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EDITORIAL

Convirtiendo España en Azkoitia

Precisamente en un momento en que Zapatero dice una cosa y la contraria con veinticuatro horas de diferencia, y pretende que nos creamos ambas al mismo tiempo, es cuando es más necesario que la oposición sea clara, sin rastro de ambigüedad.

En Azkoitia, los asesinos de Ramón Baglietto humillan a diario a su viuda, la valerosa Pilar Elías, mientras reciben el apoyo y aliento que sus vecinos siempre le han negado a la ahora concejal del PP. Es la denominada "paz de Azkoitia", tan parecida a aquella que firmaron las potencias occidentales en Munich en 1938. En ella, las víctimas deben esconderse humilladas en sus hogares mientras los criminales son agasajados y bienvenidos a la actividad política, sin necesidad de pedir perdón a las víctimas ni arrepentirse. Es la "paz" sin libertad, justicia ni dignidad a la que aspira Zapatero, y que los terroristas podrían estar dispuestos a entregarle a cambio de sus reivindicaciones de siempre, a las que el presidente del Gobierno no parece ponerles demasiados peros, y todos ellos electorales, que no morales. Y sin que ETA abandone las armas, quedándose como garantía armada y coactiva de que el PSOE cumple sus promesas.

El proceso que "iba a durar años" y para el que "el Gobierno necesita al PP" está transformándose en una carrera vertiginosa en la que el PSOE trata de presentarse a las elecciones con el anestésico del alto el fuego aún en vigor y ETA procura extraer de Zapatero lo máximo posible con la mayor celeridad que se ven capaces de lograr. Otegi ya ha dado su bendición a las dos mesas de negociación, esa absurda componenda en que el Gobierno trata con ETA y el PSOE con Batasuna, como si Gobierno y PSOE no fueran la misma cosa durante esta legislatura o los tribunales no hubiera dictaminado que Batasuna no es más que la sección política de la banda asesina. El Gobierno que prometió por activa y por pasiva que no pagaría ningún precio político, se presta ahora a negociar con los terroristas una paz en la que habrá vencedores y vencidos, siento el nacionalismo –el criminal y el otro– el vencedor y las víctimas del terrorismo y España los perdedores.

Eso es lo que debería denunciar el PP a bombo y platillo y lo que intenta ocultar Zapatero con sus trucos de prestidigitador mediático. Precisamente en un momento en que Zapatero dice una cosa y la contraria con veinticuatro horas de diferencia, y pretende que nos creamos ambas al mismo tiempo, es cuando es más necesario que la oposición sea clara, sin rastro de ambigüedad. Rajoy no puede, por tanto, decir en Barcelona una cosa y en Madrid otra. Si el PSOE ha traspasado una de las líneas rojas que no debía cruzar si quería que el PP lo apoyara en su proceso de rendición al terrorismo, lo ha hecho en toda España, en todos los periódicos y en todas las televisiones; el mensaje no se puede modular según lo que se crea que espera oír la audiencia. Eso sólo le funciona a la izquierda, y porque tiene a su servicio para tapar los agujeros en la lógica a una práctica totalidad de los medios de comunicación.

Una vez obtenido el plácet de Otegi, el único que valora y el único que necesita, el presidente del Gobierno, con la soberbia que le caracteriza, ha asegurado que "no vamos a consentir que se descalifique a los socialistas vascos por perseguir la paz". Pero es una socialista vasca, Rosa Díez, la que más alto y claro ha denunciado la cesión de la dignidad de todos que supone este proceso y ha llamado a "la resistencia". Y es un socialista leonés, y no Patxi Nadie, quien está dirigiendo ese proceso. Lo que no queda claro es cómo "no va a consentir" el niño mimado de Moncloa que quienes no desean ceder al chantaje terrorista se callen. ¿Planea acaso una reedición del "caso Bono", corregido y aumentado? Porque es con la extensión de la paz de Azkoitia al resto de España con la que parece estar amenazando a quienes exigen memoria, dignidad y justicia.

En España

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