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George Will

Una vida por adelantada a su tiempo

Cuando el joven Goldwater decidió meterse en política, escribió a su hermano: "No es de por vida, y podría ser divertido". Acertó a medias: la política se convirtió en su vida y fue divertida hasta el final.

Aquellos que piensan que la sonrisa profidén de Jack Nicholson es lo último en sonrisas es que nunca vieron la de William F. Buckley. Podía iluminar un auditorio; de hecho, iluminó medio siglo de elegante discusión política, lo que le convirtió en un intelectual atractivo y en el periodista más influyente del siglo XX.

Para que hubiera una presidencia como la de Ronald Reagan, antes tuvo que producirse la candidatura de Barry Goldwater. Esto proporcionó confianza al conservadurismo y puso al Partido Republicano en manos de sus fieles. Y para que la insurrección Goldwater tuviera lugar, antes debió aparecer la revista National Review. Desde el creativo alboroto de sus oficinas en Manhattan fluía la energía ideológica que alimentó la transformación del conservadurismo americano de simple sensibilidad a fe combativa y proyecto de gobierno.

Y antes de National Review, hubo un Buckley buscando combates filosóficos seguidos de una copa de champán con sus adversarios. Tenía 29 años cuando, en 1955, lanzaba el National Review con la promesa de que "se adelanta a la historia, gritando ¡Alto!". De hecho, le ayudó a tomar la historia por las solapas, agitarla hasta obtener su atención y, a continuación, empujarla en una nueva dirección. Bill falleció la semana pasada en su casa, en su estudio, en su escritorio, diligente en su tarea vital de unir palabras correctamente y para un buen fin.

Antes de su intervención (a menudo lacónica en su estilo, siempre apasionada en su propósito) en las pesadas discusiones en el seno del blando consenso progresista de la élite intelectual tras la Segunda Guerra Mundial, la cara del conservadurismo era representada por otro hombre de Yale, Robert Taft, algo severo, con frecuencia seco, ataviado con un traje de tres piezas y gafas de montura metálica. La palabra "diversión" ni se le pasaba por la cabeza.

La diversión comenzó cuando Bill cogió su cuaderno y elevó el espíritu de los conservadores aportando a la contienda política su característico brío y su buen hacer. Cuando el joven Goldwater decidió meterse en política, escribió a su hermano: "No es de por vida, y podría ser divertido". Acertó a medias: la política se convirtió en su vida y fue divertida hasta el final. La política no era la vida de Bill (tenía muchas aficiones concurrentes y compensatorias) aunque también le importaba, y él era importante para la marcha de los acontecimientos políticos.

Un ejemplo cierto del talento de Bill para la amistad es su afición a esta reflexión de Harold Nicolson: "Solamente una persona entre mil es aburrida, y ser uno entre mil es algo interesante". Considere este pasaje de la introducción de Bill a una colección de sus escritos titulada The Jeweler's Eye: A Book of Irresistible Political Reflections (El ojo del orfebre: un libro de reflexiones políticas irresistibles):

El título es, por supuesto, un descaro calculado, la reliquia de una respuesta improvisada que una vez di a un joven y tenaz entrevistador que, hacia el final de una sesión muy larga, me preguntó qué opinión tenía de mí mismo. Respondí que pensaba en mí como un norteamericano de mediana edad perfectamente corriente que, sin embargo, poseía el ojo de un orfebre para las verdades políticas. Suprimí una sonrisa y le contemplé anotar cuidadosamente mis palabras en su cuaderno. Tras esto, levantó la vista y preguntó, "¿quién le dio la vista de orfebre?". Le dije: "Dios" mientras inclinaba mi cabeza hacia el cielo durante un momento. También lo escribió (las escuelas de periodismo advierten contra arriesgarse a fiarse de la memoria). "Bien –se levantó para irse, sonriendo por fin–, ¡eso lo aclara todo!". Ahora somos amigos.

Pat, la amada esposa de Hill durante 56 años, falleció el pasado abril. Durante su sepelio en el Metropolitan de Nueva York, un amigo leyó unas líneas del Vitae Summa Brevis de un poeta que ella admiraba, Ernest Dowson:

No son largos, los días de vino y rosas:
Sacados de un sueño brumoso
Nuestro camino emerge durante un tiempo, después desaparece
Dentro de un sueño.

El sueño final de Bill era verla de nuevo, algo que su religión le garantizaba. Tenía talento para el amor (a su hijo, a su iglesia, a su clavicordio, al lenguaje, al vino, al esquí, a navegar).

Comenzó su travesía de 60 años en las turbulentas aguas de la controversia política norteamericana cortando el aire con un libro polémico, Dios y el hombre en Yale (1951), una riña de amantes con su alma mater. Y así, en el funeral de Pat, las hermosas voces de los Whiffenpoofs de Yale se elevaron en su himno a las mesas de la cantina Mory, "el lugar donde mora Louis [Linder]":

Homenajearemos a nuestro Louis
Mientras la vida y la voz aguanten
Después moriremos y seremos olvidados con el resto.

La característica voz de Bill impregnó, y perfeccionó, su era. Nadie que tuviera el placer de escucharla podrá olvidarla.

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