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José Enrique Rosendo

La mano que mece la cuna

Ahora tendremos ocasión de ver desnudo a Zapatero. No les necesita. Pero si les utiliza, si transige bajo cualquier pretexto, entonces ya no habrá excusas.

A tan escasos escaños para la mayoría absoluta como está Rodríguez Zapatero, cualquier concesión extraordinaria o abultada que realice a favor de algún grupo nacionalista ahora no tendrá justificación. Habrá prevalecido, claramente, su voluntad sin que quepa ya el disimulo de que el presidente socialista actúa preso de las insaciables minorías.

Muchos españoles, incluso entre quienes han votado al PP, han encontrado un cierto alivio en el hecho de que las fuerzas nacionalistas hayan salido maltrechas de estas pasadas elecciones generales, reducidas a su mínima expresión parlamentaria. Y de modo especial, que el PNV incluso quedase relegado a segunda fuerza política en el País Vasco.

Pero todo puede quedar en nada si, como parece, Rodríguez Zapatero se trenza de alguna manera con los hijos malcriados de Sabino Arana. Los mensajes de unos (a través de El País) y de otros (durante el Aberdi Eguna) van perfilando un escenario inquietante y obsceno, lleno de conceptos indeterminados, vagos pero peligrosos, que parecen tener por objeto, precisamente, esa conjunción de intereses.

Tendremos que estar, pues, muy atentos al vocabulario, porque los nacionalistas vascos van a querer rebajar, en apariencia, el tono de sus exigencias a cambio de incrementar la ambigüedad de sus palabras. En eso de aquilatar la semántica, los nacionalistas, y particularmente los discípulos de Arzallus, son maestros excepcionales. También Zapatero, serpiente meliflua, maneja con sabiduría de artesano la parte más taimada del diccionario.

En este trasiego hacia ninguna parte en el que se encuentra tan cómodo Zapatero, el PSOE puede tirar por la borda buena parte del capital político adquirido el pasado 9 de marzo: acotar el campo en donde los nacionalistas pueden hacer gambito en el tablero; y además, consolidar la mayoría constitucionalista en las elecciones autonómicas vascas, ahora que tiene acechado a Ibarreche.

El argumento de Zapatero será que le resulta imprescindible acercar al PNV a la cooperación con el Gobierno del Estado, en la medida en que eso supondría el abandono del soberanismo en beneficio de una moderación pragmática.

Pero no conviene olvidar que el proyecto soberanista del denominado Plan Ibarreche no ha sido un capricho precipitado ni un proyecto oportunista, como se nos ha querido vender por el oficialismo socialista, sino que es exactamente un calco del que ya expuso Javier Arzallus en el Congreso de los Diputados, en junio de 1978, mientras se elaboraba la Constitución Española.

Han pasado treinta años, tres lehendakaris y diversos portavoces en San Jerónimo que han pactado sucesivamente con Suárez (Marcos Vizcaya), González y Aznar (Anasagasti) y el propio Zapatero (Erkoreka), pero aquel objetivo enunciado en los albores de nuestra democracia ha resultado a la postre el rostro único y genuino del nacionalismo vasco. La cruz de guía que dirige esa procesión de cirios y penitentes que es la autonomía vasca en manos del PRI local.

En cambio, y como decía más arriba, el PSOE puede perder una ocasión única para desplazar al PNV, tan nervioso como se le ve ahora, del Gobierno vasco. Ya tuvo una oportunidad hace exactamente 22 años, cuando Txiqui Benegas fue el candidato a lehendakari más votado en las elecciones que sucedieron al cisma del PNV y Garaicoechea (EA). Entonces, González cedió también a la tentación de "moderar" al PNV, y previo sacrificio de Benegas, conformó una coalición para asegurar tranquilidad a Ardanza y los suyos. De esto sabe mucho Rosa Díez.

El PNV tiene una memoria y un concepto del tiempo muy jesuíticos. Y por eso mismo no olvida aquel proyecto soberanista que le autoexcluyó de aprobar la Constitución de 1978; y tampoco la experiencia de que un pacto PNV-PSOE les beneficia porque les posterga en el eje de la telaraña de intereses, en la fragua misma de la política clientelar y caciquil, creada a partir de las instituciones autonómicas, hasta que de nuevo la coyuntura vuelva a serles propicia.

Ahora tendremos ocasión de ver desnudo a Zapatero. No les necesita. Pero si les utiliza, si transige bajo cualquier pretexto, entonces ya no habrá excusas. La mano que mece la cuna será, indudablemente, la del presidente.

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