
Llevaba veinte años alejada de su profesión cuando la muerte le ha llegado, nonagenaria, en su casa de Roma. Víctima de una enfermedad degenerativa asociada al final al llamado "mal de Alzhéimer". Fue Mónica Vitti una de las grandes actrices del cine italiano, a caballo entre la comedia y el drama, que también desarrolló en el teatro. Tres fueron sus grandes amores: Michelangelo Antonioni, Carlo di Palma y Roberto Russo.
Fue muy temprana su vocación artística, pues ya a los catorce años hizo un papelito de anciana en La enemiga, representación escénica que la obligó a caracterizarse con una peluca blanquecina. Nacida el 3 de noviembre de 1931 en Roma, se inscribió en la Academia de Arte Dramático donde un profesor le sugirió cambiar su nombre, María Luisa Ceciarelli, por otro más eufónico, cuando ya iniciaba su escalada cinematográfica. En esas cuitas, resolvió que la letra M le gustaba, eligiendo Mónica para su sobrenombre. El apellido artístico lo encontró recordando el de su abuela, Vittiglia que, acortándolo, acabaría por ser el definitivo Vitti.
En sus años juveniles vivió en Massina, donde la conocían por "Siete vistini", que en siciliano se traduce por siete enaguas. Y es que la futura diva tenía a menudo frío y cubría su cuerpo con un montón de capas. Sobre su carácter circularon siempre leyendas considerándola demasiado seria. En contraposición, ahora que acaba de morir, la recuerdan como una mujer de un humor soterrado y constante. Hablé con ella un rato cuando vino a Madrid a rodar en sus alrededores una película. Y me pareció muy dicharachera. Capté el tono de su voz, tan ronca como sensual.
De sus tiempos juveniles hay que recordar el amor intenso que sentía por Vittorio Gassman, uno de los más grandes e inteligentes actores del teatro y el cine. Cuatro años duró aquella relación que, al concluir, llevó a Mónica a la desesperación. "Fue mi primer amor. Me di cuenta que eso no es eterno, que todas las cosas se terminan. Y yo, ya no lo amaba". Luego encontró otro gran amor, Michelangelo Antonioni. Cruzaron sus miradas. Él, la piropeó de un modo poco romántico: "Tienes una hermosa nuca". Al poco tiempo él la dirigía en el primero de sus filmes sobre "la incomunicación", señas de sus películas: La aventura. Al que seguirían La noche y El eclipse. En poco tiempo, Mónica Vitti se había consagrado en sus papeles, respectivamente, de Claudia, Valentina y Vittoria. Fue la musa de Antonioni. Una adelantada del feminismo de su época. Con aquella mirada al vacío. Los intelectuales abrazaron aquel cine. Para los espectadores de gallinero, era un tostón. Mas no puede eludirse superficialmente esa cinematografía de Antonioni, que rompía con la anterior, la del neorrealismo. Y que impactó en la cultura europea, aunque fuera considerada algo minoritaria o elitista. Y Mónica Vitti resultaba ser la heroína de aquellos complicados y abtrusos argumentos.
Cuando se les acabó la pasión Mónica Vitti se enamoraría precisamente de un director de fotografía de Antonioni, Carlo di Palma, mientras rodaban El desierto Rojo, donde era la protagonista femenina, Giuliana. "Nunca hubiera pensado unirme a él". Pesó posiblemente que ya no aguantaba a Michelangelo. Y Di Palma vino a ser su paño de lágrimas. Él la dirigió en tres cintas, a partir de Teresa la ladrona.
En 1988 Le Monde dio por muerta a Mónica Vitti. Sorprendió que el órgano del partido comunista francés, tan riguroso en sus análisis y noticias, cometiera aquel tremendo error. Para entonces, la actriz ya había simpatizado con el que iba a ser el último amor de su vida, un fotógrafo, luego director, llamado Roberto Russo. Se vieron por vez primera en 1973. Mantuvieron un larguísimo noviazgo durante veintisiete años, hasta convenir su boda en el Capitolio romano el 28 de septiembre de 2000. La novia con sesenta y nueve años, y el novio, con cincuenta y tres.
Publicó Mónica Vitti una autobiografía. Y haciendo recuento de su vida sentimental, acuñó este pensamiento: "Nunca quise fundar una familia normal, con hijos, porque siempre esa situación me daba miedo. Me relacioné en el aspecto amoroso siempre con compañeros de profesión".
Fue Mónica Vitti una actriz dúctil en manos de los mejores realizadores italianos, versátil como decíamos al principio como risueña protagonista de comedias, al igual que trágica y dramática en obras de esos géneros. Y siempre con el sello de calidad. Tuvo a su lado a los mejores compañeros de rodaje, Gassman, Mastonianni, Sordi, Tognazzi... No hubo en su carrera ni en su vida personal escándalos o motivos para destruir su memorable carrera. Interrumpida con la llegada del nuevo siglo. Su última aparición pública acaeció en 2002. Desde entonces fue haciendo frente a su enfermedad, con frecuentes viajes a una clínica suiza. Prefería estar en su casa de Roma, donde su último marido, Roberto Russo, hacía lo imposible por atenderla y librarla de sus constantes desviaciones mentales. Se ha ido de este mundo envuelta en esos nubarrones de la memoria sin tener consciencia de cuántas penas y problemas nos afectan a todos. De algún modo, el alivio para una excelente actriz que desarrolló una carrera ajena a la vulgaridad, llena de talento.

