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EDITORIAL

El PSC se lo pone difícil al PSOE

Zapatero sabe bien a lo que va a tener que enfrentarse a lo largo del curso político que dará comienzo en unos días. Su partido no es uno sino dos y en este tema -como en tantos otros- no son de la misma opinión

No han acabado las vacaciones de agosto y las disputas internas dentro de la amalgama política PSOE-PSC han empezado ya a aflorar. El motivo no podía ser otro que la reforma del Estatuto, culebrón inacabable que tiene paralizada la vida política catalana desde hace meses. José Blanco, en uno de esos arrebatos en los que finge tener el partido bajo su mando, concedió hace dos días una larga entrevista en la que, preguntado por el futuro político de Cataluña, pidió a los responsables de su partido que fuesen realistas y no viniesen a Madrid reclamando un imposible. En otras palabras, que el Estatuto que salga del Parlamento catalán no se dé de bruces con la Constitución. Horas después habían saltado todas las alarmas en la, al menos sobre el papel, sucursal del PSOE en Barcelona. Joaquim Nadal, visiblemente ofendido, replicó a Blanco solicitándole formalmente que “se callase” para no entorpecer el alumbramiento de un retoño, el nuevo Estatuto, que no termina de germinar.
 
La regañina de Nadal a Blanco es sólo el aperitivo de lo que está por llegar. Los socialistas catalanes no son una federación más del PSOE como pueden serlo la asturiana o la andaluza, sino un partido diferente con una agenda que en muchos casos es diametralmente opuesta a la trazada desde Ferraz. En tiempos de Felipe González, cuando la sombra del ex presidente cubría todos los rincones del partido, los socialistas catalanes no ocasionaron problemas e incluso conspicuos miembros del PSC se convirtieron en solventes gestores del felipismo gobernante. Mucho ha llovido desde entonces y hoy la situación es la inversa. El hombre fuerte del socialismo español es catalán pero no está motivado políticamente por el gobierno de España. En Madrid, a su vez, el antaño incontestable González ha sido sustituido por el melifluo Zapatero, un presidente por accidente que no tiene siquiera clara cuál es la política de Estado que ha de seguir con respecto al nacionalismo y cuál es su idea de España. 
 
En Cataluña, además, lo que antes era conocido como nacionalismo radical es hoy la única ideología de curso legal entre sus políticos, exceptuando a la minoría popular de Piqué que hace malabarismos para no desentonar en un ambiente en el que lo anormal se ha convertido en lo corriente. La fuerza del socialismo catalán unida a la pujanza del nacionalismo ultramontano de corte esquerrista forman un combinado explosivo cuyo resultado final, casi inevitablemente, va a ser que de la cámara catalana salga un Estatuto inconstitucional. En Barcelona lo saben de antemano y en Madrid se lo imaginan. De partidos echados al monte como ERC, muy radicalizados como CiU o entregados al populismo nacionalista como el PSC no puede salir nada bueno. Sería como pedir peras al olmo. Dejando a un lado el hecho de que Cataluña necesite un nuevo Estatuto, lo cierto es que una vez metidos a reformar, los hombres de Maragall -a los que desde las filas nacionalistas se les acusa de servir a los intereses de Madrid- no van a dudar en apoyar un Estatuto que vulnere la legalidad española, esto es, la legalidad catalana. Porque Cataluña y España, aunque a Carod le reviente, son una misma cosa.
 
Zapatero sabe bien a lo que va a tener que enfrentarse a lo largo del curso político que dará comienzo en unos días. Su partido no es uno sino dos y en este tema -como en tantos otros- no son de la misma opinión. El curioso decálogo de once artículos sobre el que pretenden construir el nuevo Estatuto es ya de por sí un disparate, por lo que no es difícil imaginar el engendro que saldrá de ahí. Maragall, fiel a su estilo, piensa mantener la posición ganada todo el tiempo que le sea posible. Zapatero, por su parte, se encuentra en una incómoda encrucijada de la que él y sólo él es el máximo responsable. Tras año y medio de experimentos como aprendiz de brujo se lo ha ganado a pulso.     

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