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EDITORIAL

El PSOE, en descomposición

El poder es el premio que los ciudadanos conceden a la unidad, a la coherencia y a la lealtad en la defensa de un ideario y un programa razonables, las características de un partido político sano y solvente. Y, al contrario, es típico de los partidos que atraviesan una crisis de unidad, de identidad y de ideas intentar la vía inversa; es decir, lograr esa cohesión y esa coherencia mediante la conquista del poder como medio de acallar discrepancias y personalismos, convirtiendo a los militantes en mercenarios.

Y, precisamente, cuando fallan los golpes de efecto y las maniobras políticas dirigidas a una conquista rápida del poder, los militantes-mercenarios empiezan a hacer la guerra por su cuenta y anteponen su carrera política y sus intereses personales a los objetivos e intereses del partido. Es lo que le ha ocurrido a Zapatero, que intentó construir la nueva izquierda sobre las ruinas del felipismo, sin atreverse a levantar las alfombras ni a erradicar de su partido los vectores de corrupción heredados de la etapa de González. Es más, se apoyó en ellos para llegar a la jefatura del partido; y cuando le llegó la hora de plantar cara a la vieja guardia en defensa del Pacto Antiterrorista y de su mentor, Redondo Terreros, no tuvo valor para negarse a ser marioneta de los intereses de González –la venganza personal contra Aznar–, y de Polanco y Cebrián –que han hecho grandes negocios con el poder del PNV y no tienen intención de renunciar a ellos.

La gran apuesta de Zapatero para llegar al poder y, de este modo, consolidar su frágil liderazgo, era la alianza con Izquierda Unida en la desestabilización antidemocrática del gobierno del PP con la excusa del Prestige y de la guerra. Una estrategia –por cierto, bendecida y recomendada por PRISA– que ha fracasado estrepitosamente, ahondando las divisiones internas en el seno del PSOE y erosionando –quizá ya irreversiblemente– el liderazgo de Zapatero.

Tanto es así que Tamayo y Sáez han presentado como pretexto legitimador de su conducta desleal el entreguismo a Izquierda Unida, tanto en la Comunidad de Madrid como en el resto de España, preconizado por la dirección del PSOE y que, según afirma Tamayo, compromete las posibilidades de los socialistas de ganar las elecciones en 2004. Una crítica que, independientemente de cuáles puedan ser las verdaderas motivaciones de los diputados disidentes, tiene pleno sentido y es compartida probablemente por una proporción nada desdeñable de militantes, votantes y simpatizantes del PSOE. A esto se une la “declaración de independencia” de Maragall en Cataluña, donde ya existen serias dudas de si el PSC es la “sucursal” catalana del PSOE o, más bien, un partido independiente “asociado” al PSOE. También la escandalosa “autonomía” del PSE de Patxi López y Odón Elorza, quienes se sienten libres y legitimados para pactar con los nacionalistas vascos a despecho del Pacto Antiterrorista, así como las tentaciones personalistas de Javier Rojo.

Pero el síntoma más evidente de descomposición en el PSOE y del ocaso de Zapatero ha sido el anuncio el domingo de los pactos con nacionalistas “moderados” y “radicales” –en clara violación del Pacto Antiterrorista– que arrebatarán varios ayuntamientos navarros –incluido el de Estella– a la lista más votada (UPN) en favor de los candidatos del PSOE. Por mucho que el brazo mediático del PSOE –aunque quizá sería más propio hablar del PSOE como brazo político de PRISA– intente desviar la atención de la profunda crisis de los socialistas en Madrid y en el resto de España, atribuyendo con insinuaciones y acusaciones sin pruebas la defección de Tamayo y Saez a supuestos manejos y sobornos de empresarios inmobiliarios vinculados al PP, lo cierto es que es imposible ocultar a la opinión pública que los males del PSOE no provienen de agentes externos, sino de su propio seno. Hoy por hoy, el PSOE es un partido en avanzado estado de descomposición y prácticamente huérfano de liderazgo, donde los líderes locales y regionales atienden únicamente a su carrera y provecho personal a corto plazo, desoyendo las órdenes y directrices de Ferraz.

Una circunstancia que no convierte al PSOE, precisamente, en la alternativa de gobierno más deseable para España, que para enfrentarse a las tensiones separatistas necesita un gobierno asentado en un partido con las ideas muy claras en torno a la cuestión nacional; requisito que, hoy por hoy, sólo cumple el PP. Como hemos dicho antes, el poder es consecuencia de la cohesión y la coherencia en defensa de un ideario y un programa razonables. Pero el ejercicio del poder como único fundamento de la unidad en el seno del partido suele traer como resultado –casi indefectiblemente– la corrupción, las luchas internas por el “reparto del botín” y, en última instancia, el desgobierno y la pérdida del poder.


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