
Cualquiera que tenga memoria de los locutores y presentadores de radio y televisión habrá observado que muchos de los que triunfaron hace un tiempo, hoy han desaparecido de la actualidad y están sin trabajo, con pocas expectativas de encontrarlo cuando ya la edad, desgraciadamente, es considerada un impedimento. Injusto pero real. Es lo que le sucede a Isabel Gemio. Hace cinco años que está en el paro. De ningún canal o empresa audiovisual le ha llegado oferta alguna. En su vida personal, se ocupa de sus dos hijos; uno de ellos, de veinticinco años, padece una enfermedad incurable. Ella preside una Fundación que se ocupa de ayudar a quienes sufren esa desgracia. Si ayer Isabel Gemio gozó de gran popularidad, el destino la ha llevado a un fallido matrimonio y a ser víctima de una depresión: tuvo que depender de ayuda de psicólogos y psiquiatras para resolver su situación. Hoy, puede contarlo. Y ya se ha hecho a la idea de que quizás no vuelva a situarse más ni ante un micrófono ni unas cámaras de televisión.
Isabel Gemio Cardoso, natural de Alburquerque, Badajoz, tiene en la actualidad sesenta y un años. Comenzó a trabajar a los dieciséis. El mundo de la radio le fascinó desde que era jovencita, y luego, claro está, el de la pequeña pantalla. Trasladada a Barcelona, desarrolló allí la primera etapa profesional, ayudada por un veterano, Luís Arribas Castro, peculiar comunicador ante el micrófono, que sería además su amante, posiblemente el gran amor de su vida, a pesar de la diferencia de edad. Aprendió mucho a su lado, de la radio y de la vida.
En esos años barceloneses, cuando debutó en los estudios de TVE en Montjuich con el programa Los sabios, Isabel se daba a conocer con el apellido Garbí, de eufónico sonido, procedente de un viento de Levante. Ya en Madrid, vivió su mejor época en la década de los 80 y parte de los 90. Dos de sus espacios televisivos, Lo que necesitas es amor y ¡Sorpresa, sorpresa! fueron determinantes para ser una admirada presentadora, distinta, muy directa con el público que asistía, muchas veces en directo, complaciente con el quehacer meritorio de la extremeña. Ganó suficiente dinero para que en tiempos de vacas flacas, los de ahora, no tenga problemas que sepamos para pagar las facturas de las eléctricas.
Isabel Gemio, que a mí no me pareció antipática las dos veces que la entrevisté, extremaba su precaución con los reporteros, sobre todo los que la seguían para sorprenderla con algún acompañante masculino. Tuvo unos cuantos novios. Aparte del más duradero, ya citado, Castro Arribas, entre 1986 y 1995, intimó un tiempo con el siempre imprevisto Jimmy Giménez-Arnáu, quien declaró haberse enamorado apasionadamente de ella. Y sin ningún otro relevante, llegó el día en el que halló a quien creía el más adecuado para compartir su existencia, alguien con el que ser madre y fundar un duradero hogar. Mas se equivocó. Se dio la casualidad que la víspera de sus vacaciones, mediada ya la década de los 90, tuve la oportunidad de entrevistarla durante una larga hora en las oficinas de su productora. Isabel recibía peticiones de reportajes continuas pero se negaba a ellas, aduciendo falta de tiempo. Detestaba hablar de sus intimidades con los periodistas. Estaba en su etapa de mayor popularidad, trabajaba mucho, apenas sin descanso, y a cambio se embolsaba un bien ganado dinero. Buscando la mayor intimidad posible, no me dijo el destino de su viaje, ni yo se lo pregunté para que no creyera que iba a perseguirla. Cuando volvió a Madrid ya nos enteramos que se había enamorado como una colegiala del mulato Julio Nilo Martínez Roldán, natural de Matanzas, Cuba. Aquel viaje a La Habana marcó el futuro de Isabel Gemio.
