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GEES

Tambores de guerra

Nadie piensa en una invasión. Sólo en destruir unas cuantas instalaciones claves de su programa nuclear, causando el mínimo daño posible a la población.

Una guerra se rifa en el mundo e Irán tiene todas las papeletas. Si se llegará a echar la suerte o no es una de las cuestiones que están juego. Cuándo, sería la otra. El cómo es importante, pero no tanto.

La cosa viene de atrás. Cuando era Sadam el que acaparaba los boletos, algunos, con los israelíes a la cabeza, consideraban que Irán era un objetivo mucho más importante. Con el déspota iraquí fuera de escena, no quedan dudas. Para Israel la Persia de los ayatolás con armas nucleares, simplemente no es una opción, puesto que la alternativa podría ser un nuevo holocausto, una desestabilización brutal de todo el Oriente Medio, un giro, para peor, a escala mundial. Ha creado un mando en sus Fuerzas Armadas dedicado exclusivamente a esa posible tarea. Bush, personalmente, parece abrigar la misma convicción. Quisiera no tener que dejarle esa herencia a su sucesor. Es casi una cuestión de dignidad para él y quien le suceda, quien quiera que sea y diga ahora lo que diga, puede que se lo agradezca. Los militares americanos preferirían no tener que oír hablar del asunto. Irak es ya demasiado. Pero, vencida su resistencia, harán lo que se les mande. De lo que se trata en Washington es de capacidad política.

El tema revolotea sobre Oriente Medio y en muchas capitales interesadas. Unas recientes maniobras, de considerable envergadura, de la aviación israelí en aguas próximas a Chipre han puesto a hervir de nuevo las especulaciones. Puede ser un prefacio pero también podría ser todo lo contrario. La operación requiere ensayar pero no desvelar. Pero enseñar los dientes tiene a veces una intención disuasoria. La disuasión sólo funciona cuando es creíble. Para conseguir lo que se pretende sin llegar a los hechos hay que demostrar que se es capaz de hacerlo, en habilidades y en voluntad. A fin de cuentas, todos preferirían evitarlo. Que Irán abandone de manera demostrada y verificable ese camino nuclear que dice, contra toda evidencia, no haber emprendido nunca. Para un programa meramente civil y por completo transparente recibiría toda clase de ayudas que le permitirían alcanzar su propósito mucha antes y sin riesgos ni tensiones.

También el tono ha subido en Washington. La cuenta atrás de la era Bush aumenta la presión. Un reciente trasiego hacia Israel de miembros de la alta cúpula militar americana podría orientarse a los preparativos o tascar el freno a los israelíes. O, una vez más, a la disuasión: preparar y exhibir, tratando de evitar. Los hechos fortuitos también pueden contribuir. Symour Hersh, el implacable azote pacifista de cualquier acción o intención militar americana, ha publicado un artículo en The New Yorker, denunciando los preparativos. Tan sensacionalista como siempre y tan plagado de inverificables fuentes que sólo hablan, a borbotones, bajo promesa de secreto. Ha conseguido agitar el cotarro en el parlamento de papel y su correlato cibernético. El tema está en el ambiente y los estados mayores no se ganarían el pan que comen si no planificasen todas las contingencias posibles.

Los iraníes han respondido con la exhibición de sus propias maniobras de contramedidas y represalias. Pero también con una mayor disposición, verbal, a negociar. Los seis –los cinco permanentes de Consejo de Seguridad más Alemania, gran socio comercial de Teherán– les han apretado un poco las tuercas. También de momento, sólo palabras de muy modesta credibilidad. Simplemente, la lógica de la situación lleva a su calentamiento. Lo mejor podría resultar, pero por desgracia es muy improbable. Hasta ahora el descarado desafío de Irán le ha salido completamente gratis. Mientras el precio no suba tanto como su oro negro, abandonemos toda esperanza.

Aclaración final. Nadie piensa en una invasión. Sólo en destruir unas cuantas instalaciones claves de su programa nuclear, causando el mínimo daño posible a la población. Militarmente factible, aunque nadie puede garantizar la inmaculada ausencia de complicaciones. Todo ello sería perfectamente evitable si Naciones Unidas sirviesen para algo serio. Pero descendiendo en el grado de utopía, y olvidándonos de las potencias autoritarias, Rusia y China, que ven el desafío iraní con una mezcla en la que la complacencia supera al temor, si los países democráticos dieran prueba de unidad y determinación y le plantaran cara al díscolo país, todo podría resolverse. Pero eso es sólo un poco menos utópico.

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