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Emilio J. González

La trampa del déficit

La política anunciada por el Gobierno, déficit incluido, no haría sino echar más leña al fuego de la crisis y dificultar aún más las cosas

El Gobierno está creyéndose que el superávit presupuestario es la panacea para los problemas relacionados con la actual crisis económica, algo así como el bálsamo de Fierabrás, que todo lo cura. Nada más lejos de la realidad. De hecho, la insistencia del Ejecutivo de afrontar las dificultades económicas a base de gasto público puede agravarlas, más que resolverlas.

Empecemos por lo más básico: ¿de qué superávit estamos hablando? Porque si lo hacemos del correspondiente al conjunto de las Administraciones Públicas, éste obedece, en su gran mayoría, a la Seguridad Social; mejor dicho, al sistema público de pensiones. Pero ese dinero no se puede tocar para financiar políticas económicas sino, simplemente, todo lo relacionado con las pensiones. No es un principio de gestión económica, que también, sino algo que viene impuesto por la ley, esto es, la separación de fuentes de financiación de la Seguridad Social por la cual las cotizaciones sociales solo pueden pagar gastos relacionados con el sistema de pensiones y ahorrar para el futuro del mismo. Descontado, por tanto, esto, lo que queda es un exiguo superávit del Estado, que es el único que se puede utilizar pero que no da precisamente para mucho. Así es que el Gobierno no tiene tanto margen presupuestario como pretende dar a entender, como acaba de recordarle el Banco de España al advertir que en 2009 puede haber déficit si se aplican las políticas de Zapatero, algo que también ha dicho el servicio de estudios del BBVA.

Después está la propia naturaleza de la crisis, que el Gobierno sigue empeñado en llamarla desaceleración. Ésta no es una crisis al uso, de las de toda la vida, esto es, consecuencia del ciclo económico. Aquí no se trata de la dinámica de crecimiento que acelera la inflación, lo que fuerza a subir los tipos de interés, frenando el crecimiento y recortando la inflación para, después, bajar los tipos mientras la economía vuelve a crecer y se reproduce el ciclo. En un caso así, las políticas anticíclicas que pretende llevar a cabo el Gobierno podrían funcionar sin generar demasiados problemas. Pero aquí estamos hablando de otra cosa, de una crisis que tiene una naturaleza distinta.

Por supuesto, en los problemas actuales tienen mucho que ver las subidas de tipos de interés llevadas a cabo en los últimos años por el Banco Central Europeo, pero su impacto en España no ha sido de naturaleza cíclica, frenando la inversión, sino que ha incidido en una estructura equivocada del crecimiento, es decir, en sus dos pilares básicos: el consumo privado y la construcción. Las familias se las ven y se las desean para pagar la letra del piso y, con una financiación más cara de las hipotecas, lógicamente la venta de viviendas se ha desplomado, la burbuja ha estallado. A ello hay que añadir el impacto de la subida del petróleo y los alimentos, recortando todavía más la capacidad de gasto de los hogares. Por tanto, se trata de elementos estructurales, no coyunturales ni cíclicos. Es el final de un modelo que, para complicar todavía más las cosas, coincide y se ve afectado por la crisis crediticia internacional.

Un factor importante teniendo en cuenta que, en los últimos años, el déficit exterior de la economía española se ha convertido en el segundo más grande del mundo y, para corregirlo, no puede devaluar, caso contrario al de Estados Unidos, el líder en la clasificación del agujero exterior, que lo está corrigiendo gracias a la caída del dólar frente al euro.

Todo este cúmulo de circunstancias hace la crisis extremadamente compleja de gestionar. La economía española se ha quedado sin financiación exterior y, por tanto, si incurre en déficit, tendrá que utilizar el poco ahorro disponible en el país, forzando subidas de tipos de interés y dejando sin recursos al sector privado para financiar la inversión y el consumo. Es el conocido efecto expulsión, que agrava más las cosas en lugar de corregirlas.

Además, está el problema de la inflación, combinado con tasas de crecimiento cada vez más bajas, que pueden dar lugar a una situación de estanflación, esto es, de estancamiento económico con inflación, la más difícil de gestionar porque cuando empieza a acelerarse el crecimiento, por dinámica propia o como resultado de las medidas del Gobierno, la inflación se dispara, agravando a medio plazo los problemas de crecimiento y empleo. En este sentido, la política anunciada por el Gobierno, déficit incluido, no haría sino echar más leña al fuego de la crisis y dificultar aún más las cosas.

Por ello, el Ejecutivo debería abandonar esta línea y centrarse en reformas estructurales que resuelvan la inflación y permitan que la economía española pueda salir lo antes posible, y con la mayor fuerza posible de la crisis. Los planes del Gobierno van en contra de esta lógica. Por ello, el déficit, lejos de ser la panacea, es la puerta abierta a una situación difícil que puede costar mucho tiempo y esfuerzos superar.

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