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Emilio J. González

El déficit y el problema de los tipos

Es imprescindible que el Gobierno se ponga manos a la obra en reformas contra la inflación y contención del gasto público

Hace unas pocas semanas, el Gobierno poco menos que imploraba al Banco Central Europeo no solo que no subiera tipos sino que, incluso, los bajara. El encarecimiento del precio del dinero está ahogando al sector inmobiliario, que se las ve y se las desea para lidiar con sus deudas, y a los ciudadanos, que ven como la hipoteca se encarece más y más. Pero el propio Ejecutivo, lejos de actuar en consonancia con sus deseos acerca de los tipos, está provocando que éstos suban todavía más en España.
 
El Gobierno se ha hartado de decir que este año las cuentas públicas terminarían con un ligero superávit. No ha trascurrido apenas la mitad del ejercicio cuando ya están en números rojos. Aquí empieza el problema con los tipos de interés. En primer lugar, el Ejecutivo está demostrando que es poco fiable, que sus previsiones no se cumplen ni de lejos y los inversores internacionales empiezan a actuar en consecuencia.
 
Desde hace semanas, el diferencial de tipos con Alemania se está ampliando porque para invertir aquí los mercados empiezan a exigir una prima de riesgo, dada la desconfianza creciente hacia nuestra economía. El Gabinete, sin embargo, sigue sin enterarse y la semana pasada pretendió colocar una emisión de deuda a tipos bajos pero no lo consiguió. El rechazo de los mercados fue total porque ni se creen sus previsiones de crecimiento económico, ni las de déficit. Con razón. Pues ese déficit en el que ya hemos incurrido requiere que se emita más deuda de la prevista, lo que ya está provocando subidas de tipos.
 
El déficit no solo es coyuntural, que lo es. Tiene también un componente estructural, en forma de los compromisos de gasto anunciados por Zapatero, que ya se están poniendo en marcha, y el mercado, como es lógico, penaliza esta política pidiendo tipos de interés más elevados. En Moncloa, sin embargo, siguen sin aprender la lección. El presidente insiste en que no va a variar su posición respecto de la política social, lo que llevará a un mayor gasto público que el mercado ya descuenta y castiga.
 
Después está el problema de la inflación. El Gobierno insiste una y otra vez en que se reducirá en la segunda mitad del año, pero todo apunta a que, de producirse esa reducción, será poco importante y se deberá a que la crisis internacional contenga la demanda de petróleo, no a los esfuerzos del Ejecutivo por moderar el alza de los precios de consumo. En este contexto, los mercados ya están tomando nota tanto de las declaraciones de los sindicatos acerca de que no van a aceptar moderación salarial como de un Zapatero no muy proclive a que los ciudadanos pierdan poder adquisitivo y que sigue insistiendo en su mensaje. Esto también se refleja en los tipos de interés.
 
El resultado de todo ello es que el precio del dinero, o sea, la financiación a las familias y las empresas, ya de por sí cara y escasa como consecuencia de la crisis crediticia internacional, esté subiendo en España. Y esto ya no tiene nada que ver con el BCE, con la excepción de los créditos hipotecarios referenciados al Euribor; tiene que ver con la política económica española y la desconfianza que suscita el Gobierno entre los inversores. En este escenario, aunque el BCE llegara a recortar los tipos, poco se notaría en España, con la excepción del Euribor.
 
Este, empero, no es el mejor momento para que suceda lo que está sucediendo con el precio del dinero. Las empresas financieramente asfixiadas no pueden afrontar sus problemas en este contexto. Suspensiones de pagos como la de Martinsa-Fadesa son, en parte, causa, precisamente, de la falta de una política económica adecuada y capaz de enfrentarse a la que está cayendo y, con toda probabilidad, no serán las últimas. Por ello, es imprescindible tanto que el Gobierno se ponga manos a la obra en reformas contra la inflación como que empiece a trabajar por contener el gasto público y el déficit. Por desgracia, Zapatero sigue sin estar por la labor.

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