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Carlos Semprún Maura

Napoleón en Egipto

Estos representantes del proletariado explotado tienen coches de millonario.

Dos noticias me parecen importantes este lunes por la mañana, según escribo: una buena y otra mala. La buena es, evidentemente, el no irlandés al Tratado europeo, y la mala la invitación oficial al asesino sirio Bachar el-Assad a que participe a las ceremonias de la fiesta nacional francesa del 14 de Julio, y a la reunión que debe confirmar el lanzamiento de ese aquelarre napoleónico de la Unión del Mediterráneo.

Nicolas Sarkozy acaba de volver de Beirut, donde estuvo rodeado de un aparatoso sequito de ministros y jefes de partido para reafirmar la amistad y apoyo de Francia al pueblo libanés, y lo primero que ha hecho después ha sido reconciliarse y elogiar al peor enemigo del Líbano, la dictadura siria, que sojuzgó ese país durante años y sigue asesinando a sus dirigentes, sus políticos, sus periodistas y todos los que se le pongan por delante, y además impunemente. Una dictadura que apoya, junto a Irán, a la organización terrorista Hezbolá, convertida en organización casi democrática por París, que pretende borrar así el pasado criminal del régimen sirio. Mete la pata, porque su presente sigue siéndolo.

Los que se pasan de listos dicen que todo eso sirve para separar a Siria de Irán, y necesario para fundar la Unión del Mediterráneo, como si un desfile de soldaditos de plomo pudiera eliminar los enfrentamientos, crisis y odios entre tantos países mediterráneos. ¿Y qué pasa con Israel? Está visto que, en política internacional, Sarkozy es totalmente incoherente, peligrosamente incoherente.

En cuanto al no irlandés, la UE se lo tiene bien merecido por su obsesión de crear a toda costa un superestado artificial, con su presidente, su burocracia, sus instituciones parásitas y sus despilfarros; todo ello al margen, e incluso en contra, de los ciudadanos europeos, que son quienes deben tener voz y voto.

Para decir dos palabras de la situación interior gala, siguen las huelgas de funcionarios contra las reformas, pero cada vez más escuálidas, salvo en el caso de los transportistas y otros profesionales que protestan contra el petróleo caro y exigen subvenciones. Una cosa, sin embargo, me ha divertido muchísimo estos días: habiéndose "quejado" a la Justicia de ser víctimas de espionaje electrónico, Bernard Thibaud, líder de la CGT, y Olivier Besancenot, portavoz de la LCR, han tenido que mostrar sus coches, que es donde supuestamente estaban escondidos los micrófonos. Gracias a ello hemos podido constatar que estos representantes del proletariado explotado tienen coches de millonario.

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