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EDITORIAL

La diferencia crucial entre Haití y Chile

La diferencia más importante entre los terremotos de Haití y Chile no ha sido la magnitud del seísmo, sino que en Chile existen unas instituciones liberales que funcionan, mientras que en Haití el Estado no se ve limitado por nada similar al Derecho.

Aunque la diferencia en la Escala de Richter entre el terremoto que asoló Haití hace mes y medio y el que padeció Chile este sábado sea de apenas 1,8 puntos, en la práctica –por tratarse de una escala logarítmica– significa que el terremoto de Chile ha sido 500 veces más potente que el de Haití.

Y sin embargo el contraste entre ambas tragedias salta a la vista: en Haití los muertos se cifran en 250.000 (sobre una población total de 10 millones de personas) y, de momento, en Chile no superan el millar (sobre una población de 17 millones de personas). Es evidente, pues, que la divergencia de riqueza entre ambos países (la renta per cápita chilena es 11 veces superior a la de Haití) se traducen en algo más que en el bienestar material durante los tiempos tranquilos, sino también en mucha mayor seguridad durante los convulsos.

Al fin y al cabo, el ser humano no conoce otra manera de sobreponerse a los riesgos naturales que someter a la propia naturaleza mediante su riqueza e ingenio. Los países más prósperos pueden permitirse el lujo de destinar una pequeña porción de sus abundantes recursos a reforzar sus edificios, infraestructuras y hospitales para protegerlos en caso de desastre o a constituir fondos comunes de seguros que permitan diversificar el riesgo y reducir la incertidumbre; las sociedades pobres no tienen ninguna de estas opciones porque su objetivo es sobrevivir día a día a partir de unos muy exiguos recursos y no el de preocuparse por un hipotético mañana.

De hecho, la ayuda exterior que fue esencial en el caso de Haití para contener la catástrofe no resulta vital en el caso chileno. Pese a que toda aquella que tiene un origen voluntario constituye una loable muestra de solidaridad, lo cierto es que las propias autoridades chilenas han rechazado cualquier ayuda hasta que se terminen de evaluar los daños con el objetivo de estudiar adecuadamente las inversiones necesarias y evitar despilfarros.

No sólo eso, si tras el terremoto Haití se vio sumida en el caos total, hasta el punto de que tuvieron que ser los marines estadounidenses los que restablecieran el orden, en Chile ha sido el propio Gobierno el que ha tomado la iniciativa y ha tratado de estabilizar la situación. Con mayor o menor éxito, parece claro que, en el mejor de los casos, el auxilio de países extranjeros no habría tenido en este caso resultados muy diferentes a los logrados por las propias autoridades nacionales.

Dicho de otra manera, la diferencia más importante entre los terremotos de Haití y Chile no ha sido la magnitud del seísmo, sino que en Chile existen unas instituciones democráticas y liberales que funcionan, mientras que en Haití el Estado no se ve limitado por nada similar al Derecho. Es más, esta distinta actuación de las distintas administraciones es también la nota que explica el dispar desarrollo de ambas sociedades: allí donde el Estado no protege sino que más bien se dedica a atacar los derechos de propiedad no puede haber ningún tipo de desarrollo.

No es casualidad que Chile sea el país más exitoso y próspero de Hispanoamérica ni tampoco que de todos ellos sea el que probablemente esté más capacitado para hacer frente a un desastre natural de estas características. Aun con todas las dificultades que una situación así obviamente acarrea, el país andino será perfectamente capaz de reponerse y de dejar atrás en pocos años las secuelas materiales causadas. Lo cual no quita para que, al igual que con Haití, haya que hacer un llamamiento a la solidaridad entre quienes no hemos tenido la desgracia de padecer el seísmo y lamentar profundamente todas y cada una de las vidas humanas que se han perdido.

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