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Antonio Golmar

ZP acierta cuando se equivoca

Pocos casos existen en el mundo de países cuyos partidos políticos cobren a los ciudadanos por su voto de forma obligatoria, y que además se permitan el lujo de decirles que calladitos están más guapos.

Como dice el proverbio, "comenzar es la mitad de la batalla", y todos admiramos un buen comienzo. Pero en mi opinión un buen comienzo es más que la mitad, y nadie le ha brindado el elogio que merece.

Platón, Las Leyes.

Con esta cita que de forma errónea Rodríguez Zapatero atribuye a Aristóteles el presidente del Gobierno cuestiona la legitimidad de Mariano Rajoy al frente del PP. El mensaje no puede ser más claro: el que mal empieza, mal acaba. O tal vez, que poco hará por la democratización de su partido quien llegó a su jefatura por un acto de gimnasia digital del líder anterior. Incluso podríamos interpretarla como "el que pega primero da dos veces", aunque esto último cabría aplicárselo al propio Zapatero, quien en las últimas semanas ha conseguido recuperar la iniciativa política ante los ojos atónitos de una oposición atenazada por las luchas de poder a fin de hacerse con un sitio en la lista de Rajoy.

Sin embargo, esta visión estática de la política, que los especialistas denominan "rutinización" o "dependencia de patrones establecidos" (path dependency en su acuñación original en inglés), es compartida por todos aquellos políticos del PP que saltan como impulsados por un extraño resorte cada vez que alguien dice "primarias" o menciona cualquier mecanismo de democratización interna. Es la falaz apelación a la "cultura", democrática o no, del partido, que han lanzado entre otros Ana Botella y Manuel Fraga.

Lo peor del asunto no es la cortedad de miras, la arrogancia y el desprecio a los afiliados, a quienes el fundador del PP y la esposa de Aznar parecen asignar el papel de esclavos complacientes, listos para arrimar el hombro y trabajar gratis durante las campañas electorales a cambio de un bocata, un pedazo de pizza, una lata de Coca-Cola y un par de besos de la secretaria del concejal de turno.

Me asombra el poco respeto que muchos políticos españoles sienten por quienes les pagan el sueldo por triplicado, es decir, en su calidad de contribuyentes, votantes y afiliados a un partido. Se lo recordé hace más o menos un año a un alto cargo del Partido Popular de Madrid y fundador de FAES y por poco no lo cuento. Cierto que eran las tres de la mañana y que el señor se había tomado unas cuantas copas, pero una reacción tan airada se me antojó bastante poco democrática. Si en eso consiste la cultura política del PP, creo que muchos de sus militantes preferirán declararse analfabetos.

Pocos casos existen en el mundo de países cuyos partidos políticos cobren a los ciudadanos por su voto de forma obligatoria, y que además se permitan el lujo de decirles que calladitos están más guapos. Este sistema debe mucho a las cogitaciones de Pilar del Castillo, cuya tesis doctoral de 1983, uno de los trabajos de la Ciencia Política española más influyentes a nivel internacional, abogaba por la financiación de partidos basada en las extracciones obligatorias a la población. Que la señora sea en la actualidad parlamentaria europea del PP y que además fuera ministra de Educación me hace temer que tampoco en este punto el partido del centro reformista vaya a sorprendernos con propuestas dignas de ese nombre.

Triste destino el de los españoles que deciden acercarse a los partidos. En el mejor de los casos, su papel será como el de la que además tiene que poner la cama. En el peor, se les tratará como burros apaleados. Nunca he sido partidario de la abstención o el voto en blanco, pero a la vista del discurso de los próceres peperos y dada la preocupante deriva de las cuentas del Estado, quizá la próxima vez me lo piense dos veces antes de acercarme a mi colegio electoral.

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