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Amando de Miguel

El insulto y las malas palabras

Fue un gran acierto etiquetar de "titiriteros" a los sedicentes artistas que apoyaron en su día a la izquierda. Esa calificación la propuso Federico Jiménez Losantos e hizo fortuna. Ahora la emplea todo el mundo.

He tenido muchas dudas, pero al fin me he plegado a los consejos que me han dado algunos libertarios más amigos o más sensatos La decisión es no contestar a los comentarios insultantes que recibo a veces. Comprendo la satisfacción que suponen para los insultadores. Así se desahogan. Pero todo tiene un límite. Aquí me preocupo del habla y me interesa mucho el insulto como parte de la cultura léxica. Pero, para insultar, se precisa cierta gracia, alguna inventiva. No basta con atribuir conductas delictivas al oponente. Me apunto a las expresiones novedosas, las imágenes brillantes para descalificar ciertas actitudes. Un ejemplo. Fue un gran acierto etiquetar de "titiriteros" a los sedicentes artistas que apoyaron en su día a la izquierda. Esa calificación la propuso Federico Jiménez Losantos e hizo fortuna. Ahora la emplea todo el mundo y habrá que ver si no se acaba incorporando al DRAE.

Cosa distinta, y aun opuesta, es la invectiva dirigida contra una persona, sobre todo cuando implica una acusación falsa. En ese caso el insultador se insulta a sí mismo. Seguramente revela una personalidad narcisista, esto es, horra del sentido de culpa, resentida, un punto envidiosa. Como tal, me interesa mucho, más que nada como personaje para mis novelas. Pero entiendo que los libertarios se merecen un respeto. Así que, a partir de ahora, solo se comentarán los insultos que tengan algún valor literario. El resto tendrán que pagarse el psiquiatra.

Como contrapunto de los insultos, están también los plácemes. Son bienvenidos. Por ejemplo, Miguel Ángel Zabalegui es los que me siguen desde hace tiempo y mis comentarios le ayudan a pensar. Nada me puede satisfacer más. Que conste que mi forma de ver las cosas no es fija, se va haciendo a través de la relación personal con muchas personas. Es lo que me mantiene vivo y curioso. Mala cosa es la de no cambiar de opinión durante decenios.

José Alberto Rorrijos Regidor interviene a propósito de la palabra "puta", que ha salido aquí a propósito de no sé qué. Es una palabra bien castiza, que procede del latín, y que aparece varias veces en el Quijote. Don José Alberto matiza con acierto que no es lo mismo "puta" que "manceba" o "concubina". Cierto es. Quizá no estaba claro en mi escrito. No solo eso. Camilo José Cela hace una excursión léxica muy interesante sobre la palabra "puta" y sus equivalentes. No voy a transcribir aquí esa disertación clásica. Lo que más me interesa es que, en el habla coloquial, "puta" alude muchas veces a un desahogo, un improperio, una exclamación. No se refiere tanto a una mujer que comercia con su cuerpo por dinero o por vicio. Puede, incluso, tener un sentido cariñoso. Es decir, no es una palabra que vaya siempre acompañada de un sentido libidinoso. Entre otras razones, porque la puta realmente profesional seguramente no goza mucho con su trabajo. En catalán popular se hace, a veces, este comentario de una mujer sexualmente provocativa: "Es más caliente que una puta". Poca experiencia encierra ese comentario, pues lo natural en una puta es que no sea precisamente "caliente". Otra cosa es que lo parezca; de ahí, por ejemplo, su manera de vestir o de acicalarse. Un comentario vulgar, casi un chiste, es el que se predica de dos hombres rijosos que están hablando de mujeres. Uno de ellos se refiere a "hacer el amor". El otro le contesta que los señoritos llaman "hacer el amor" cuando follan pero sin pagar. Pido perdón si alguien se molesta por este lenguaje crudo, pero el de Quevedo o el de Cela son todavía más explícitos. Ellos son luminarias de la Literatura española.

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