
Es muy probable que todavía lo recuerden muchos como protagonista de una trilogía cinematográfica de ciencia ficción: Regreso al futuro, que entre 1985 y 1999 le deparó una popularidad internacional y, consecuentemente, el dinero que cualquier actor de Hollywood ha perseguido siempre. Estaba en la cima. Casado con una encantadora mujer, que le daría cuatro hijos. Pero una terrible enfermedad fue minando la salud de Michael J.Fox, que este 9 de junio cumplió sesenta y un años, sin esperanza alguna de recuperar sus movimientos, atado de por vida, ya, a una silla de ruedas, a depender de su familia para levantarse de ella y realizar el más mínimo ejercicio con sus brazos y piernas. Es el drama de cuantos padecen el Parkinson, que en el caso de este actor se ha complicado con otras dolencias que han agudizado aún más su pronóstico.
Michael Andrew Fox nació en Edmonton, Canadá y añadió la letra J al primer nombre para diferenciarse de otro actor con la misma identidad. Su carrera artística, que incluye a su condición de actor la de cantante y músico aunque estas últimas actividades no las desarrollara con la misma frecuencia, comenzaría a partir de la década de los 70 del pasado siglo. Se dio a conocer en una serie de televisión, "Enredos de familia", en el papel de un joven republicano, Alex P. Keaton. Pero ya queda dicho que en la gran pantalla obtuvo un rotundo triunfo con Regreso al futuro y sus dos secuelas; la tercera de ellas recaudó en las taquillas doscientos veinte millones de euros. Le esperaba, jugando con ese título, un mañana más que prometedor, reconocido en esos años años finales del decenio de los 80 con los más importantes premios, salvo el Óscar: Grammys, Globos de Oro, Emmys… Hasta que en 1991 le diagnosticaron la fatal enfermedad, el mal de Párkinson.
Le sobrevino con unos intensos dolores musculares y el ligero temblor en un dedo. Contaba sólo veintinueve años. El médico que lo atendía fue franco: le dijo que podía trabajar… diez años más. Una losa imprevista cayó sobre Michael J. Fox. Se apoyó en su esposa, la actriz Tracy Pollan, con quien había contraído matrimonio en 1988. Ni que decir tiene que su vida cambió de la noche a la mañana. La bebida creyó podría hacerle olvidar el negro futuro que se le había venido encima. Recibió atención de un psiquiatra, por la insistencia de su mujer quien, muy enamorada, alumbró dos gemelas. Tenía una niña. Más adelante, completarían la familia con un retoño más.
"Estábamos recién casados casi, cuando me diagnosticaron la enfermedad. Teníamos una hija pequeña… Han transcurrido treinta años y puedo decir que, más o menos, me he acostumbrado. Asumí que que no tengo el control sobre mi cuerpo, comprendiendo que lo principal era adaptarme a ello. Pero, por si no fuera suficiente con el párkinson, una resonancia magnética confirmó lo que hacía tiempo llevaba alimentando: un tumor en la médula espinal que amenaza con dejarme paralizado más pronto que tarde".
Había ido perdiendo fuerza en sus músculos desde aquel nefasto 1991, cuando le detectaron su mal. Y se sometió a toda clase de pruebas, ejercicios, medicación… Y, como contaba él mismo un antiguo tumor en la médula espinal comenzó a crecer. Eso sucedió en 2018. Decidió operarse en una intervención peligrosa, de la que salió adelante, aunque sometido a durísimas sesiones de rehabilitación. Su cuerpo lo tenía lleno de tornillos. Se fracturó el húmero. Y luego un brazo. La depresión lo atenazaba. "Estoy como un jubilado, sólo que diez años antes de lo previsto", reflexionó.
Con un tesón impresionante, fuerza de voluntad descomunal, y la presencia siempre de su mujer, con el cariño desde luego de sus cuatro hijos, Michael J. Fox determinó que aún podía valerse, con su voz, para trabajar en algunas películas y series. De ese modo, pudo intervenir en el doblaje de varias de ellas. Tomó parte en un programa, The Michael J. Fox Show. Elevó sus ganas de vivir; despejó de su mente los negros augurios que le acompañaban a todas horas. Pero ya no pudo más y en 2020 dijo adiós a su profesión tras tomar parte en una producción de Spike Lee: le fallaba ya también la memoria, por mucho que una de sus hijas lo ayudara a retener los guiones. El tiempo para él tenía un sentido muy diferente. Y lo ocupó escribiendo tres libros, el primero contando su vida. Llevaba el título de Ningún tiempo como el futuro. Y este subtítulo tremendo: Cómo afronta la muerte un optimista.
En esos escritos, dejó frases que retratan a la perfección cuanto sufre, lo que piensa: "No quiero vivir así pero acepto que no tengo otra manera de hacerlo". "Sean cuales sean mis circunstancias les hago frente y sigo". "Tengo sesenta años y me conformo con caminar como si tuviera noventa". "Si me caigo, me levanto. Lo único que debemos temer es al propio miedo".
Da pena pensar en lo que sufre, mas el modo como afronta su situación viene a ser un gran ejemplo para cuantos en el mundo padecen lo mismo que él. Recuerda su ayer. Un joven de menos de mediana estatura, un metro y sesenta y tres centímetros. De rostro agradable, propicio a la sonrisa urgente. Que desde Canadá triunfó en la cinematografía norteamericana. Y en Europa se le reconocieron sus películas. Fue en Londres cuando en 1985 sucedió el estreno europeo de la primera parte de Regreso al futuro, en una gala que presidió Lady Dí. Michael J. Fox estuvo sentado a su lado. Contaba que le pasó algo inesperado: nada más comenzar la proyección tuvo necesidad de ir al baño. No hubiera sido cortés ni protocolario, se dijo. Y aguantó cerca de dos horas pegado a su butaca: "La mejor noche de mi vida y fue una pesadilla".
Se entretiene, si ese término puede aplicársele en su caso, interesándose por los pormenores de la Fundación que, con su nombre, recibe ayudas para que cuantos enfermos como él puedan ser tratados en adelante, para que la ciencia avance en el descubrimiento de algún fármaco que atenúe o cure lo que por ahora no es posible.
Nos quedamos con esta última reflexión: "En cuanto al futuro… todavía no he estado allí. Sólo sé que tengo uno. Lo último que se nos agota es, precisamente, el futuro".

