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El secreto que se llevó a la tumba Lina Morgan

"Yo no he deshecho nunca ninguna familia",  frase lapidaria que se dijo en un programa de televisión.

Un año largo ha transcurrido ya desde la muerte de Lina Morgan. Falleció en Madrid, tras una larga enfermedad que se le detectó en 2013, el 19 de agosto de 2015. Antes y después del óbito, dada su popularidad, se desataron infinidad de especulaciones sobre el hermetismo que la rodeaba, y sobre su herencia. La verdad es que, muy deteriorada físicamente, había dicho tajantemente a quienes la cuidaban, que no recibiría absolutamente a nadie. La actriz se llevó a la tumba un secreto íntimo: el de sus amores con un productor de cine que la quiso con locura, aunque ella terminara por romper aquella relación de la que nunca habló públicamente. Bien se sabía en su entorno. No escribo "de oídas", pues aportaré algunos detalles sobre ese romance. Bien que estaba al corriente, por ejemplo, Florinda Chico, que trabajó al lado de Lina Morgan y escuchaba de ella sus confidencias sentimentales. Aquella me corroboró lo que por supuesto yo sabía: que Julián E. estaba muy enamorado de Lina, que le hizo regalos importantes, entre ellos un automóvil de esos que hoy se denominan "de alta gama", pero que no consiguió el "sí" que tanto deseaba escuchar de labios de la cómica. Los últimos tiempos, hasta que se murió, Julián E. sufrió lo indecible para estar al lado de la mujer que tanto quería… Y él se fue de este mundo cuando ella no le hacía el más mínimo caso ni siquiera cuando estaba ya muy enfermo. ¿Por qué obró así Lina Morgan?

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Hace unas pocas semanas, en un programa televisivo en el que se recordaba a la actriz cómica escuché una de las pocas declaraciones que sobre su vida sentimental hizo en su vida Lina Morgan, que "se hacía de nuevas" cuando le preguntaban por sus amores. "Yo no he deshecho nunca ninguna familia". Ahí estaba la clave de sus, digamos, controvertidas relaciones con Julián E., pues éste era un hombre casado, con hijos. Cuando este productor cinematográfico comenzó a relacionarse con Lina Morgan, aún no existía el divorcio en España; eran los últimos años del franquismo. Julián E., muy conocido productor que junto a Luis Méndez eran dueños de Lotus Films, le firmó a Lina siete películas durante la década de los 70. Del trato profesional pasaron a mantener otro de tipo íntimo. Formaban, desde el punto de vista físico, una buena pareja: ambos de mediana estatura y creemos de parecida edad. Me los encontré en dos ocasiones, lo recuerdo perfectamente. En una discoteca, ya de madrugada, cuando me acompañaba un reportero gráfico y les tomó una instantánea. Nadie del público se había dado cuenta de la presencia de la actriz, que había escogido un lugar discreto, casi en penumbra, de aquella sala. Inmediatamente, al reconocerme, vino Julián E. hacia mí, rogándome insistentemente que no publicara aquella foto, pues lo perjudicaría. Estaba su esposa por medio, claro. Y yo, que tampoco me unía gran amistad con él, accedí a su petición. He aquí que dos o tres años después me los encontré de nuevo. Es decir: su idilio venía de lejos y no lo habían cortado. Ocurrió una escena más o menos parecida. Otra vez Julián instándome a no hacerme eco de que era amante, o pretendiente de Lina. Y de nuevo complací su petición, sin que nada mediara entre nosotros. Un segundo favor… para nada. Él seguía enamoriscado de Lina y ella no quería irse a vivir a su lado. Así de sencillo. Pero no rompían su amor. Hasta que ella se cansó de aquella situación, aunque nunca olvidara a Julián, a pesar de que no quiso volver a verlo, ni saber de él. Es, ya decimos, el secreto que se llevó consigo. El del hombre que quiso pero no se casó por él. Al estar casado, al no querer romper una familia, al no aceptar ya al final, siquiera, un divorcio de él y un matrimonio civil.

