Menú
Thomas Sowell

Pensando en Georgia

Si en algo deberíamos estar pensando, es en salir de la OTAN. Los países europeos ya son lo suficientemente ricos como para encargarse de su propia defensa militar. Si no tienen voluntad de hacerlo, es su problema.

Lo que está sucediendo en la república de Georgia recuerda demasiado lo que pasó en 1956, cuando los tanques rusos rodaron en Hungría... y Occidente no hizo nada.

Se podría argumentar que desde un punto de vista realista no había nada que Occidente pudiera haber hecho –entonces o ahora– para forzar la salida de los rusos. Pero también hubo, como ahora, una sensación amarga al pensar que Occidente podría haber animado a la gente a arriesgar la vida confiando en nosotros cuando aquí sabíamos desde un principio que no íbamos a arriesgarnos a un conflicto armado con una superpotencia nuclear por defender Hungría entonces, o Georgia ahora.

Occidente tiene un largo historial de inacción y de uso de la ONU (antes La Liga de Naciones) para crear la ilusión de estar haciendo algo a base de soltar discursos y aprobar resoluciones. Ninguna de estas cosas va a importar a los rusos, iraníes o a cualquier otra nación beligerante. Lo sabemos nosotros, lo saben ellos y lo sabe el mundo entero.

Al parecer, Barack Obama todavía no lo sabe, a juzgar por su respuesta inicial ante las noticias de la invasión rusa de Georgia, llamar a "ambas partes" a un alto el fuego para luego acudir a la ONU. Más adelante, cambió su posición para que se correspondiera con la postura más madura de John McCain, quien afirmó que los rusos tienen que pagar un precio si es que esperamos que cambien su comportamiento.

La verdadera pregunta es si podemos forzar a los rusos a pagar un alto precio sin que nosotros mismos paguemos uno mayor del que estamos dispuestos a afrontar. Los rusos ya han precisado que Estados Unidos necesita su cooperación en problemas internacionales como la guerra contra el terrorismo y quizás el problema más grande de todos ellos, el avance iraní hacia la construcción de armas nucleares que podrá usar directamente o, más probablemente, entregar a esos terroristas a los que Irán ha estado suministrando armas.

Hay dos problemas: 1, ¿Qué vamos a hacer?; y 2, ¿qué vamos a decir? Hay montones de cosas que podemos hacer si no nos importan las repercusiones, pero claro que nos importan. Lo único que controlamos totalmente es lo que decimos. Ya hemos estado hablando demasiado, especialmente en proporción a lo que estamos dispuestos a hacer. Éste es un problema que comenzó mucho antes de esta Administración. A veces ha parecido como si nuestra política exterior consistiera en hablar con voz muy alta y agitar un palito.

A lo largo de varios mandatos, los presidentes norteamericanos han estado hablando de forma moralista sobre los asuntos internos de otros países del mundo. Hemos estado criticando por igual a amigos y a enemigos. A veces hasta hemos sonado con ser la niñera del mundo. Ésta ha sido una más que mala costumbre. Increíblemente, nuestras regañinas a los amigos y la irritación de nuestros enemigos han producido pocos beneficios y mucha mala voluntad entre países cuya cooperación hemos necesitado o necesitaremos.

Hemos metido las narices en cosas que no son asunto nuestro, tanto de palabra como de obra. Expandir la OTAN hasta las fronteras de Rusia ha sido una de esas obras que nos hacen sentir bien, algo muy parecido a las lecciones públicas de moralina que damos a otros países.

¿Estamos realmente preparados para ir a la guerra contra Rusia si envían tropas a Letonia, miembro de la OTAN que linda con Rusia pero situado a miles de kilómetros de nosotros? Algunos parecen pensar que si ya hubiéramos incluido a Georgia en la OTAN, Rusia no habría atacado. Pero ¿qué hacer si atacan de todas formas? ¿Habríamos hecho más de lo que estamos haciendo ahora? ¿Habría protegido eso a Georgia, o nuestra inacción habría puesto en entredicho la fiabilidad de nuestra protección a otros países de la OTAN?

Si en algo deberíamos estar pensando, es en salir de la OTAN. Los países europeos ya son lo suficientemente ricos como para encargarse de su propia defensa militar. Si no tienen voluntad de hacerlo, es su problema. Lo que los altos cargos de los EE.UU. pueden hacer es mantener la boca cerrada si no tienen intención de avalar lo que dicen.

En Internacional

    0
    comentarios