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George Will

Obama, el progre

La derecha subió gracias a la marea de votos producida por la irritación que producía el progresismo condescendiente, exactamente del mismo tipo que el expresado por Obama en sus comentarios sobre "el resentimiento".

Puede que Barack Obama sea exactamente lo que suponen sus partidarios, pero no por los motivos que la mayoría de los americanos vaya a celebrar. Obama es la encarnación del progresismo moderno. Así, para explicar por qué tantos votantes de la clase trabajadora están "resentidos", dijo que "se aferran" a las armas, a la religión y a "la aversión hacia la gente que no es como ellos" debido a sus "frustraciones". Lo que venía a decir es que su primitivismo, su superstición y su fanatismo son un bálsamo para el resentimiento que sienten por la opresora injusticia de América.

Al pronunciarse de esta manera, Obama encarna la transformación del progresismo desde los tiempos de Franklin Roosevelt. Lo que bajo Roosevelt había sido un homenaje de Estados Unidos y de los valores de sus trabajadores se ha convertido ahora en una doctrina de condescendencia hacia esa gente y hacia ese país, supuestamente basto y vulgar, que tanto les gusta.

Cuando un partidario de Adlai Stevenson, el candidato presidencial demócrata derrotado en 1952 y 1956, le dijo que la gente ilustrada le apoyaba, Stevenson respondió: "Sí, pero para ganar necesito una mayoría". Cuando otro le señaló que había "educado a la gente con su campaña", Stevenson contestó: "Pero un montón de gente suspendió el curso". En Our Country: The Shaping of America From Roosevelt to Reagan (La construcción de América: De Roosevelt a Reagan), Michael Barone dice que "Roosevelt nunca dijo nada parecido ni se le hubiera pasado nunca por la cabeza". Barone añade que "Stevenson fue el primer político demócrata de peso en criticar la cultura norteamericana de clase media en vez de rendirle homenaje; el prototipo de demócrata progre que juzga a los norteamericanos corrientes en función de un estándar abstracto y concluye que no están a la altura de las circunstancias".

Stevenson, al igual que Obama, movilizaba a los profesionales jóvenes de alto nivel educativo para quienes, según Barone, "lo atractivo no era su programa, sino su talante". En Stevenson buscaban "no tanto cambios en las medidas políticas que adoptara el Gobierno como la validación de su propia pose cultural". En particular, rechazaban "el excepcionalismo americano, la noción de que los Estados Unidos eran especialmente buenos y decentes", en lugar de ser –en palabras de Michelle Obama– "simplemente mezquinos".

El libro emblemático del nuevo progresismo fue La sociedad opulenta del economista de Harvard John Kenneth Galbraith, quien sostenía que el poder de la publicidad para manipular a una opinión pública bovina es tan contundente que la ley de la oferta y la demanda se ha visto viciada. Los fabricantes pueden inducir en la manada americana cualquier necesidad que los fabricantes quieran satisfacer. Dado que a la masa manipulable se le convence con facilidad surge "una falsa conciencia" (otra categoría, al igual que la religión como "opio" de las sufrientes masas, que el progresismo se apropió del marxismo), de la que se derivan estas cuatro consecuencias:

Primero, el consentimiento del gobernado cuando su comportamiento está regido por su falsa conciencia carece de importancia. Segundo, la gente necesita la supervisión de una elite progresista la cual, emancipada de alguna manera de la falsa conciencia, pueda construir una conciencia verdadera. Tercero, puesto que la conciencia es reflejo de las condiciones sociales, la verdadera se crea a través de reformas sociales progresistas. Cuarto, dado que no se puede esperar que la gente presa de la falsa conciencia pida o acceda siquiera a la implantación de tales reformas, éstas tienen que ser impuestas, por ejemplo, a través de resoluciones judiciales.

El icono intelectual público de la condescendencia progre fue el historiador de la Universidad de Columbia Richard Hofstadter, fallecido en 1970 pero cuyo espíritu aún impregnaba esa universidad cuando Obama se matriculó en 1981. Hofstadter inició la táctica retórica que Obama ha vuelto a traer a la luz al diagnosticar a los demócratas de clase obrera como víctimas, la categoría indispensable en la teoría progre. La táctica consiste en rechazar, que no refutar, a aquellos con quienes se discrepa.

El rechazo de Obama se basa en lo siguiente: los norteamericanos, y en especial los trabajadores de derechas, son incapaces de procesar su contexto social y apoyar el programa progresista debido a su falsa conciencia. Hoy ese programa consiste en elegir a Obama, haciendo así que su esposa se sienta por fin orgullosa de Estados Unidos.

Hofstadter despreciaba a las personas de derechas como víctimas de fallos de carácter y desórdenes psicológicos (un "estilo político paranoide" enraizado en "la ansiedad derivada del estatus social", etc.). Así, la derecha subió gracias a la marea de votos producida por la irritación que producía el progresismo condescendiente, exactamente del mismo tipo que el expresado por Obama en sus comentarios sobre "el resentimiento", pronunciados ante una audiencia de acaudalados residentes de San Francisco. Perfecto.

Cuando en 1984 los demócratas se reunieron en San Francisco camino de perder en 49 estados, Jeane Kirkpatrick –una antigua demócrata de Roosevelt que entonces ocupaba un cargo en el gabinete de otro caso similar, Ronald Reagan– decía que "los demócratas de San Francisco" son personas que "de entrada siempre culpan a Estados Unidos". Hoy, la culpa de que América sea "simplemente mezquina" la tienen los propios norteamericanos.

La disculpa ofrecida por Obama por su amargada sociología del "resentimiento" ("No lo expresé tan bien como debería haberlo hecho") tuvo lugar en el pueblo de Muncie, Indiana. Perfecto.

En 1929 y 1937, Robert y Helen Lynd publicaron dos libros de sociología americana enormemente influyentes. Eran unos estudios benévolos sobre una ciudad industrial de tamaño medio que llamaron "Middletown" (Ciudad media), que afrontaba con un éxito razonable y de forma optimista y armoniosa las vicisitudes de la vida cotidiana. En realidad, Middletown era Muncie.

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