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Así destrozó Rocío Carrasco la vida de su madre (I)

Rociíto siempre fue una joven extremadamente conflictiva, hasta el punto de cambiar el carácter a su madre.

Rociíto siempre fue una joven extremadamente conflictiva, hasta el punto de cambiar el carácter a su madre.
Rocío Jurado y Rocío Carrasco. | Gtres

Rocío Carrasco Mohedano cumplirá cuarenta y cuatro años el próximo 29 de abril. Nació ese día, de 1977, en la clínica Nuestra Señora de Loreto, de Madrid (hoy residencia geriátrica), atendida por el mismo ginecólogo de la reina Sofía, pues también allí dio a luz a las infantas Elena y Cristina. El padre de la criatura, Pedro Carrasco, curtido por su profesión pugilística, no estuvo presente en el parto, nervioso, incapaz de hacerlo. Su llegada al mundo intensificó la felicidad de los progenitores de la niña. Matrimonio que duraría trece años. Se les rompería el amor de tanto usarlo, que Rocío Jurado cantaba con letra de Manuel Alejandro.

Siendo hija de dos populares personajes (un campeón mundial de boxeo y una acreditada cantante, los dos andaluces, él de Alosno, Huelva, ella de Chipiona, Cádiz), con sobrada solvencia económica, podía suponerse que la pequeña Rocío iba a crecer en un hogar sin problemas, recibiendo una educación no al alcance de familias menos pudientes. Lamentablemente, no fue así en ciertos aspectos. Nada le faltaría desde luego en el confortable chalé donde vivían sus padres, una urbanización en las afueras de Madrid, atendida por las sirvientas. Pero dados los compromisos artísticos de Rocío Jurado que la obligaban a viajar continuamente y en su afán de extender su notoriedad fuera de España con frecuentes viajes a Hispanoamérica, la niña echó en falta la presencia materna cuando más la precisaba. Esos meses de cada año con las ausencias de la artista marcaron, no cabe duda, el carácter de la hija, a quien la prensa de la época motejó como Rociíto, para diferenciarlas cuando eran citadas en cada reportaje, y hasta en algún semanario satírico figuró como japonesita con el apodo de Rocí-Hito. En verdad, Rocío Jurado y sus familiares la llamaban Ro, apócope de su nombre real.

En muchas ocasiones Ro era fotografiada por los reporteros de turno en compañía de un joven delgado, de pronunciada nariz, al que aquella conocía como "tío Juan". No lo era en puridad, aunque sí en afecto. Se trataba de Juan de la Rosa, que ofició hasta la muerte de Rocío Jurado durante cuarenta años como secretario de la artista chipionera. De cómo llegó hasta ese puesto para también ejercer de medio educador de la niña, pasamos a contárselo.

Juan de la Rosa era natural de Hellín (Albacete). Junto a su paisano Hilario López Millán llegaron a Madrid "con lo puesto". Querían introducirse en el mundo artístico, conocer a los artistas de la copla, toda vez que escribieron a Rocío Jurado como admiradores suyos, pertenecientes a un club de "fans" de la mentada ciudad manchega. Los conocí en casa de Niní Montiám, en 1963, recién llegados a la capital: dama muy relacionada con los prebostes franquistas. Ella les proporcionó, sin pagarles nada, que atendieran su correspondencia a cambio de que conocieran personajes de la vida social madrileña. Recuerdo que los tres "nos colamos" en la fiesta de una embajada portando una invitación a nombre de Niní. Tuvimos que hacer "el paripé" ante los embajadores de Irlanda y sus hijos. Pero a cambio merendábamos gratis estupendamente. Después de su paso por la vivienda de "la Montiám" (que también fue primera actriz de alta comedia antes de la guerra) Juan de la Rosa sería el hombre de confianza de Rocío Jurado, en tanto Hilario López Millán marchó a Barcelona donde terminó colaborando con Luís del Olmo en Protagonistas. Y hasta pudo cumplir el sueño de grabar un álbum de coplas. No lo hacía mal. Continuaría contando chismes de las gentes de la farándula en otros programas de radio y televisión, con mucho desparpajo y gracia.

