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Mark Steyn

Las mentiras de Sir Edmund Hillary Clinton

Edmund Hillary alcanzó la cima del Everest en 1953. Hillary Rodham nació en 1947, cuando Sir Edmund era un anónimo apicultor de Nueva Zelanda y una fuente de inspiración ciertamente improbable para una joven pareja de los alrededores de Chicago.

Sobre el asunto este de Hillary siendo recibida bajo el fuego de francotiradores, debo admitir que me compadezco un poco de ella. Los Clinton estuvieron librándose de las consecuencias de este tipo de mentiras durante tanto tiempo que ahora no es cuestión de echarles la culpa por preguntarse cómo no leyeron el memorando donde se les aconsejaba que de ahora en adelante las viejas reglas ya no les valdrían. Bill, más cauteloso, fue lo bastante astuto como para relegar sus fantasías tan atrás en el tiempo como para hacer improbable que por entonces existiera cobertura informativa en directo (sus vivos recuerdos de míticas iglesias negras ardiendo en su infancia, etc.). Pero a Hillary le gusta vivir un poco más peligrosamente. Su fantasía definitiva se remonta a mediados de los años 90, cuando visitó Nueva Zelanda y conoció a Sir Edmund Hillary, el conquistador del Everest, y por algún motivo decidió contarle que sus padres le habían puesto Hillary en su honor.

Veamos. Edmund Hillary alcanzó la cima del Everest en 1953. Hillary Rodham nació en 1947, cuando Sir Edmund era un anónimo apicultor de Nueva Zelanda y una fuente de inspiración ciertamente improbable para una joven pareja de los alrededores de Chicago. Si alguno de los grandes corresponsales de la prensa americana que cubrieron el viaje se dio cuenta de esta inconsistencia, se la calló. Yo la mencioné en el Sunday Telegraph en su día, pero al igual que tantos otros hechos dudosos de la trayectoria Clinton, éste fue repetido sin ser cuestionado durante años. En 2004, la anécdota fue inmortalizada en la autobiografía de Bill Clinton, en la que se dice:

Sir Edmund Hillary, que había explorado el Polo Sur en los años 50, fue el primer hombre en alcanzar la cima del Monte Everest y, lo que es más importante, fue el hombre al que la madre de Chelsea debe su nombre.

En algún momento alguien se decidió por fin a darse cuenta de que Hillary había nacido 6 años antes del ascenso al Everest, de modo que los ayudantes de Clinton aseguraron a los escépticos que sus padres habían visto una entrevista en la prensa con Sir Edmund durante sus días de apicultor anónimo, lo que les convertiría, al parecer, en los dos únicos suscriptores en Illinois de la afamada revista El Apicultor Neozelandés. Más tarde, durante los primeros días de su campaña presidencial, la senadora Clinton retiró discretamente la historia, pero el daño ya estaba hecho. Edmund Hillary falleció hace un par de meses y, según recuerdo, el titular del New York Times rezaba:

Fallece el neozelandés al que la senadora Clinton debe su nombre, que también fue el primer hombre en subir al Everest. La senadora Clinton se encontraba en la cumbre para recibirle, tras aterrizar bajo un intenso fuego de francotirador por parte del Abominable Hombre de las Nieves.

Hay algo extraño en esa necesidad de contar tantas trolas innecesarias. Sin embargo, la senadora Clinton tenía sus razones para esperar que al aterrizaje en Tuzla bajo fuego de francotirador le pasara lo mismo que a la epidemia de bautizos de inspiración apícola de finales de los años 40: que se quedara en algo plantado en su biografía que nadie se atreve a cuestionar. Quizá Burt Bacharach, tras la publicación de su reciente disco pacifista y anti-Bush, podría haber retocado su antigua canción para Gene Pitney como himno de la campaña de Hillary:

Oh, solamente pasé 24 horas en Tuzla
Solamente un día inmovilizada bajo el fuego
El avión explotó en llamas
Pero Peligro es mi segundo nombre
Estoy encantada de haber venido

¡Habría sido un éxito seguro! Directo al número siete de la lista de los cien éxitos en su primera semana. Lamentablemente, la senadora Sir Edmund Hillary Peligro Rodham Clinton no habría podido prever que las primarias demócratas acabarían pareciéndose al recuento de Florida del 2000 en versión guerra civil: dos candidatos empatados luchando por sacar la cabeza, pero ambos demócratas, lo que puso en su contra la formidable capacidad del partido para la política de destrucción personal y su feroz determinación de ganar a cualquier precio. Como dijo Edwin Glover, de forma algo incorrecta, a propósito de las defensas británicas en el archipiélago de Singapur, las armas apuntan ahora en la dirección equivocada.

