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Jorge Valín

El mito del pleno empleo

La visión laboral de Zapatero no es más que una economía planificada del mismo tipo que la soviética, donde siempre había pleno empleo, pero las personas vivían en la miseria.

Ante las noticias de desaceleración y crisis y el fantasma del desempleo, era evidente que los candidatos a la presidencia del Gobierno prometieran alcanzar para esta nueva legislatura una fuerte reducción del desempleo. Quien nos ha querido colar la trola más gorda ha sido el presidente del Gobierno, afirmando que conseguirá el pleno empleo en 2012.

Los socialistas afirman que tal hito es posible aumentando el gasto público. Los escépticos afirman que, con la actual situación económica, es imposible conseguir el objetivo de pleno empleo o crear dos millones de empleos netos, lo que significa crear muchos más en términos brutos. La verdad es que no tiene nada de imposible. Aunque el presidente del Gobierno quiera diseñar una especie de New Deal, al final recurrirá a cualquier estrategia para conseguir su promesa. Zapatero podría llegar al pleno empleo mañana mismo si quisiera, sólo ha de coger a todos los desempleados y darles un trabajo aunque éste no tenga utilidad alguna para la comunidad.

Imagínese que al Gobierno se le ocurre la fabulosa idea de coger a todos los desempleados de España para enviarlos a picar piedra a cambio de un salario o los contratase para hacer zanjas y luego taparlas. Sin duda, eso es un trabajo, ¿pero qué utilidad aporta a la comunidad? Ninguna: no es más que destrucción de capital humano y dinerario. El trabajo ha de ir siempre ligado a la productividad y la utilidad. Y eso sólo puede conseguirse con la vieja fórmula de que los ingresos superen los costes generándose beneficios, es decir, el método del libre mercado, de la creatividad empresarial y los acuerdos voluntarios. En el momento que un puesto de trabajo sólo genera costes, que es la fórmula de Zapatero, no sólo no sirve para nada, sino que nos resta algo de bienestar a todos.

El trabajo en la fórmula estatal socialista deja de convertirse en una fuente riqueza para transformarse en transferencias obligatorias de una parte de la sociedad a la otra, generando pérdidas totales netas. Allí donde los costes superarán los beneficios, el trabajo sólo es una subvención obligatoria a trabajadores y empresarios, que paga la mayor parte de la sociedad a un grupo reducido y privilegiado vía impuestos o emisión de deuda.

La figura de la creatividad empresarial y la competencia desaparecen en este escenario ya que el propio Estado se autoproclama el gran dictador de la producción imponiendo en qué sectores ha de avanzar el país y en cuáles no. Si el Gobierno drena del mercado de trabajo valiosos recursos humanos y de capital, ya sea dirigiendo la economía a través de empresas privadas o con puestos públicos, sin conseguir beneficios por ello, los proyectos realmente productivos no podrán acometerse, lo que es sumamente peligroso en un mercado globalizado como el actual. De hecho, la visión laboral de Zapatero no es más que una economía planificada del mismo tipo que la soviética, donde siempre había pleno empleo, pero las personas vivían en la miseria.

El arbitrario concepto de pleno empleo sólo se puede conseguir dejando a particulares y empresas que decidan por sí mismas. Si el Gobierno no se interpone, el empresario siempre atenderá la más urgente de las necesidades de la demanda modificando continuamente la estructura productiva, promoviendo la competencia, el trabajo productivo y no parasitario, y abandonando aquellos proyectos que ya no interesan al consumidor. Y lo que es más interesante, creando beneficios totales netos y voluntarios sin que una parte de la sociedad se vea forzada a subvencionar a la otra.

En Libre Mercado

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