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La señora no se esfuma

La prensa le había extendido un nuevo certificado de defunción, supuestamente firmado por ella misma, pero el saludable cadáver volvió a alzarse firmemente sobre sus pies para negarlo.

¡Caramba con la señora! Piedras tienen que tirarle para que se vaya y ni aún así. Obama ganó por amplio margen en Montana y ella hizo lo propio en Dakota del Sur. Obama recibió un inmediato chorro de apoyos de superdelegados, todavía modesto en comparación con lo que puede ser el resto de la semana, pero decisivo, porque le ha hecho franquear el umbral de la mitad más uno. En lo que debería haber sido su discurso de reconocimiento de la victoria del rival, lo felicitó por todo lo que había logrado en su campaña, pero no mencionó que la hubiera derrotado. Eso sí, felicitó a sus partidarios por haberle proporcionado la mayor votación de la historia de los Estados Unidos en unas primarias, lo que deja en segundo lugar al ganador en delegados. Y volvió a insistir en que ella es la más fuerte para vencer a los republicanos, citando sus victorias en los estados bisagra indispensables para ganar en noviembre.

Se preguntó retóricamente "¿Qué quiere Hillary?", para responder con una descarada repetición de su programa, finalizando el escamoteo dirigiéndose a su público: "Habéis venido a mirarme a los ojos y decirme no abandones, sigue luchando, continúa en la carrera por nosotros. Ahora la cuestión es, a dónde vamos desde aquí...cuestión que no me tomo a la ligera... no tomaré ninguna decisión esta noche."

¡Menuda decisión la de no tomar una decisión! Los únicos pensamientos que quiere compartir son los de los que inmediatamente gritaron "¡Denver, Denver, Denver!": "En los próximos días consultaré con partidarios y líderes del partido", dijo. Pero éstos se han desgañitado, como los chicos de la gran prensa izquierdista, pidiéndole desde hace ya meses que se retire, aunque le dieron una tregua en las últimas semanas, reconociendo que tenía derecho a llegar hasta el final –lo que de todas maneras pensaba hacer– a cambio de que acabase con los ataques contra Obama.

Han sido tres semanas relativamente tranquilas, con una de cal y otra de arena para cada postulante en las sucesivas consultas, animadas por la intriga de qué haría Hillary al final. Ya lo sabemos: nada. O sea, seguir. La prensa le había extendido un nuevo certificado de defunción, supuestamente firmado por ella misma, pero el saludable cadáver volvió a alzarse firmemente sobre sus pies para negarlo. Se dejó entonces la cosa en que anunciaría el fin de su campaña, pero no el de sus pretensiones, pero aunque probablemente sea lo que haga, ni siquiera eso ha concedido. De hecho, ha vuelto a pedir donaciones. El verano se anuncia movido y el presunto ganador no podrá concentrarse en su enemigo del bando de enfrente.

En normal lógica política habría que esperar que los superdelegados zanjen el asunto decantándose en masa por Obama en las próximas horas, con el mensaje de que "no tienes nada que hacer, querida amiga, nos hemos abstenido hasta última hora por respeto, pero debes someterte a la realidad por el bien del partido". Pero como en el dicho inglés, la fiesta no se termina hasta que no cante la señora gorda. Ésta no lo es en kilos pero sí en determinación y esperanzas. ¡Quien sabe si para entonces no le habrá mordido a Obama una mala víbora, zoológica o política! Su esmerada metedura de pata recordando que a Bob Kennedy lo asesinaron tras la conclusión de las primarias, escándalo que alegró la campaña durante varios días, rebosa de significación. No cantará hasta Denver.

Si la avalancha de los que quedan por pronunciarse no se produce de inmediato, su estrategia se apuntará un descomunal tanto. Se las arreglará para resaltar las graves vulnerabilidades todavía sin explotar de Obama, tabú para ella pero suculento manjar para McCain, mientras que ella está blindada, su vida es un libro abierto conocido por todo el mudo y el costoso faroleo de la huída bajo las balas serbias en Bosnia no se volverá a repetir. Además le queda otro pleito por dilucidar, su apelación ante el Comité de Credenciales. Se trata de que no suene la campana, de que no la echen del ring, de que haya otro asalto bajo cuerda durante el verano y el último a finales de agosto.

Las enormes presiones que sobre ella se abaten no se deben a que esté manifiesta y palmariamente derrotada, sino precisamente a todo lo contrario; no ha dejado de mordisquearle los talones al corredor que le lleva medio cuerpo escaso, y precisamente para esas situaciones inventó el partido la figura de los superdelegados. No para dirimir el empate absoluto, sino para promocionar al mejor situado con vistas a la carrera por la Casa Blanca.

La dama tiene sus razones para decir que ella es la que mejor encarna esas posibilidades, otras no mencionadas y algunas inmencionables para persistir en el empeño hasta el final de los tiempos, situados en Denver y Colorado a fines de agosto. A ellas añadámosle el compromiso con sus fans. Son un importante activo y hará todo lo posible por no defraudarlos, y sobre todo defraudarlas, en el último momento. No serán de los que se desmayan al tocarla y se extasían cuando abre la boca, pero saben manifestarse a voz en grito y le han demostrado una fidelidad a prueba de bombas. La dureza diamantina no es el menor de sus atractivos y no se puede decir que sea una rémora en política. No se va a quebrar en el último momento, cuando el último momento está por llegar. Está aprisionada y encantada de estarlo. Lo interesante ahora es ver cómo lo hará y hasta cuando será capaz de resistir sin que el partido la aplaste. Al fin y al cabo, eso es lo que está en juego para ella: el poder Clinton en el ya manifiestamente hostil partido. La nominación la tiene perdida.

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