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Rocío y su madre | Gtres

La digresión nos lleva de nuevo a Juan de la Rosa, quien hizo el papel, a veces, "de padre y madre" de Ro. Porque no sólo la Jurado estaba fuera del hogar: también Pedro Carrasco, que atendía varios negocios: uno como socio de Ángel Nieto en un establecimiento de venta de motos, y otro en calidad de relaciones públicas de una importante firma de joyería suiza. De aquellos años, cuando Rocío Jurado fraguó su carrera internacional, quedó en la adolescente Rocío Carrasco Mohedano un poso de rebeldía: no haber tenido cerca a su madre y poco a su padre le privó de una necesaria educación y disciplina; en consecuencia, era más revoltosa, presumida e individualista que cualquier jovencita de su misma edad. Recuerdo el testimonio directo de una condiscípula suya, de mi propia familia, pues iban al mismo colegio. Me contaba que la hija de Rocío Jurado campaba a sus anchas, haciendo lo que le venía en gana cuando podía y repitiendo, presumida, ser quién era y quiénes eran sus padres, algo natural, mas expresado como un privilegio por sus apellidos.

Que la artista quería con locura a su hija no nos cabe duda. Le preguntó un día si desearía tener un hermanito. Ro no supo qué contestar; imaginamos que pudo decir sí, aunque ya se sabe que la llegada de otro ser produce en los primogénitos la sensación de ser príncipes destronados. Pedro Carrasco también quería tener otro niño, a poder ser un varón. Lo intentaron. Desgraciadamente, Rocío perdió el bebé que esperaban.

Aquel comportamiento de Rocío Carrasco iba, sin duda ni necesidad de que consultemos a un psicoanalista, a repercutir en su primera juventud. Para colmo, era mala estudiante, sacaba malas notas y su madre, enterada de ello (porque Juan de la Rosa no podía "hacer carrera" de ella) la castigaría con llevarla a un internado cuando concluyera aquel verano de 1994, porque la habían suspendido nada menos que en siete asignaturas.

En ese periodo, Rocío Jurado procuraba estar más tiempo en Madrid y seguir los pasos de su hija ya que se había separado en 1986 de Pedro Carrasco, aunque hasta tres años más tarde no se legalizó esa situación. Fue un golpe bajo para ambos y ella lo acusó de tal manera que entró en una fase depresiva, sin ganas de cantar, a punto de abandonarlo todo. En más de una ocasión por ésa u otras circunstancias, hubo de recurrir a la asistencia de algún psiquiatra.

El padre veía a Ro cuando podía en tanto la niña quedó bajo la custodia de su madre y el techo del hogar roto. Ésta, aún sin comprender del todo el porqué de ello seguía queriéndolos por igual, mas dado su ya comprobado carácter independiente, era consciente de que su progenitor ya no le regañaría como tiempo atrás. Cuando Rocío volvía de sus largos periplos allende del Atlántico, su equipaje era voluminoso, imagino que pagaba exceso de peso, pues portaba muchos regalos para su hijita del alma. Estando en el escenario, en alguna ocasión le dedicaba algunas de sus interpretaciones. Y en una entrevista que Jesús Quintero, El Loco de la Colina, le hizo en Canal Sur, la estrella de la copla se arrancó con un fandango, que empezaba así: "¡Rocío…. / que no me la ofenda nadie…!".

