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Juan Manuel González

Crítica: 'Qué guapa soy!', con Amy Schumer

'¡Qué guapa soy! comete un defecto capital: domestica a Amy Schumer y la mete en una vaga parodia de comedia sentimental.

Apenas un par de escenas dan de manera inteligente en la diana en esta ¡Qué guapa soy!, nuevo ataque a la gran pantalla de la actriz cómica Amy Schumer tras el pelotazo en taquilla de Y de repente tú. Hablo de la que tiene lugar en un concurso de bikinis, momento en el que la cómica encuentra ese balance suyo entre lo ridículo y lo perturbador, pero siempre con la pátina amable que caracteriza a la película. Para todo lo demás, mejor busquen en otro sitio: variante de El diablo viste de Prada y Big, película a la que cita sin disimulo alguno (y en general a esa pequeña avalancha de comedias de "cambio de identidad" que explosionaron en esa época y surgen de cuando en cuando), ¡Qué guapa soy! adapta esos requerimiento a una legítima pretensión contemporánea: la tiranía estética que acosa a las mujeres y que nace de, en primer lugar y sobre todo, ellas mismas.

Se trata de un ambición legítima y bienvenida, pero el espectáculo montado en torno a Schumer ni siquiera permite a la intérprete excederse en su interpretación, permitiendo a Michelle Williams sobresalir por, al menos, lo inesperado de su interpretación de pija bienintencionada. Por lo demás, y como variante del subgénero "este cuerpo no es el mío" el filme acusa de una falta de fantasía notable (forma parte de su discurso, pero que en realidad no haya cambio de cuerpo alguno refleja perfectamente esa pobreza) que se ve tanto en su guión como en la vaga puesta en escena. ¡Qué guapa soy! es una película que, al menos en la superficie, habla de estilo pero ella misma carece de uno.

La traición definitiva viene, sin embargo, de otro lado bien distinto, pese a que la película trate de desdecirse después: da igual cómo acabe el tema, pero someter ¡Qué guapa soy! a los dictados de una genérica rom-com de los noventa, amagando con romper estereotipos y subvertir tópicos pero en realidad deslizando un manual de autoayuda urbana, limita la comedia a un par de intercambios felices de Schumer con su entorno. Al final todo es status-quo porque el filme no rompe nada, no aporta sátira de ese mundo de instagramers y bloggers en el que se inserta y de postre ahoga el potencial friqui de su estrella.

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