El otro día di una conferencia y un demócrata del público me exigió que me distanciara de los golpes bajos de algunos republicanos que hablaban de "Barack Hussein Obama". Dije que me encantaría distanciarme del partidario de Clinton Bob Kerrey, que es quien ha estado sacando a flote todo el asunto de cuidado-cuidado-Hussein-el-musulmán-secreto; también del partidario de Clinton Bill Shaheen, que ha estado detrás del rumor de que Obama-pasó-la-mayor-parte-de-los-70-vendiendo-cocaína; y hasta del partidario de Clinton Andrew Young, que ha presumido de que Bill se ha acostado con más negras que Obama. ¡Caramba! Después de haberme distanciado de toda la basura demócrata sobre Obama, al final no tendré tiempo para sacar la mía propia.

Puede que cuando los demócratas se decidan por fin por un candidato (lo que, así las cosas, parece probable que suceda unas 48 horas antes del día de las elecciones) el partido haga lo normal y cierre filas en torno al ganador con el fin de matar al dragón republicano. Pero no es descabellado pensar que elementos significativos tanto entre los clintonianos como entre los obamaníacos no se sientan inclinados a recompensar al otro bando por lo que sentirán como una usurpación. No tengo tiempo para dedicarle a Obama. Creo que sería un presidente desastroso. Pero si usted es un demócrata incapaz de enfrentarse a la idea de entregar su partido a la panda de Clinton durante diez años más, su voto es para él. Y evidentemente, un montón de demócratas piensan así.

¿Por qué? ¿Dónde se fue la magia? Bueno, no hicieron bien el casting. Hace una década dije que Hillary era como la Margaret Dumont del Groucho Marx de Bill. Él va por ahí lanzando miraditas a las camareras, contoneando sus cejas y su célebre puro sin encender. Y Hillary permanece ahí, aparentemente ajena al vestido citado como prueba, a los análisis de ADN y a todo lo demás: en las escenas de diálogo, quienes mejor dan la réplica al cómico de turno son los que no parecen entender el chiste. Esa es la Hillary de finales de los 90, de pie en el escenario junto a Bill noche tras noche, con su gesto agrio y repitiendo con la cadencia robótica de esa voz de ordenador del coche que nos dice que nos abrochemos el cinturón de seguridad: "Estoy. Tan. Orgullosa. De. Mi. Marido. Y. Nuestro. Presidente. Bill. Clinton."

Pero los papeles no se pueden cambiar así como así. Uno no puede poner a Margaret Dumont en el papel de Groucho. En sus días de gloria, los Clinton dirigieron una operación propia de matones usando como fachada a un encantador de serpientes. Pero ahora la fachada ha desaparecido y las maniobras son ineficaces. La carta de los donantes a la campaña Clinton dirigida a Nancy Pelosi, sugiriendo que tal vez podría pensarse (si sabe lo que le conviene) su petición a los súper delegados para que apoyen al ganador del voto popular (léase Obama) no es tan significativa por su tono amenazador como por su torpeza. Pocas escenas demuestran mayor desesperación que la de un abusón que ya no puede hacer valer su fuerza. La carta Clinton me recordó a Elena Ceausescu y a su no-sabes-con-quién-estás-hablandomientras el pelotón de fusilamiento estaba ya apuntando.

Pero ahí sigue, contra viento y marea. Incluso aunque no pueda ganar, podría negarles la victoria a Obama y a su propio partido. Como dicen en el teatro, no me importa tener éxito, sino que mis amigos fracasen.

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