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Antonio Sánchez-Gijón

Hace 70 años, el rapto de Austria

Desde 1934 los gobiernos austriacos trataban desesperadamente de apaciguar al líder alemán. No obstante, cada gesto de apaciguamiento elevaba un grado más la ira del Führer.

En la madrugada del 12 de marzo de 1938 tropas alemanas entraron en Austria. Pocas horas después el propio Führer se paseaba en coche por las calles de Viena, vitoreado no solo por los nacionalsocialistas austriacos, sino también por gran parte de una población desengañada.

Los sucesivos gobiernos austriacos consideraban que, a la larga, la unión (el Anschluss) sería inevitable, pero no se dejaban avasallar por las prisas del Führer. Austria no era una nación ersatz sino heredera de una historia gloriosa. Desde 1934 los gobiernos trataban desesperadamente de apaciguar al líder alemán. No obstante, cada gesto de apaciguamiento elevaba un grado más la ira del Führer. Sigue la síntesis de esta historia.

El 12 de noviembre de 1918, tras la derrota de los Imperios Centrales en la primera guerra mundial y la abdicación del emperador, el parlamento austriaco había votado la unión de su ya pequeña nación con la república recién instaurada en Alemania. Pero a los seis millones y medio de austriacos los aliados victoriosos no les reconocieron el mismo derecho de autodeterminación que adjudicaron con pernicioso abandono a otros pueblos del Imperio Austro-Húngaro. Los alemanes debían permanecer desunidos. Hasta las relaciones comerciales de Austria con Alemania estaban sujetas a la supervisión de los aliados, sobre todo de Francia, no fuera que por esa vía las economías de las dos repúblicas se fuesen integrando.

Las consecuencias eran de esperar. Austria, empobrecida, se halló en 1934 en guerra civil. El vencedor de esta guerra, el canciller Dollfuss, fue asesinado poco después en un complot nazi. El partido nazi austriaco fue perseguido. Schuschnigg, nuevo canciller, hubo sin embargo de contemporizar. Un acuerdo con Hitler en 1936 declaraba a Austria "estado germano". El acuerdo dio paso a una infiltración creciente de los nazis en el aparato del estado, y hasta uno de ellos, Seyss-Inquart, entró en el gabinete. Schuschnigg disolvió, además, la Heimwehr, su fuerza del orden. El canciller no se hacía ilusiones sobre el futuro de Austria: el Anschluss. Pero también poseía algún sentido de la dignidad. Lo que el pueblo austriaco parecía desear solo podía cumplirse a través de los procedimientos constitucionales. Esto lo interpretaba Hitler como una muestra de "ideología austriaca", opuesta a la ideología del Reich.

Las grandes potencias abandonaron al canciller austriaco. Para Inglaterra, y en palabras del entonces secretario del Foreign Office, Anthony Eden, la cuestión austriaca "interesa más a Italia que a Inglaterra". Pero Italia, a la que la débil república miraba como protectora, se acercaba al Pacto de Acero Mussolini-Hitler. El primer ministro francés, Chautemps, confesó resignado que "no hay modo de impedir que Austria sea tragada por Hitler relativamente pronto".

El Gobierno descubrió en enero de 1938 un complot de "sus" nazis para provocar la intervención del ejército alemán. Vistas las orejas del lobo, Schuschnigg trató de apaciguar a Hitler aún más, y concedió a los nazis "moderados" un derecho de participar en las relaciones de Austria con el Reich, su designación a puestos del Consejo de Estado, así como la colaboración entre los dos ejércitos. De nada le valió. Hitler convocó al canciller a Berchstesgaden el 12 de febrero de 1938, y le llamó "traidor al pueblo alemán". El canciller, herido en su dignidad, y deseoso de guardar la del Estado, dispuso días después la celebración de un referéndum sobre el futuro de Austria, para el domingo 13 de marzo. Esto lo tomó Hitler como una provocación.

En la mañana del viernes 11, el ejército alemán se agolpó en las fronteras de Austria y Hitler exigió la dimisión de Schuschnigg, quien en efecto dimitió, y el nombramiento de Seyss-Inquart como canciller, pero a esto el presidente Miklas se negó. En esta coyuntura, Hitler pudo alegar un vacío de poder en Austria, y ordenó la entrada de las tropas en la mañana del 12, a las que seguiría pocas horas después en su entrada triunfal en Viena.

El rapto de Austria no desacreditó lo suficiente la política de apaciguamiento ante una voluntad tiránica. Pocos meses después comenzaría el episodio de Checoslovaquia, que llevó el prestigio de las potencias democráticas a su nadir. Cuando por fin éstas repudiaron la política de apaciguamiento, hubieron de pagar el precio de una guerra europea, que dio ocasión a una conflagración mundial.

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