Nilo Manrique, que así se dio a conocer, era pintor en Cuba. Y con Isabel Gemio conoció, aparte de la felicidad al principio, un modo de vida absolutamente nuevo para él. Ella le dispensaba toda clase de comodidades, de lujo, incluso, regalándole continuamente ropa y complementos, alguna joya también. Se casaron por lo civil en 1997 en el Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes. Tiempo después decidieron adoptar un niño, Gustavo. Y más adelante tuvieron uno propio, Diego. Desgraciadamente, aquellos primeros años de matrimonio se vieron ensombrecidos por la enfermedad del primero de sus retoños, aquejado de una distrofia muscular, la que lleva el nombre de su descubridor, Duchenne. Y a partir de ahí, y por razones puramente de convivencia, Isabel y Nilo comenzaron a sufrir frecuentes desencuentros que desembocaron en una ruptura definitiva, a pesar de que la presentadora hizo todo lo humanamente posible por llevar a Nilo al redil, a la confortable mansión que habitaban. Nilo se sentía, según dijo, manipulado, sin habituarse a la vida que ella le ofrecía. Nueve años menor que su mujer, el cubano encontró un modo de sobrevivir sin ella, con sus trabajos en algunos mercadillos. Y puso el cazo cuando lo llamaron de una televisión para contar sus miserias. También hizo caja participando en Supervivientes. Y tuvo la jeta de decir que él nunca se había desentendido de sus hijos. Pero ¿quién corría con los gastos de su manutención y educación, sobre todo del pequeño enfermo? ¿Quién sufrió esos primeros años de sus pequeños cuando iban creciendo, y ella se veía desbordada para atenderlos y cumplir simultáneamente con sus compromisos televisivos? Lo que la llevó a la desesperación a veces y como apuntamos al principio tuvo que recibir asistencia médica. Para "más inri", se enteró de que su ex ¡tenía dos hijos en Cuba!, lo que Nilo jamás le había confesado.
La vida ya no fue igual desde entonces para Isabel. Buscó el amor de nuevo, emparejándose con el empresario Xavier Benassar, pero por poco tiempo. Y luego lo intentó con el cámara de televisión Pablo Rafael López, con parecido resultado. No se le conocieron más adelante otras íntimas amistades. Alejada poco a poco de las cadenas de televisión generalistas, luego también de probar en la radio algún programa, escribió en 2018 un emotivo libro, "Mi hijo, mi maestro", contando las muchas dificultades acerca de la enfermedad rara e incurable de Gustavo: "Un ser que ha iluminado mis sombras y mis días… Es mi esperanza, mi vida, mi todo". A los once años, precisaba de una silla de ruedas, porque no se sostenía en pie. Ya ha cumplido los veinticinco. Sigue igual. Isabel está al frente de la Fundación que preside para que se siga investigando las enfermedades como la de Gustavo, distrofias musculares, de especial rareza. Logró recaudar un millón de euros, de los que trescientos mil se los donó aquel Paco Hernando conocido como "El Pocero", constructor millonario, que acabó complicándose la vida, fallecido hace un par de años.
Quiso Isabel Gemio reanudar su profesión, sin encontrar cadena televisiva que la contratara. Recurrió a YouTube, donde hacía entrevistas, en un canal de escasa difusión (ella, tan acostumbrada a grandes audiencias en "prime time"), una de ellas con María Teresa Campos, de la que salió escaldada por la falta de tacto e imprudencia de preguntarle a su colega cómo se sentía a las puertas de acceder a los ochenta años. También tuvo un rifirrafe con la hoy ex de Bertín Osborne, Fabiola Martínez. Después de tales desencuentros, con críticas adversas, optó por retirarse, al menos hasta que algún medio la rescatara de su situación en paro, lo que no se ha producido en los últimos cinco años. A los sesenta y uno que cuenta, aunque trate de disimularlo, ve pasar los días con un poso melancólico.


