las traducciones correspondientes a todos los idiomas por aquí existentes, incluidos el urdu y el pashtu), nos atrevemos a proponer uno, buen resumen de nuestra actual situación, a la par que remedo de aquello de Monforte de Lemos, Viana do Bolo o Murias de Paredes, tan obsolescente. Nuestra propuesta (Babel de los Políglotas) es descriptiva, designativa, definitoria en suma más que ningún otro posible. Preparémonos, pues, para el futuro reconociendo el camino por donde hemos alcanzado semejante hallazgo: dejando aparte la bellísima eufonía de poder gritar sin ataduras inquisitoriales algo tan bonito como "¡Viva Babel de los Políglotas!", no me negarán ustedes que estamos en ésas. Me explico.

Ayer he oído a Federico Jiménez Losantos, siempre tan metiche, denunciar más que anunciar la publicación de un diccionario Cántabro-Español, obra imprescindible en la producción lexicográfica universal, cuya falta se venía notando de modo sangrante y que sólo la incuria de la derechona cavernaria había pospuesto. Del Puerto del Escudo para abajo, tanto en latitud como en altitud, era una necesidad imperiosa: un tal Estrada Gómez-Acebo, patrocinado por el lingüista Revilla, nos ofrenda este instrumento irrenunciable para la comprensión entre los pueblos. Y es que ¿cómo vamos, si no, a entender a los santanderinos cuando dicen tierruca, arremangarse o pomo, utilizando sufijos, prefijos o giros semánticos que sólo se emplean desde Aragón a Cuba, pasando por Chile o México?

Gracias a don Estrada ahora comprendo por qué he oído a los cubanos llamar pomo a la botella: no hablaban en español, sino en otra lengua. Al afirmar que se expresaban en cubano, un servidor, aldeano malicioso, pensaba que aquellos tipos eran grandes jodedores (en cubano) o chovinistas puros: estaba equivocado, de veras usaban una lengua distinta, el cántabro. O el cubano. No más queda fijar los rasgos distintivos entre ambas variantes de esa lengua extraña para dilucidar cuál es el tronco y cuál la rama, el huevo y la gallina, Ortega y Gasset. En cualquier caso, lo evidente es que unos y otros no hablaban en español y menos aun en castellano: hasta ahí podían llegar el fascismo, el imperialismo filipino y el nacionalcatolicismo, arrasadores de culturas indígenas, ya sean aborígenes de Michoacán o de Castro-Urdiales.

Pero, incluso los habitantes de España, contumaces en el error como vivimos, podemos beneficiarnos y debemos estar de enhorabuena por tal floración lingüística: no ha nacido una nueva lengua, simplemente se le reconoce su merecido rango, junto al castúo, el panocho, el altoaragonés ("aragonés" a secas, me corrigió uno que terminó comiendo de enseñar español) y tantos más. ¿O es que sólo van a disponer de Academia, socaliñas, sueldos, docencia, Administración, tele, ediciones, traducción simultánea y crudos castigos para los recalcitrantes en el uso del español los hablantes de fabla, asturianu o andalú? Los españoles –digo– ya conocemos otra lengua más; y sin estudiar ni esforzarnos nada, que es como nos gusta a los celtíberos conseguir las cosas: sin dar ni golpe. De tal suerte, sabemos argentino, chileno, paraguayo, etc. (en todas sus modalidades, que es gran maestría, como decía el otro), por añadidura a cuantos idiomas hemos descubierto rondándonos por doquier. Y nosotros sin saberlo.

Porque no basta ya con tener intérpretes para entender eso tan complejo del quesu o les vaques, el ganau o la chupa del cheli (y del castellano y su germanía derivada); no, debemos saborear la Antolohía’e tehtoh en andalú der Huan Porrah Blanko (sic), cariñosa y desinteresadamente editada por Editorial Iralka, de Donostia e impresa en Bilbo (más sic), dado que, casualmente, ése es el registro lingüístico habitual en Euzkadi, o Euskadi, o Euskalherría, o como se llame, en una de las lenguas de verdad imperiales subsistentes en la otrora dicha Península Ibérica (con perdón por tan escabrosas alusiones). Bien es cierto que nuestros peliculeros han contribuido recientemente de manera decisiva a este grandioso proceso de aniquilación lingüística al traducir a español de por aquí una cinta que venía en mexicano: en manos de políticos sabios y mercachifles honrados vamos mejorando. De tal guisa hemos alcanzado la meta que nuestros vecinos del norte nos deseaban – con tanto cariño como siempre - cuando anunciaban en la solapa de los libros de Vargas Llosa que éstos habían sido traducidos del peruano al francés. Se comprende que no aceptemos ser menos.

Y ahí acude Moratinos, uno de los cerebrazos del régimen, con su reconocido don de lenguas, que tan bien documenta cuando se expresa en inglés y hasta en español: este hombre es un fenómeno. Veamos su última aportación a la PAZ entre los pueblos y a la Alianza de Civilizaciones. De visita en el Congo (Ya saben: "Lumumba, Katanga, ¿qué pasa en el Congo?") nuestro políglota preferido se valió de la martingala del lingala, porque no hay nada para los negros como hablarles en negro. Y allá va lo que pasó:

– Gayumbo cachondo bitongo – aseguró sonriente.
– Balumba malanga fritanga – fue la respuesta.
– Quilombo chilango coyunda – insistió complacido al palpar el efecto de su verbo.
– Mandinga no traga ni pinga – le retrucaron.
– Fandango milonga candombe – se conformó al recordar las instrucciones del Guía.
– Fiyingo canyengue mondongo – se empeñaron amenazantes.
– Sandunga malambo huapango – Ya no podía rebajar más.
– Bachoqui muchacho chaparro – fue la última palabra inmisericorde del negociador aliado civilizatorio.
– Ahí ya no llego – se rindió el políglota con la sincera modestia que caracteriza a los suyos –. Me está hablando en swahili del norte variante retrospectiva.
– Acabáramos, deje ya de hablarme en negro, que yo aprendí español en Colombia, que es donde se debe aprender, y no estoy para bromas.

Y aquí se acaba la historia de aquellos amores míos, ella se marchó con otro y yo me quedé haciendo pío..., pero la aportación de Moratinos a la Babel de los Políglotas es indiscutible. ¿O no?

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