El verano ardiente madrileño era aprovechado por las Jurado, madre e hija, para irse de vacaciones a su casa de Chipiona, cerquita de la playa. De vacaciones, "era un decir" en el caso de la artista, estación durante la que más actuaba. Y de nuevo sin su presencia, ya con diecisiete años, "hacía y deshacía" a su capricho. Tuvo un noviete, a espaldas de su madre, un tal Alfredo. Eran, como decíamos, los meses de julio y agosto de 1994. Luciendo tipito en la playa del pueblo de su madre, Rocío Carrasco se tostaba al sol radiante de ese lugar del suroeste de España cuando vio acercarse a dos jóvenes, uno de los cuales, amigo suyo le presentó a su acompañante: "Mucho gusto. Me llamo Antonio David". Dijo éste no conocerla. Probablemente fingió pues, como Ro descubriría tiempo después, la madre del desconocido tenía en su casa malagueña un montón de recortes de revistas, con reportajes en los que aparecían madre e hija.

Intercambiaron números de teléfono; se cruzaron cartas cuando acabado aquel verano, Rocío Carrasco hubo de regresar a Madrid e ingresar en un internado, como castigo. En esos días de enfado, esperaba con ansiedad las misivas de su recién conocido amigo, que prestaba sus servicios en el cuartel de la Guardia Civil de Chipiona. Se hicieron novios en dos meses. La revista Lecturas publicó unas imágenes de la pareja, besándose. Rocío Jurado se enteró así de los furtivos amores de su hija. Puso el grito en el cielo.

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Con Ortega Cano | Archivo

Cuando la cantante conoció al pretendiente de su hija, frunció el ceño. En la boda de Rocío Jurado y José Ortega Cano en la finca "Yerbabuena" en Castillblanco de los Arroyos (Sevilla) a la que acudieron, dicen, mil quinientos invitados, más los gorrones y amigos de lo ajeno "que hicieron su agosto", Rocío Carrasco fue con su pareja, Antonio David Flores, presumiendo de novio ante los invitados. Ella le haría entender a su madre que, si se había casado con el torero, también ella, siendo mayor de edad, tenia derecho a hacer de su capa, un sayo. Y le anunció que se iba de casa, que abandonaba el chalé madrileño de La Moraleja para compartir su vida, sin casarse todavía, con el hombre que pensaba iba a ser el amor de toda su vida y para siempre.

Ya en La Moraleja, Rocío quiso convencer a su hija de lo equivocada que estaba: "Pero si eres sólo una niña, si tienes dieciocho años nada más y una vida por delante… Pero ¿qué vas a hacer yéndote con ese muchacho…?". Evidente resultaba que al guardia civil malagueño, que desde Chipiona había sido trasladado a Jerez de la Frontera y desde allí a la localidad barcelonesa de Argentona, no lo consideraba el ideal ni como novio ni mucho menos futuro marido de Ro. Pero ésta no cejaba en su empeño. Inútil fueron las últimas palabras que le dedicó su madre: "¡No te vayas, te vas a arrepentir…!". La dejó llorando amargamente en el suelo en tanto iba preparando su equipaje para irse a vivir con Antonio David Flores. Pedro Carrasco, por supuesto, enterado de esta deriva de su querida hija, también, enfadadísimo, le advirtió, tajante: "Ése te va a arruinar la vida… Vas a volver con una barriga, que es lo que pretende...". No se equivocó ninguno de los dos, los progenitores de Rocío Carrasco Mohedano.

En Rocío Jurado quedó desde entonces una herida difícil de restañar. Un día a día convulso, pensando en el porvenir que le esperaba a su Ro del alma. Fue el principio de cómo su hija destrozó la vida para siempre de la inolvidable Rocío Jurado. Como una puñalada trapera que jamás pudo imaginar, cuyo dolor la acompañaría para siempre hasta la madrugada en la que se nos fue para siempre. Pero, hasta entonces, ocurrirían más episodios, que aumentarían la pena de una madre preocupada por la felicidad de su hija, de su fracaso matrimonial, y el desamparo de sus dos retoños. Esas circunstancias se las contaremos en un próximo capítulo, aprovechando la difusión que está obteniendo en Telecinco el docudrama Rocío. Contar la verdad para seguir viva.

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