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Lina Morgan | Imagen de televisión

Y se refugió en su trabajo, y en un número muy reducido de amigos. Releí estos días otra antigua declaración suya: "Lo único que me falta es un hijo que herede lo que he ganado con tanto esfuerzo". Pero no lo tuvo. Ella no estuvo nunca segura de los hombres que la pretendieron. Acaso sólo una vez, tras vivir un juvenil idilio con el actor Manolo Zarzo, su compañero en Los Chavalillos de España. Cuando fue novia del hijo de los dueños de una importante tienda de electrodomésticos de la Gran Vía madrileña, que al enterarse que éste pretendía casarse con una vedette de revista le obligaron al chico a romper con Lina, porque no era de su clase. Y aquello sin duda hizo mella en el corazón romántico de la joven artista. Otros amores más o menos fugaces –con un cantante lírico, un empresario taurino, un futbolista- fueron, eso: amores de verano, sin más. Pero Julián E., no, ella llegó a quererlo, pero… ya hemos contado las razones por las que no se decidió a irse con él rompiendo cualquier convencionalismo o impedimento.

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Y esa herencia para el hijo que nunca tuvo ya saben fue a parar a dos hombres que la cuidaron en sus últimos años: su chófer, Abelardo González, y su secretario y administrador Daniel Pontes. La mitad en metálico de su patrimonio para el primero; el segundo fue agraciado como "único y universal heredero de todos sus bienes, derechos, créditos y acciones". Aunque con respecto al chófer, tuvo que hacer frente a las deudas e impuestos pertinentes de la herencia. Sorprendentemente para algunos, el padre Ángel, que estuvo muy cerca de Lina en los últimos tiempos, no recibió ni un solo euro para sus obras benéficas. Y eso que ella había manifestado siempre la devoción que sentía hacia los Mensajeros de la Paz. "Era muy beata –recordaba el sacerdote-, llevaba su bolso lleno de estampas y medallas y hacía el bien cuanto podía". Con dos palmos de narices se quedó un sobrino de Lina, Julio López, al que no dejó tampoco nada, y quien la recordaba como una mujer nada cariñosa, desconfiada que nunca quiso a nadie. Claro está que son palabras de quien se había hecho vanas ilusiones, pues Lina, cuando todavía no había perdido su lucidez, siempre dijo que fuera de sus dos hermanos, Julia y José Luis, ya fallecidos, no tenía obligaciones con nadie de su sangre. Había redactado seis testamentos en vida y el último, ante el notario Juan Manuel Lozano Carreras, fue el que declaró como herederos de su cuantiosa fortuna, valorada en varios millones de euros, a los susodichos González y Pontes. Lina Morgan poseía un gran piso frente al Retiro madrileño, cercano al de la Infanta Elena, varios apartamentos en el barrio de Salamanca, pieles, joyas… Algunas de éstas se las compraba a la hija mayor de Juanito Valderrama, María, que iba de vez en cuando a verla al teatro, llevándole su muestrario.

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Lina Morgan | Imagen de televisión

Quienes conocimos a Lina Morgan bien sabemos que en ella se daban dos caras: la de la cómica patizamba con los ojos estrábicos y la mujer que nunca fue feliz en el amor, que tuvo contratiempos familiares, dolorosas pérdidas y episodios depresivos, huidiza con los reporteros de prensa, simpática aparentemente con todo el mundo, cariñosa y caritativa también, pero en el fondo muy selectiva con sus pocas amistades, insegura y acaso algo desgraciada por no encontrar el cariño que buscaba para sí, aunque tuviera otro, de distinta naturaleza, de quienes la adoraban en el escenario y no la han olvidado. En su memoria, en la estación de Metro de La Latina, su barrio, va a instalarse un mural con mosaicos que representarán su figura. Un homenaje que no ha tenido ningún otro artista, si exceptuamos Paco de Lucía, que da nombre a una de las más recientes estaciones de Metro de la capital.

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