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Serafín Fanjul

Compañeros de infamia

La gente le rehúye, sus colegas del instituto lo condenan al ostracismo y al silencio, en su misma aula se encuentra un día un "Tribunal Revolucionario" que le sitúa al margen de la sociedad, tildándole de provocador, racista, xenófobo...

El 19 de septiembre de 2006 un profesor de Filosofía franco-alemán, poco conocido hasta la fecha – Robert Redeker – publicaba un artículo en el diario Le Figaro con el título ¿Qué debe hacer el mundo libre ante las intimidaciones islamistas? A partir de ese momento, la vida del filósofo de provincias se convierte en un calvario: en la población donde da clases, Saint Orens-de-Gameville, la gente le rehúye, sus colegas del instituto lo condenan al ostracismo y al silencio, en su misma aula se encuentra un día un "Tribunal Revolucionario" que le sitúa al margen de la sociedad, tildándole de provocador, racista, xenófobo...Se ve forzado a pasar a la clandestinidad, con protección policial permanente.

¿Qué ha sucedido para el desencadenamiento de esta persecución y boicot personal? ¿Los franceses se convirtieron al islam en la noche del 19 al 20 de aquel mes? ¿En realidad Carlos Martel perdió la batalla de Poitiers? ¿La gloriosa –y no poco petulante– historia de la Francia republicana, laica y ajena a presiones religiosas ha sido sólo un sueño? La explicación es más sencilla, más actual, más al ritmo de hoy: de inmediato, el jeque Yusuf al-Qaradawi lo ha tomado como blanco de sus invectivas y le ha investido con el dudoso galardón de enemigo público número uno de los musulmanes, su islamófobo preferido, ea, que no decaiga. Se ha sacado una fetua de donde se sacan esas cosas y con el derecho divino que le aqueja le ha condenado a muerte. Para ello se ha servido de las ondas de al-Yazira, esa emisora de TV que ilumina al mundo irradiando racionalidad, inteligencia y cordura. Y comprensión y diálogo.

Los encuentros en la tercera fase han comenzado: los marcianos están entre nosotros y nos imponen sus chifladuras, su fanatismo, su nulo respeto para las opiniones ajenas. En una Europa orgullosa de haber abolido la pena de muerte, ellos deciden sobre las vidas de quienes juzgan sus enemigos. Enemigos que no lo serían –o no lo son, de hecho– si ellos actuaran de otra manera, por ejemplo viviendo su fe sin tratar de imponérsela a nadie y sin convertir su paranoia de comunidad históricamente fracasada en la razón de su existencia, el argumento máximo ante una Europa demasiado absorta en su buena vida. Y, en todo caso, la enemistad o la crítica de Redeker, Ayaan Hirsi, Salman Rushdie o Magdi ‘Allám es dialéctica, palabras y nada más que palabras. Cumpliría, pues, responderles con otras, no intentar asesinarle. Contestar con razones y con simples actos de la vida cotidiana, de la praxis religiosa o la relación diaria con los europeos, que demuestren, por sí solos, cuán equivocados e injustos son los temores de Redeker: el islam es una religión pacífica que antepone el valor de la persona a cualquier otra consideración. Pero no, con la Shari’a hemos topado. Y con sus amables truchimanes.

Sin embargo, el verdadero problema de Redeker y de cuantos occidentales nos negamos a callar tragando tan feas ruedas de molino no son los islamistas, cuya fuerza real y de conjunto es exigua en Europa. El auténtico peligro reside en nosotros mismos, de suerte que con unos cuantos atentados terroristas escalonados desde la infame condena que Jomeini lanzó contra Rushdie, han conseguido crear un clima de pánico que convierte a las víctimas de las amenazas –y a veces de los asesinatos– en culpables, apestados, rehuidos y mal vistos por vecinos, compañeros de trabajo, supuestos amigos de toda la vida. La infamia sólo tiene una cara. Y vemos calcadas en la persecución contra Redeker actitudes, cobardías, ocultaciones, saludos que se esfuman, idénticas a las padecidas por las víctimas del terrorismo en Vascongadas, sean muertos, heridos, familiares o "simplemente" exiliados. Unos con escolta policial y otros sin ella, con amenazas concretas o difusas en el "algo habrá hecho", "que no sepan que nos conocemos", "¿por qué no se muda de calle?". La misma indecencia, igual cobardía, parejos escapismos claudicantes. No consuela nada que en la libérrima Francia –según presumen los franceses– suceda lo mismo que en esta España de pícaros y golfos, de Alianzas de Civilizaciones y gentes enloquecidas por el sectarismo que siguen culpando a José María Aznar de los atentados de Atocha, en tanto disculpan y hasta exculpan a los criminales. A la postre, resulta que los franceses rivalizan en collonería con los españoles contemporáneos. Mal consuelo.

Lo más divertido, a fuer de paradójico, es que la mayor reacción contra Redeker no ha venido de la derechona oscurantista y añorante de Juana de Arco y Pierre Laval, sino de la autotitulada izquierda, atea y laica, de fijo presta a coñearse de los tocados de las monjas y los hijos secretos de los curas, de los dogmas del Cristianismo y del recuerdo de cuanto de bueno la civilización occidental ha aportado a la Humanidad (más que ninguna otra: cuando quieran lo discutimos). Las mayores insidias, los peores vacíos, la más dura segregación del amenazado vienen de los supuestos progresistas, que envuelven su pancismo en fraseología de "respeto al Otro". Y tanto lo respetan que le regalan el derecho de asesinar a quien le venga en gana.

P.D. Si lo desean, pueden adquirir el libro Atrévete a vivir de Robert Redeker, recién publicado en Editorial Gota a Gota, Madrid, 2008. Es sabroso.

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